martes, 31 de marzo de 2009

La tierra asombrada

Tenía en la piel el olor de la tierra del Cáucaso y la mirada y los ojos profundos como el agua del lago Sevan, por el que caminaron juntos aquel día, entre el viento y el frío… Arkadi se quitó los guantes junto al fuego y se frotó las manos. Hacía demasiado frío y estaba cansado; demasiado cansado hasta para pensar, pero una y otra vez, llegaba hasta su mente el fragmento de un recuerdo que hacía tiempo creía ya olvidado. El viento sacudía la lona de la tienda que se combaba y encogía produciendo un sonido que le llenaba el alma de soledad y aprensión. Arkadi permaneció algún tiempo inmóvil, observando el ligero resplandor que salía de la estufa; una pequeña estufa de lata con un tubo improvisado que hacía las veces de chimenea. La tempestad de nieve arreciaba. Escuchó gemir el viento hasta que se quedó dormido.
Al día siguiente un silencio irreal llenaba el mundo. Salió de la tienda y contempló el nuevo día. Había dormido profundamente y ahora el sol estaba muy alto en el horizonte. La nieve lo cubría todo y la intensa luz del cielo le obligaba a entornar los ojos. Recogió la tienda y la colocó despacio en el trineo. Se puso el arnés y tanteó la carga. Se sentía bien. Comenzó a caminar tirando del trineo. Quedaban seiscientos kilómetros para llegar a su destino y calculó que tardaría aún doce días. Cuando encontró el ritmo de su respiración el recuerdo de ella volvió de nuevo a su cerebro. Tenía la mirada profunda como el lago Sevan. Intentó sonreír pero no pudo. Tosió y el ruido de su tos rebotó en las paredes del glaciar. Alrededor, el paisaje nevado le observaba en silencio.

lunes, 30 de marzo de 2009

Juan y el vacío

Pensó que algunas veces hay que dejar a un lado el miedo y decidirse, contener la respiración y saltar al vacío, aún sabiendo que las posibilidades de salir adelante son escasas. Juan bebió de un trago su taza de café, salió del bar y fue hasta la cabina. Marcó su número y, cuando ella contestó le dijo: “te quiero, tenemos que vernos y hablar cuanto antes, porque te quiero”. Ella dudó un momento, sorprendida, mientras a él le latía desbocado el corazón. Luego ella dijo que si y quedaron. El futuro era un abismo, una incógnita azul desesperada, pero Juan sonrió, regresó al bar y pidió otro café. Ahora sonreía. El mundo estaba en orden de momento.

domingo, 29 de marzo de 2009

La vida en un instante

Yuri respiró hondo, arqueó la espalda, bloqueó los riñones y tanteó el agarre de la barra. Un grito atravesó el gimnasio y doscientos cincuenta kilos subieron en el aire. La barra se combó mientras permanecía apoyada sobre su pecho, doblada ligeramente por el peso de los doscientos cincuenta kilos que soportaba. Con un segundo movimiento la desplazó hacia arriba, por encima de su cabeza, hasta que sus brazos quedaron estirados, luego juntó las piernas, quedó parado, inmóvil en esa posición por un instante, y la dejó caer desde allá arriba. Los discos de hierro sonaron con estrépito al golpear el suelo.
Yuri se sentó en uno de los bancos y se quitó las vendas de las muñecas. Se miró las manos. Estaban blancas por el polvo de magnesio y eran inmensas, anchas y fuertes como las manos de un gorila.
Al ver sus manos Yuri pensó en cómo contrastaban con aquellas manos pequeñas de su hijo. Su hijo… Yuri recordó el día en que nació su hijo. La sala del hospital y el rostro aterrado de Irina. La forma en que le miraba. El doctor dijo: ya está saliendo, y él miró y vio la cabeza del pequeño, con el pelo mojado, allí encajada. Luego el doctor maniobró con sus manos, ejecutó un corte con el bisturí y Yuri ya no quiso mirar más. Miró a los ojos de Irina y le dijo: “ya está, un poco más, aguanta”. Mientras decía esto Irina gritó y gimió y él sintió que un sudor frío le cubría la frente. Casi al instante el niño salió fuera.
Esta mañana, al contemplar sus manos, Yuri recordó todo esto y de pronto sintió que había tardado veinte años en comprender el significado profundo, trascendental y trágico de aquella escena.

jueves, 26 de marzo de 2009

Sin nada

Aquella noche en el cielo no había estrellas. Se encontraba en un barrio desconocido y no sabía adónde conducía la amplia avenida por la que caminaba. Era muy tarde y todo estaba en silencio. No se veía un alma. Caminó mucho tiempo buscando algún objeto que le indicara dónde podía hallarse: una boca de metro, un cine, una parada de autobús o un hospital... Fue inútil. Las calles de aquel barrio eran todas iguales: amplias avenidas, rotondas inmensas, locales vacíos, edificios recién terminados y aún sin habitar… Caminó un par de horas y luego se sentó en un banco. Estaba cansado. Miró a su alrededor y un sentimiento extraño se apoderó de él. Sintió que ya nada le ataba a esta ciudad vacía y decidió esperar, sentado allí, hasta que amaneciera o se acabara el mundo, eso le daba igual.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Amaneceres

Desde la habitación del hospital en el que vive, la niña ha visto toda clase de amaneceres. Amaneceres de invierno, con la nieve cuajando en los jardines, cálidos amaneceres de verano; lánguidos, tristes amaneceres perezosos, en los días de otoño, y esos otros, vibrantes y llenos de pájaros, que trae la primavera.
Hoy es un día cualquiera de un mes de marzo; desde la habitación del hospital en el que vive, Marta ─sólo tiene once años─, observa atentamente el cielo, e intenta imaginar como se vivirán esos amaneceres fuera.

martes, 24 de marzo de 2009

¿Sabes?

¿Sabes, cariño? No deberíamos preocuparnos tanto por estas cosas cotidianas de la vida ─los estudios del niño, el trabajo, el coche, la hipoteca…─, esta mañana el dolor en la garganta ha ido a más. Mañana me acercaré al médico y el médico me dará hora para el especialista, después de cuatro días me harán una laringoscopia y en otros diez una biopsia. La biopsia revelará un tumor y yo te llamaré una noche, dentro de quince días, y te diré que estoy jodido, y no hablaremos en un tiempo de niños, de coches o hipotecas.

lunes, 23 de marzo de 2009

En el corredor

Al final del corredor tampoco había nadie y sin embargo, él había seguido a una sombra que se deslizaba en silencio en la penumbra. Se quedó allí parado, frente a la pared, sin saber bien qué hacer, perplejo y abrumado ante el hecho de no poder continuar.
Regresó tras sus pasos palpando las paredes con los brazos abiertos. El yeso estaba frío y en algunas zonas, mojado de humedad. Había agua en el suelo y oía el ruido del chapoteo de sus pasos. Buscó un interruptor pero no lo encontró. Caminó y caminó durante mucho tiempo. Había algo de luz pero no conseguía averiguar de dónde procedía. Paró un instante: pensó que regresar le llevaría mucho tiempo. Tal vez días, o meses, dudó qué hacer y se frotó los ojos en un intento inútil de distinguir algún objeto en la penumbra, que ahora se hacía más oscura y profunda a cada paso.
El corredor parecía no tener fin y él iba tras aquella sombra. La sombra a veces se acercaba y a veces se alejaba un poco; otras veces daba la sensación de que se rezagaba. Allá en la oscuridad del corredor, caminó tanto tiempo tras de la sombra que ya no distinguía quién era él y quién era la sombra.

Antología de urgencia

El día 22 de septiembre de 2007 fui invitado por la organización “Solidarios para el desarrollo” a dar una charla sobre este blog en el Centro Penitenciario de Soto del Real. En el módulo cinco de la prisión, rodeado de puertas cerradas de metal, de muros y barrotes, les hablé a aquellos hombres y mujeres de la fuerza de la escritura, de cómo te transforma y te hace libre. De su poder y su magia.
Casi al terminar leí una poesía titulada: “Amanece”. Recité esa poesía porque la había escrito con la intención de que fuera un canto ─más bien un grito─ a la esperanza, a las ganas de vivir y luchar con toda el alma, a pesar del desastre y de la desolación en que algunas veces se convierten nuestras vidas.
Les di esa poesía con el deseo de que alguna vez, en el peor momento, volviera a todos ellos y les recordara que, siempre, da igual lo que suceda, tarde o temprano, amanece.
Ahora, por una de esas cosas extrañas de la vida, mi amigo Arturo Ledrado, ha tenido a bien seleccionarla para que aparezca publicada en el libro electrónico “Antología de urgencia” y ahí está, pequeña, pero fuerte, rodeada de poesías escritas por otros poetas de verdad, infinitamente mejores que yo.

Os dejo el artículo y el link por si os apetece leer el libro o descargarlo.
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El libro electrónico ‘Antología de urgencia’ conmemora la celebración del Día Mundial de la Poesía 2009

Rivas-Vaciamadrid, 21 de marzo de 2009.- Para conmemorar el Día Mundial de la Poesía 2009, la Asociación Cultural Prima Littera ha editado el libro electrónico Antología de urgencia. La publicación reúne textos cedidos para la ocasión por Ángel Pasos, Antonio Daganzo, Arturo Ledrado, Leire Olmeda, Luz del Olmo, Ricardo Virtanen y Verónica Aranda.

En la edición han colaborado la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, el Comité de Poesía del Centro UNESCO de Madrid y la Red de Arte Joven de la Comunidad de Madrid.

Antología de urgencia puede ser descargado gratuitamente desde la bitácora de Prima Littera (www.primalittera.org).

jueves, 19 de marzo de 2009

Amanecer

El agua comenzó a hervir dentro de la cafetera y al instante el aroma a café se extendió por la cocina. Se frotó los ojos: estaban terriblemente irritados por la falta de sueño. Sintió que le dolía la cabeza. Con movimientos torpes buscó una taza, la puso bajo el grifo para limpiarla y se sirvió. Cuando el líquido caliente entró en su cuerpo se sintió algo mejor. Buscó un analgésico y se lo tomó. Miró el reloj: eran las seis de la mañana y él debía ir a trabajar. Miró a su alrededor, contempló aquella cocina mugrienta y le dio por pensar en su pasado. Ayer había cumplido sesenta años y ahora, de pronto se sentía solo. Fue hasta su habitación y se vistió sin hacer ruido. Una mujer desconocida dormía en su cama.

miércoles, 18 de marzo de 2009

A la sombra del pino centenario

A la sombra del pino centenario, en una rama baja, se paró a contemplar el paisaje. En aquellos días de sol, cuando la nieve empezaba a derretirse en las laderas y la vida empezaba a ejecutar su danza habitual, era cuando, en su corazón, podía sentir con una profunda claridad la esperanza del mundo. Todo en aquel lugar gritaba vida; intensa y fascinante vida que había que apurar con toda la rabia y la intensidad que un organismo sano pudiera ser capaz de generar.
Era la voz de la creación, que llamaba a los seres vivos con toda su potencia. Las alas de unos cuervos lanzaron un destello azulado que recogió al instante el agua del remanso del río. Miró hacia el fondo. Bajo la cascada, sobre los cantos rodados cubiertos de musgo marrón y verde de la poza, flotando en el agua transparente, un par de truchas permanecían inmóviles y atentas, estáticas contra la corriente. Miró a su alrededor; en su mundo todo tenía un sentido, un espacio, una función. Eso le hacía sentirse bien, seguro de sí mismo y convencido de todos y cada uno de sus gestos.
Pensaba en todo eso cuando un imperceptible movimiento llamó su atención. Saltó de la rama, atravesó volando el río y planeó entre los troncos de los pinos. Un instante después tenía un conejo atrapado entre sus garras. Levantó el vuelo y regresó al nido con él. Mientras volvía, contempló desde el cielo como la nieve se iba derritiendo en las laderas y se sintió feliz. Todo en aquel lugar gritaba vida; intensa y fascinante vida.

Chan

Despacio, el animal abrió los ojos, irguió la cabeza y estiró las patas delanteras. Es una mañana fresca de finales de invierno pero, bajo su gruesa piel y su capa de pelo, Chan se siente caliente. En su interior, alguna forma de instinto, le hace capaz de recordar lo que ha sido su vida. Aquellos años que pasó atado con una cadena en el patio de la chabola. Los palos que le dieron para adiestrarlo, y como fue creciendo en carácter y en fuerza hasta que todos le dejaron en paz. Por sus venas corría la sangre de generaciones de mastines auténticos, y nadie sabe como llegó, siendo un cachorro de apenas mes y medio, a ese suburbio en las afueras de Madrid. Allí vivió hasta ser un perro adulto. Le hicieron pelear con otros perros y, a duras penas, logró sobrevivir a todo aquello. Nadie consiguió acariciarle nunca, excepto su dueño, al que, en más de una ocasión sacó de un buen atolladero.
El animal levanta el rostro y olfatea el ambiente. El olor de la hierba cubierta de rocío le embriaga los sentidos. Se tumba de lado, cierra los ojos, resopla, y un dulce escalofrío de placer le recorre la espalda. Su viejo amo murió hace ya mucho tiempo. Él es un perro viejo. Es un superviviente. Ahora vive tranquilo, en una finca en el campo, y no acaba de entender muy bien porqué en ese lugar le dejan andar suelto, pero hoy todo está bien. Es una preciosa mañana de finales de invierno: su espíritu está en paz y el campo está en silencio.

lunes, 16 de marzo de 2009

Y la brisa

Una brisa rodeó la esquina levantando a su paso algún papel y una bolsa de plástico. En la avenida ya no quedaba nadie. Las calles del casco antiguo eran rincones sin luz que escondían fugaces parejas de enamorados. Un pájaro nocturno se posó en el tejado de un hotel mientras, seis pisos más abajo, un par de muchachas se besaban con pasión adolescente ─su espalda de piel blanca contrastaba vivamente con el color oscuro de la puerta de madera, una pierna rodeando su cintura, y algún gemido ocasional─. La brisa continuó su ruta calle abajo, y en mi imaginación podía ver con claridad a la mujer del metro, una anciana mujer polaca, que cada noche cantaba su canción.
Las aceras le hacían compañía al corazón y el último lunático de aquella madrugada preparaba la nueva primavera de su vida. Todo era ya melancolía en esa hora extraña en que los barrenderos se ponen a regar las calles, los bares cierran, y se desmoraliza el pianista en la barra del bar. Así era todo aquello, cuando, de un modo inesperado, la brisa los juntó.
Se conocieron, y al final de la noche, entre hierros de andamio y sacos de cemento, ella y él, rodeados de estrellas y espejismos, saltaron al vacío, justo en ese momento extraño en que la oscuridad, muere en el corazón del nuevo día.
Y la brisa rodeó la esquina levantando a su paso algún papel.

Y alrededor la vida

Sentados en la pradera de hierba, el grupo comía y hablaba de sus cosas. Yo observaba la escena desde la lejanía de mi corazón, perdido en algún punto del pasado, y a ratos conseguía participar de aquel instante de luz de un día de primavera.
Un joven tocaba una flauta travesera mientras una muchacha, con unos pantalones de tela a rayas, hacía girar cuatro pequeñas bolas de vivos colores en el aire. Estuve mucho tiempo mirando esos objetos, pequeños planetas en miniatura, girando en el espacio de sus manos. Los ojos de la muchacha seguían el movimiento y su rostro cambiaba de expresión continuamente, pasando del esfuerzo a la concentración y de ahí, a la alegría, o al enfado, de un modo que llamaba poderosamente mi atención.
El joven interpretó una combinación de escalas a gran velocidad y una paloma levantó el vuelo sobre la copa de los árboles. En aquella pradera, un par de jóvenes dormían abrazados, mientras otros charlaban en grupos más pequeños, esparcidos aquí y allá. Había Rusos y Polacos, Marroquíes, franceses, una muchacha china y un par de italianos. Alguien me pasó un recipiente de plástico con arroz y una cuchara de esas que se usan para remover café. Mientras saboreaba aquel arroz, de pronto sentí que todo iría bien en el futuro, que había dominado algún extraño aspecto de mi vida que aún no era capaz de definir.

jueves, 12 de marzo de 2009

En la isla de Nong

En el décimo tercer día del cuarto mes llegué a un lugar llamado Manthouke. Eran las diez de la mañana cuando, desde lo alto de la montaña, contemplé la bahía. A unos tres kilómetros ladera abajo, se hallaba el pueblo, con sus casas cubiertas con tejados de madera y un pequeño puerto de aguas azules en el que había amarradas algunas barquichuelas de caña y de bambú, de las que usan las gentes del lugar para pescar. El día resplandecía con la luz de un sol que había aparecido después de cuatro días de lluvia, frío y niebla. Al fondo, casi al final de la franja de tierra que se perdía mar adentro, había un islote pequeño, cubierto enteramente por gigantescos pinos de hojas azules, de esos que llaman de los Himalayas. Me senté en una piedra a contemplar el paisaje. Respiré hondo y me dejé llevar por esa sensación de libertad que me embargaba. Allí pasaría los próximos dos años. Saqué un papel y escribí: “Sobre Manthouke brilla la luz, desborda mi corazón tanta belleza”.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Algo caliente

Cansado de todo, el viejo escritor decide terminar su último relato. Ya nunca escribirá una línea más. Escribe la historia de un niño de diez años que no es feliz. Alrededor de él, el mundo se derrumba. Nada tiene sentido. Hace ya demasiado tiempo que no sabe lo que es sentir cariño, ni tener una familia o un hogar. El niño está solo, definitivamente solo en medio de la gente. El viejo escritor comienza a escribir eso, pero luego recuerda la historia del niño que creció y que se fue lejos, y decide escribir la historia de un hombre que no tiene un hogar. La titula: “Algo caliente”, y escribe unas líneas en una hoja de papel arrugado que dicen: mal tiempo, mucho viento, y de nuevo el frío matando las flores del parque. El jardinero dice que mañana va a nevar. Carmen, la asistente social, ha venido a verme. Me ha hablado de la madre y del pequeño. Ahora se ha ido y me siento fatal. Todo es un desastre. La vida es tan triste y tan extraña. Miserias que no se pueden cambiar. Esta noche la pasaré en el subterráneo, junto a Mateo y Marcos. Carmen me ha dicho que pasarán a las doce con algo caliente. Algo caliente... como si hubiera algo que pueda calentar mi corazón…El viejo escritor, mientras escribe esto, nota que está cansado, decide que tampoco terminará este último relato, que en la vida hay historias que es mejor no contar. Llega la noche y allá en el subterráneo, Carmen, llega junto con dos muchachos, traen un termo con algo de café caliente, y se lo ofrecen como si eso pudiera calentar su corazón.

martes, 10 de marzo de 2009

Nostalgia

Miraba aquellas fotos y sintió nostalgia. ¿Qué fue de todo aquello? Parecía que habían pasado mil años. Hasta ella parecía otra en esas fotos. ¿Dónde se fueron todos? Eran amigos, tan increíblemente amigos... Se sintió sola. Acababa de cumplir treinta años. Sintió que, de algún modo, se había terminado lo mejor. A partir de ahora ya nada será igual, pensó, y miró a su alrededor tratando de reconocer algún objeto, algo a lo que aferrarse, pero no encontró nada. Fue la primera vez que miró cara a cara a ese monstruo que los seres humanos llamamos tiempo, y que, desde ese día, iría junto a ella a todas partes.

lunes, 9 de marzo de 2009

El orden del mundo

Se apartó del camino y atravesó un campo de trigo. Donde acababa la falda, las espigas le hacían cosquillas. Reía. Era un día soleado y el mundo entero parecía vibrar como un gigantesco animal lleno de vida.
Frente a sus ojos, algunos pájaros cantaban y hacían cabriolas en el cielo. El horizonte se distinguía nítido, y unas montañas, con las cimas nevadas, brillaban con la luz de un sol que se filtraba entre las nubes blancas. El mundo está en orden, pensó, y se puso en el pelo una pequeña margarita.
Caminó un trecho más y alcanzó el lago. La orilla estaba tapizada con una hierba esponjosa y verde. Se quitó los zapatos. Era una sensación tan suave caminar sobre ella. Avanzó por la orilla y llegó a su rincón favorito. Bajo el roble centenario, de nuevo sintió esa sensación de que el mundo era un lugar hermoso. Él vendrá en unas horas, murmuró, regresará conmigo desde el sitio lejano al que se fue aquel día. Él vendrá en unas horas y entonces estaremos juntos para siempre.
Mientras pensaba eso, junto a la orilla encontró una piedra negra muy pulida. Se agachó a recogerla y entonces la vio. El ave muerta flotaba en el lago, con las alas extendidas y la mirada clavada en el fondo. Parecía volar, con su esbelto cuello mecido por la brisa que movía la superficie del agua. No consiguió apartar la vista. Permaneció allí, de pie, mirando aquel hermoso pájaro hasta que sintió un terrible frío en su interior. Todo el frío y la soledad del mundo se habían concentrado en ese sitio. Moría la tarde ya, cuando, por fin, miró a su alrededor. El sol se había puesto, y en la penumbra, el mundo era un lugar hostil y desolado. Entonces comprendió que él, como ese ave, tampoco volvería, y comenzó a llorar, y regresó llorando hasta la casa.

En Benarés

Cada mañana Lalhik se levantaba, desatrancaba la puerta de la chabola, y salía al descampado. Ese hombre lo había perdido todo, y sin embargo, algunos días, sentado sobre aquel trozo de muro derrumbado, miraba amanecer y se sentía infinitamente rico, feliz y enamorado.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Es marzo

Es marzo, noche de lunas y de silencios. Ríe el letrero de neón y un pájaro nocturno se desliza entre regueros de agua y alcantarillas. En la esquina de la calle Valverde con Gran Vía, la negra del pelo plateado espera un cliente. No hay un nombre que pueda definir su soledad. Ya es demasiado tarde, y en la calle desierta no queda un alma libre para ella.

martes, 3 de marzo de 2009

El vagabundo

Es tarde; los dioses entrecruzan sus miradas, y en la noche perdida los años de la juventud desaparecen. Apenas queda un rastro de alma en ese cuerpo que grita y que golpea el banco de madera, toda ella es cicatriz. Cicatriz y silencio que corre tras las sombras.
Esta noche ha venido desde lo más profundo de su tumba de soledad el hombre que se fue. Ha venido de pronto y luego se ha perdido de nuevo en esa oscuridad, pero he podido ver, por un instante, en el fondo de su mirada, el ansia de respuestas. Ha sido un brillo en sus ojos regresando de un pasado imposible ya de recuperar. Luego ha gritado, se ha erguido sobre su castigado cuerpo y un litro de cerveza a volado atravesando la plaza. ¡Me pondrán una cruz aquí mismo! -me ha dicho señalando el suelo cubierto de orines y excrementos-. ¡Porque Dios no me quiere, porque no es bueno!
El vagabundo se aleja calle abajo, algunas veces para, duda en un cruce, pero enseguida encuentra el rumbo, como si olfateara en el aire su destino. ¿Que piensas de la luna? -como un imbécil, yo, le había preguntado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Amanecer a solas

Aquella noche de nuevo no cantaron las sirenas. Tras la resaca de su última relación había vuelto a su lugar de siempre, a la patria de los que no tienen nada. Se sentó en el salón de aquella vieja casa alquilada y se quedó mirando al suelo. Las tablas de madera estaban cubiertas de una mugre que ya era imposible erradicar. Pensó que su vida, a lo largo de los años, se había convertido en algo parecido a ese suelo. En la calle amanecía y el mundo volvía a contemplarse con su mirada de cristal. Sacó un cigarro y fumó en silencio. Una noche más en esta celda azul -murmuró muy bajito-, y se tendió a dormir en el sofá.

UNiversos

Sentado en los restos de un viejo sofá destartalado, al fondo de la sala, observaba a la gente bailar, hablar, reír, hacer pequeños gestos. El humo inundaba el espacio de ese lugar adonde un misterioso destino nos había arrastrado. Aquella noche, diez mil universos se habían reorganizado para que todos nosotros coincidiéramos allí, decididos, cada uno a su manera, a construir un instante especial en el que poder olvidar, creer en algo, vivir, comprometerse, o romper la inercia de cualquier existencia fugaz, o tratar de entender una sola manera de continuar el camino, o quizás desaparecer tragados por la música, el humo y las ruinas de una desolación.
Yo observaba ese mundo nocturno de alcohólicos dementes, de locos desquiciados, de jóvenes que están en lo mejor, justo alcanzando ahora las cimas de sus vidas, con la euforia de un cielo que atrapar, repleto de estrellas, de oxígeno y de luz. Y también observaba a los otros, a los que ahora, después de un momento de gloria, regresaban, mezclados con una multitud de derrotados, cansados de su rápido ascenso por la existencia, terminado ya todo de pronto y sin saber apenas lo débil y fugaz del tiempo que habían consumido. A esos los veía rumiar febriles, murmurando, apartados, sus neurosis profundas, sus fracasos.
Sentado al fondo de la sala, con todo el infinito del tiempo de una noche por delante, borracho de experiencia y sensaciones, yo observaba toda la intensidad de esa vida que se desarrollaba ante mis ojos. Las curvas fascinantes en los cuerpos de aquellas chicas, sus rostros embrujados por la noche, las drogas, el baile y el alcohol, su forma de moverse en ese espacio repleto de humo y objetos invisibles, con sus cuerpos etéreos flotando sobre el agua estancada de una vida mediocre que habían conseguido engañar por un instante.
Junto a mí, un grupo de negros con aspecto de película del Bronx, preparaban su cóctel de sueños y de medicinas, con su pose de pandilleros duros y, al mismo tiempo, tristes, con su aspecto mezcla de niños y gigantes, atrapados en una historia irreal que ya ni ellos mismos se llegan a creer, apagados sus ojos de tristeza. ¿Dónde quedó todo aquello que nunca conocimos?, parecen preguntarse –pequeños gigantes desolados-, mientras junto a ellos, unos cuantos desconocidos, con gabardina y rastas, despliegan contra el cielo su estela de humo azul, mezclados con dos esquizofrénicos, que le hablan a la nada, perdidos sus cerebros para siempre por los efectos de ese dolor perpetuo que llaman metanfetamina y convierte los grandes pensamientos en un frágil cristal.
A mi lado, una chica, me trae de regreso al presente. La observo mientras baila una danza oriental. Sus hombros y sus manos, sus ojos, su sonrisa, lanzan al espacio la luz de un ancestral incendio. Toda la magia y la sensualidad de un universo extraño que late con la fuerza descomunal de alguna creación extraña que ejerce en los sentidos una tremenda y poderosa conmoción. Ella, por un instante, de nuevo, hace que se detenga el tiempo. Frente a mi corazón, lejano e inaccesible, como una galaxia a miles de años luz, se desarrolla el drama del existir del mundo, lo hermoso y lo terrible de la vida de cada ser humano. El tiempo se despliega y multiplica en cientos, miles de direcciones, mientras, a mi lado, mi amiga, atrapada en la magia de su danza, me sonríe, embrujada de noche y de futuro, mientras percibo, con toda claridad, como en ese momento se cierra una historia perfecta, la historia de un instante, de un momento fugaz de nuestras vidas que se pierde de un modo irremediable en un pasado extraño que nunca volverá.