lunes, 31 de agosto de 2009

En la quietud de la tarde

En la quietud de esta hora de la tarde te recuerdo. Los árboles duermen en paz, unos junto a otros, y un murmullo de sueños se extiende por el bosque. No llega hasta este sitio el olor de tu piel en el pasado, y se pierden en un olvido extraño las palabras de amor que te escribí aquel día. Pasan los meses y la distancia se hace más y más grande. Ya no parecen hermosas las estrellas y sin embargo todo esto también debe tener un fin y algún sentido. No queda mucho tiempo ya, los árboles me dicen que el otoño se acerca muy deprisa, y muy pronto veré como desaparecen bajo un manto de soledad los prados verdes. Hay un sendero que asciende entre la nieve. Un sendero de olvido, donde uno apenas recuerda lo que fue, tan lejos queda todo ya, tan lejos, tan abajo. Esta tarde la niebla cubre cualquier respuesta. Atrás sólo dejo paisajes desolados, sentimientos en ruinas, gestos que han perdido aquella frescura del pasado. No llores, corazón, no pares junto al río, camina sin cesar siempre hacia arriba. Se acabarán las nubes algún día, regresará aquel sol lleno de vida.

domingo, 30 de agosto de 2009

Desolación

Esta noche me pongo a escribir con un sentimiento de angustia que me encoge el corazón. Su vida, esa maravillosa vida que compartimos durante aquellos años, se ha ido para no regresar. Diecisiete años caminando a través de esa especie de túnel infernal y ahora, su luz se ha apagado para siempre. Tenía una enfermedad absurda. Todo lo que es definitivo y real tiene ese aspecto absurdo. Todo lo que no puede cambiarse y cobra forma en la fatalidad tiene ese aspecto absurdo… El escritor permaneció mirando la hoja de papel durante un rato. Ha muerto, murmuró, ¿y ahora qué? Arrugó la hoja de papel y la tiró a la papelera. Le hubiera gustado poder llorar o emborracharse, pero estaba demasiado cansado. Se aflojó la corbata de color negro, que no se había quitado aún, apagó la luz y permaneció en la oscuridad, sin hacer nada, oyendo sólo el sonido de su respiración. Estuvo mucho tiempo así, luego empezó a escribir, y escribió esto: esta noche me pongo a escribir con un sentimiento de angustia que me encoge el corazón, su vida, esa maravillosa vida que compartimos durante aquellos años, se ha ido para no regresar. Era especial, yo la quería, y hubiéramos podido ser felices siempre. Vivimos algún tiempo en una casa pequeña, muy cerca de una colina blanca, en un pueblo pequeño y blanco de la costa de Grecia…
El escritor dejó la pluma a un lado, se reclinó sobre el papel y hundió la cara entre sus manos. ¿Y ahora qué? Murmuró, ¿y ahora qué? Y comprendió que ya jamás habría nada.

jueves, 27 de agosto de 2009

Ascender

Muy bien, pensé: lo único que puedo hacer es continuar subiendo. Bajo mis crampones, la pared de nieve se perdía entre las nubes seiscientos metros más abajo. Vivir con toda el alma es arriesgado. Miré hacia arriba: una arista de nieve se prolongaba alrededor de cuatrocientos metros y acababa en un corredor de hielo que ascendía muy alto, hasta perderse de vista en un collado barrido por el viento. Subir, ascender siempre. Noté mis dedos insensibles bajo los guantes; aquello ya no tenía arreglo, pero eso ahora ya no significaba nada; había que continuar. Ascender por la arista más y más alto. Un paso, un golpe de piolet y luego otro, un paso, un golpe de piolet y luego… En una cornisa de hielo me detuve un momento. Era un lugar expuesto; una especie de islote de hielo colgando del vacío, pero yo estaba exhausto. El aire bramaba enloquecido. De pronto sentí que era espeluznante estar en un lugar así. La soledad se coló por cada uno de los pliegues de mi traje de altura. Mi cerebro no conseguía entender esa extraña belleza que ahora llenaba el mundo. El horizonte quedaba muy abajo y el cielo tenía un color extraordinario. Una oleada de nubes entraba por el este. El tiempo había cambiado de repente. Estoy muerto, pensé. Quizás había ascendido demasiado deprisa, demasiado alto, demasiado solo, como para regresar vivo. Quizás nunca iba a volver de ese viaje. Nadie regresa igual de este viaje, pensé, y luego recordé su rostro y cómo la quería, y un par de lágrimas empañaron mis ojos. Pronto se haría de noche y este mundo tan mío se helaría del todo, y yo me helaría con él. Lo peor no era la soledad ni el frío, lo peor no era morir, pensé, lo peor era saber que nunca volvería a verla.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Lobos de invierno

La alegría de sus risas era el único sonido que rompía el silencio sobre la superficie del lago helado mientras, alrededor de ellos, las montañas, silenciosas y enormes, perdidas en su inmensidad, los contemplaban. La vida era como un diamante perfecto y cada instante de ella brillaba entre sus manos como el destello de un rayo de sol sobre un cristal de hielo, y todo era tan bello y tan perfecto que, hasta el aire, encogido, apenas podía contener todo ese espacio. Una felicidad completa arrastraba todo el azul del cielo tras de si. Los dos, solos en medio de su soledad, vivían su momento, y no necesitaban nada más. Regresaron tranquilos, caminando despacio, desde la eternidad, con la puesta de sol a sus espaldas, hasta la vieja casa perdida junto al río. En el valle, algunos alces cruzaron la ladera; regresaban al mundo de los vivos, dejando la huella de sus pisadas en la nieve. Esa era la señal: el verano llegaba a su fin y pronto, desde el bosque, llegarían los lobos del invierno. Aquel era el momento de vivir. Quedaba poco tiempo y había que quererse con furia y desesperación. Así funcionaban las cosas en ese remoto lugar que habían escogido. Ese era su universo y allí no había tiempo para demorarse en nada que no fuera esencial. Ya en la casa, sentados junto al fuego, con una taza de te caliente apretada con fuerza entre las manos, se miraron a los ojos durante mucho tiempo…

martes, 25 de agosto de 2009

Unas palabras

¿Quieres beber?, me preguntó, extendiendo su brazo, y me ofreció lo que quedaba del litro de cerveza. Yo me quedé mirando aquel pequeño brazo, delgado, de piel blanca, con los dedos de alguien marcados aún en él. Gracias, hoy no quiero beber, la contesté. Era tan joven y estaba tan maltrecha que ya casi no parecía un ser humano. Eran las doce de la noche y en la plaza aún había gente. Un viejo me pidió un cigarro. La joven continuó:
¿Qué te pasa esta noche?, me dijo, ¿qué estás pensando?
Pensaba que lo único real no es más que este mismo pensar, le contesté (quería parecer inteligente), que todo lo real y todo lo que existe sólo existe en nosotros. Porque en nuestro trayecto por la vida todo se reduce a pensar, observar, descubrir, comprender, y luego transformarse y tratar de vivir.
La joven me miraba, casi sin parpadear. Tú estás chiflado, dijo, y encendió otro cigarro. Pero siguió escuchando.
¿Sabes?, continué: hay que vivir como viven los genios; con esa mezcla de coraje, tenacidad, alegría y talento que sólo poseen los que tienen un objetivo claro en sus vidas. Porque hay que tener mucho coraje para seguir viviendo cuando aprieta el dolor, la enfermedad, la soledad, la muerte, porque todo es transformación y lucha y desafío. Desafío brutal contra el paso del tiempo, Porque nunca debemos olvidar que siempre está ocurriendo algo muy especial dentro o fuera de ti. Sólo hay que tener el valor de continuar despierto y contemplar la vida y aceptarla y vivirla como es. Y también hay que viajar. ¿Sabes?, viajar cruzando todos los continentes, saber ir y volver, cientos, miles de veces, hasta que en un momento extraño, comprendes que ya no necesitas viajar porque es tu alma la que se va a recorrer ese mundo lejano a cada instante, y entonces empieza tu verdadero viaje. El viaje que lleva a tu interior. El viaje más intenso que emprenderás jamás.
Mi amiga sonrió: el chino de heroína ya había hecho su efecto. Cinco años más atrás debió ser muy hermosa. Ahora ya no quedaba nada de todo lo que fue. Sólo un pequeño brillo saltaba de su rostro hacia mi corazón algunas veces. Algo que aún sobrevivía oculto y misterioso en lo más hondo de sus ojos. Yo contemplé esos ojos y allí encontré, olvidadas, todas esas palabras mías, mojadas por sus lágrimas, rotas por su dolor, y parecían absurdas, y parecían torpes, y no tenían sentido. ¿Que te pasa esta noche? Me dijo la chica con tristeza, y se quedó dormida. Era temprano aún y en la plaza quedaba gente.

lunes, 24 de agosto de 2009

Sin esperanza

Salía fuego de los objetos. El aire no se podía respirar. El mundo entero parecía haberse convertido en una hoguera furiosa y turbulenta. Llegará el invierno, me dije, y llegará de pronto, cuando menos lo esperes. Llegará de nuevo ese maldito invierno, con sus noches de hielo y sus días de frío. Ahora, lo único que queda es resistir. Resistir al calor, con paciencia y con determinación. Continuar atravesando este absurdo desierto sin vida, con sus horas eternas de sol, su mediodía muerto, su tarde, su verano... Sin pararte a pensar; deslizándote lo más suave posible en medio de la noche, enredado en tus sueños, como esa gaviota que, en su vuelo, aún parece dormir, con los ojos cerrados, a solas, sin ninguna esperanza. ¿Cuanto tiempo se puede volar con las alas quemadas?, pensé, mientras mis pies, a cada paso, se hundían en la arena de ese espacio infinito. Frente a mí, hasta donde alcanzaba la vista, todo era igual. No había nada más que arena. Un infinito mar de arena blanca sin fin y sin sentido.

domingo, 23 de agosto de 2009

Buscar

Ella se había ido y no iba a regresar. ¿Por qué el destino hace que nos equivoquemos siempre? Yo no había buscado aquello. Nos conocimos, salimos a cenar y todo era sencillo, y ahora, sin embargo, las cosas se habían complicado. La vida nos zarandea de un lado para otro. Yo nunca tuve claro eso de que era el dueño de mi vida; más bien al contrario. Yo intentaba continuar, encontrar y seguir el rastro de mi vida a través de todo aquel espacio hostil de cada día, pero el destino, siempre el mismo destino, truncaba mis deseos. Me había costado años de esfuerzo conseguir ese estado de mínimo equilibrio y ahora aparecía ella, cuando todo en mi corazón parecía estar en paz…
Arrugó la hoja de papel donde había escrito eso y la tiró a la papelera. ¿Porqué no puedo escribir?, pensó, y luego, de pronto, comprendió que cuando un escritor está ocupado con las cosas normales de la vida resulta mucho más difícil escribir. El escritor debe permanecer al margen, nunca debe implicarse. El escritor debe ser sólo un observador. Alguien que observa y cuenta. Nada más.
Sonrió con amargura. Sabía que eso tampoco era verdad. Entonces ¿Qué sucedía? ¿Por qué no conseguía escribir? Mientras pensaba en eso llamaron a la puerta. Abrió. Era ella. Traía en la mano una botella. La miró y comprendió que la quería. La quería de un modo irremediable. Probablemente había empezado a quererla demasiado.

viernes, 21 de agosto de 2009

Un gesto

…Regresar al origen del ser, descansar en lo más profundo de tu propio mundo, después de mil años de rodar por caminos, paciente y más sabio, y acabar la labor de mi vida, tranquilo y en paz, a tu lado, y olvidar esas cosas, que nunca tuvieron un bello final…
Escribir siempre resulta extraño; se mezclan tantas cosas allá en lo más recóndito del alma de cualquier ser humano, que cuando uno se adentra por esos pasadizos, oscuros, tenebrosos, siempre termina comprendiendo que no hay un solo lugar donde se puedan refugiar las cosas que queremos. Sería tan necesario poseer un espacio seguro en el alma donde recoger las experiencias, una especie de hogar donde guardar los sentimientos que no queremos que sean destruidos por la fuerza del huracán del tiempo. Pero es lamentable, ese espacio no existe. Estamos desprotegidos ante el olvido y siempre, al final, los mejores recuerdos agonizan y mueren sin que tenga remedio. Todo se difumina y se pierde entre las brumas de un pasado lejano que somos incapaces de abarcar. Al final, uno comprende que sólo somos cenizas de un ser que alguien depositó en un prado de un monte solitario en el pasado. Si regresamos un día, después de muchos años, al lugar donde alguien se afanó en ese inútil gesto de cariño, comprendemos que no queda de esa ceniza nuestra ni el recuerdo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Regresar

...Tal vez todo consista en regresar a ese tiempo donde nada existía y las cosas no se resquebrajaban de esta manera sórdida y atroz. Tal vez todo consista en resistir: resistir otra noche, otro día, en otra parte de esta ciudad. Escribir y leer; observar a la gente y tratar de aprender de esa manera absurda, loca y tenaz, como si aún importara algo la vida y hacer lo que tienes que hacer: regresar al camino, y seguir dando un paso tras otro, hasta que se queden atrás los horizontes, las ideas; afilar los cuchillos, esparcir las entrañas de tu alma en cada cuneta y crecer desde dentro otra vez hasta que ya no quede nada de ti, ni tu propio recuerdo, y te hagas de nuevo dueño de ese vacío total que da forma a tu mente…
La mujer le pasó el litro de cerveza. No quería escuchar; estaba cansada de escuchar ese tipo de cosas tristes. Era el peor momento para eso, estaban en esa maldita hora de la noche donde es demasiado tarde para todo, pero aún queda un tiempo infinito para que amanezca. En medio de la nada, perdidos en el tiempo de sus vidas, ella y él, compartían aquella hora de infinita tristeza.

martes, 18 de agosto de 2009

Marcharse

Mientras hacía la maleta, poco a poco, se despidió de las cosas que siempre había amado, las cosas que en el pasado habían constituido el suelo sólido y real que ahora pisaba. Quería cambiar, cambiar a toda costa. Quería avanzar, sentir que caminaba hacia algún punto concreto de su vida, y para eso necesitaba un indicio, una señal, algo que la orientara en la dirección correcta, pero esa misma noche, de pronto, había decidido que no iba a esperar más.
Bajó las escaleras arrastrando la maleta, salió a la calle, caminó hasta la esquina y paró un taxi. El conductor no habló con ella. Al aeropuerto, dijo, y luego guardó silencio durante todo el trayecto.
Era de madrugada y en la Terminal apenas había gente; las salas estaban vacías, excepto algunas personas que dormían aquí y allá, tiradas de cualquier modo, sobre los bancos. Miró a su alrededor: quería cambiarlo todo, sentir que a partir de ese día las cosas iban a ir mejor, pero no conseguía apartar la sombra de amargura que se había ido formado en su alma a lo largo de los últimos años. Respiró hondo, avanzó algunos pasos y le entregó al funcionario la tarjeta de embarque y el pasaporte. El hombre le indicó que continuara y en ese instante ella sintió de un modo atroz que ya no había vuelta atrás, que no tenía opción, que había hecho algo definitivo. El corazón le latía con fuerza cuando avanzó hacia la siguiente puerta; iba a empezar el viaje más largo de su vida, un viaje sin retorno donde todo quedaría definitivamente atrás. De pronto notó que algo intenso y caliente crecía en su interior. Sintió que era valiente y que seguía viva y sonrió al reconocer aquella sensación. Era el latir del corazón de esa mujer que había muerto en ella hacía mucho tiempo y que ahora, en ese instante, regresaba a la vida.

lunes, 17 de agosto de 2009

Palabras pequeñas

...Escribo hoy para ti estas pocas palabras, mujer que sientes que todo es doloroso y triste, sólo para decirte que aun merece la pena resistir, que el cielo no queda demasiado lejos cuando hay una esperanza y queda algo de vida, y el mundo y las cosas conservan su latido perfecto, profundo, acompasado y lento, como la música que compone la humanidad. Una música dulce que sólo pueden oír los sabios y los enamorados, y aquellos a los que les queda muy poco tiempo para permanecer aquí, junto a nosotros. Escribo para ti estas pocas palabras, mujer desconocida. Son palabras pequeñas que apenas dicen nada, pero que van cargadas con todo lo mejor que sé y con lo que sueño.

domingo, 16 de agosto de 2009

Cuando menos lo esperas

Porque probablemente la vida no es más que una especie de sueño que acaba convertido en un sueño mayor, aquella noche decidí quedarme y dormí junto a ella. La vida, algunas veces me sorprende, y aquella vez me sorprendió. Me habló de algunas cosas que yo desconocía, de árboles rebeldes que luchan contra el mar, de soles que no se ponen nunca, de peces que atraviesan desiertos sin arena, de cómo había logrado vivir en libertad. Me enseñó un par de cosas que aún no he comprendido, me regaló tres versos y le puso mi nombre al remanso de un río, y luego, igual que había empezado, la noche terminó.
Así funcionan siempre las cosas en la vida: cuando menos lo esperas te late el corazón.

jueves, 13 de agosto de 2009

Esa forma que tienes de mirar el cielo

Es muy tarde y ella está sentada sobre una colina de hierba bajo las estrellas. Esta noche hay un brillo especial escondido en sus ojos. Cuando mira hacia el cielo, la luna la observa, y el tiempo detiene su marcha y permanece a la espera. Esta noche hay un brillo especial en sus ojos, y la luna y todo el universo, intentan comprender el misterio que pasa por ellos. Mientras tanto, su ángel despliega las alas, y en la brisa se escribe una historia, y al instante, en sus ojos, se concentran de un modo increíble todos nuestros sueños, lo mejor de la vida, el instante presente, lo más bello y profundo de todas las cosas, el milagro de lo que es eterno.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El peor lugar del mundo

Aquella noche la palabra vivir no tenía ningún significado para mí. Había llegado a esa ciudad después de un viaje interminable en un viejo y mugriento tren que paró en todas las malditas estaciones que encontró en su camino para dejar pasar a otros malditos trenes más rápidos, lujosos e importantes que el mío. Mis pantalones vaqueros, que un día fueron de un cierto agradable color blanco desteñido, tenían un aspecto lamentable. Lo primero que hice al pisar aquel lugar fue darme un fuerte golpe en la cabeza con una contraventana de hierro que había en el andén de la estación. No me gustó ese sitio. Era el peor lugar del mundo y mi estado de ánimo se ensombrecía más y más. Allí estaba yo, limpiándome la sangre de la frente en los servicios de un bar que encontré al doblar la esquina. Cuando acabé de lavarme me senté en una mesa. Me dolía la cabeza. Pedí un bocadillo y un vaso de agua. Sólo tenían boquerones en vinagre. Da igual, pónmelos, le dije al camarero, si es que a ese tipo asqueroso de ese bar maloliente se le podía llamar camarero. A las tres de la madrugada, harto ya de dar vueltas, me tumbé a dormir en un soportal que encontré en medio de la oscuridad. A las cuatro me desperté: me picaba todo el cuerpo. Han sido los boquerones, pensé, y pasé las tres horas siguientes rascándome con furia los brazos, la cara y las piernas. A las seis me dormí, completamente agotado. A las once me despertó un murmullo de pasos. Una voz de mujer susurraba: pobrecito, pobrecito... Abrí los ojos. Me dolía la cabeza y tenía las manos y la cara hinchadas. Tardé en comprender que me había quedado dormido en la puerta de una iglesia. Era domingo y esa gente quería entrar y, para poder hacerlo, pasaban por encima de mi cuerpo. Yo tenía diecisiete años, la vida era una mierda y esa ciudad era el peor lugar del mundo. Me lavé en una fuente y me marché de allí. Ya no recuerdo ni el nombre de ese lugar, sólo recuerdo el olor de aquel bar y el sabor áspero que dejaron aquellos jodidos boquerones en mi boca.

martes, 11 de agosto de 2009

Un día más

Sólo era un día más: un día como otro cualquiera. Miró a su alrededor: la vieja se quejaba en una esquina. Se quejaba de todo y de nada, igual que cada día. ¡Qué asco!, pensó, y comenzó a andar calle abajo. Aún era temprano y las tiendas no habían abierto todavía. Tenía la boca seca y le dolía la cabeza de un modo insoportable. Pensó que lo mejor sería acabar de una vez, pero pensaba eso cada día. Luego, un poco más tarde, cuando al fin había conseguido que alguien le diera un cigarrillo y había bebido un trago, las cosas se centraban y andaba algo mejor.
En la esquina, un hombre se afanaba arreglando el cartel del bar que unos gamberros habían destrozado por la noche, él lo observó: no tenía nada mejor que hacer. El hombre, subido en una escalera, le miró, pero no dijo nada. En ese instante pasó el barrendero. Le pidió un cigarrillo. El barrendero le miró de arriba abajo y se lo dio sin decir nada. Al fondo de la plaza se oyeron unas voces; era el loco que ya andaba haciendo de las suyas. El Belga pasó en ese momento; llevaba un vaso de plástico con vino. Le pidió un trago. Bebió. Era un día más: un día como otro cualquiera. La tienda de comestibles aún no había abierto. Pensó que lo mejor sería acabar de una vez, pero pensaba eso cada día. Luego, después de fumar un cigarrillo y beber un trago, las cosas empezaban a arreglarse. Sólo era un día más.

lunes, 10 de agosto de 2009

Triunfar

Con el paso de los años había visto muchas historias parecidas. La vi subir muy alto, muy deprisa, sin pararse un instante a contemplar el mundo en el que vivíamos los demás. Había triunfado y sin embargo no había aprendido nada en su viaje. Lo cierto es que ahora, después de esa experiencia, todo lo que anhelaba yo, le parecía irrelevante. Sí; yo había presenciado muchas historias parecidas, de triunfos y fracasos, por eso no quise quedarme.
Levanté la vista del papel. Miré hacia la orilla del mar. Hacía un día espléndido: las olas traían a la playa un mensaje de luz y de esperanza. Era verano y el mundo parecía reventar de pura vida. Todo era hermoso y bello y eso me hacía sentirme algo mejor. Podía imaginármela llegando del trabajo, igual que cada día, con su maletín de cuero y su portátil. Esa mujer sabía adónde iba; tenía muy claro su futuro, pero yo ya no formaba parte de él. Yo no estaría allí, ni volvería a compartir esa forma de vida. Tomé un café y cuando terminé, salí del bar y caminé por una carretera secundaria. Hacía un día espléndido y me sentía bien. Se respiraba paz. Había tomado una decisión y en ese instante aquella carretera tenía un aspecto bastante más acogedor que su cama vacía.

domingo, 9 de agosto de 2009

Cansado

Entre tantas historias, y sin saber muy bien porqué, de pronto, me sentí cansado. Todo iba bien, las cosas se desarrollaban de un modo positivo, entonces… ¿De dónde procedía toda esa sensación de hastío que empezaba a llenar mi alma? Pensé durante un rato en eso y llegué a la conclusión de siempre: buscaba otra cosa que le diera un sentido a mi existencia. No sabía qué: sólo sabía que aquella no era la forma de vivir que yo anhelaba. Pero realmente ¿qué clase de vida quería llevar yo? Nunca lo había sabido. No creo que nadie con un carácter parecido al mío lo llegue a conocer jamás. Uno prueba una cosa, conoce a una mujer, acaba en un lugar, empieza una amistad con una gente nueva, pasa una temporada, y luego, de pronto un día huye. Se marcha con lo puesto, en medio de la noche, para no regresar. Así había sucedido siempre.
Aquella tarde llovía y sin embargo mi amigo Skippy estaba junto al semáforo, sentado en su silla de ruedas. Tocaba la flauta para nadie. Me acerqué a él y le saludé. Me devolvió el saludo y continuó tocando. No hablamos. No había nada que hablar: él estaba sentado y yo de pie. Permanecimos bastante tiempo así. A nuestro alrededor la enorme plaza estaba en completo silencio. Sólo se oía el ruido de la lluvia al golpear la chapa de los coches y la flauta de él. El agua me caía por la cara. Skippy no tenía piernas; llevaba unos raídos pantalones cortos y yo miraba sus muñones. Mientras los contemplaba no pensaba en nada concreto. Sólo observaba cómo habían cicatrizado aquellos dos trozos de carne a pesar de la mugre y la humedad. Al rato me cansé de estar allí, bajo la lluvia, mirando sus muñones, y empujé la silla de ruedas hasta un soportal. Una de las dos ruedas no funcionaba bien y había que arrastrar la silla de lado a cada paso para poder mantener la dirección. Skippy seguía tocando. Tocaba todo el tiempo. Yo suspiré: estaba hasta los huevos de oír aquella flauta.

jueves, 6 de agosto de 2009

En la calle de Nadie

Al final de la calle de Nadie, en el cruce con la calle del Barco y la del Desengaño, me encontré con ella. Llevaba los mismos vaqueros de entonces y aunque tenía los ojos cansados, pude reconocerla porque aún conservaba los parches de siempre cosidos sobre su corazón.
-Yo te conozco -dije-, aunque ha pasado mucho tiempo desde que me dejaste durmiendo, tirado en el suelo de aquella nave junto al malecón.
Ella me sonrió y yo pude comprobar que era la misma, y en mi alma le di gracias a dios porque aún seguía viva y de pie sobre este mundo absurdo, lleno de calles sucias, de miseria, tristeza y de desolación.
Cenamos muy juntos, sentados en un banco, dos bocadillos de pasta de sandwich vegetal y un par de bolsas de patatas con cerveza, y al final de la cena le dije entusiasmado:
-El mundo es mucho mejor desde que estás conmigo -ella rió: siempre le había gustado que le dijera este tipo de frases tontas.
-Tú sigues siendo el mismo estúpido poeta encantador -me respondió, y me dio uno de esos besos suyos, tan torpes y tan inseguros.
Y seguimos charlando así toda la noche, y en la calle de Nadie, en el cruce de la calle del Barco y la del Desengaño, bebimos cerveza y comimos un par de bolsas de patatas, y una vez más, en esa hora extraña, justo antes del amanecer, sentí que estaba vivo, que era feliz, y que todo tenía un mínimo sentido, y comprendí también que la vida es un misterio sin solución, que, sin remedio, a pesar de nuestro esfuerzo, se nos escapa de las manos siempre.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Cansancio

Estaba sentado en las escalinatas que descendían hasta perderse bajo las aguas verdosas del estanque. Frente a él, dos cisnes picoteaban unos trozos de pan que alguien había tirado. Pensó en todo lo que le había sucedido aquel último año y sintió como si una avalancha de tiempo y soledad cayera sobre él. De pronto se sintió cansado y viejo. Demasiado viejo y cansado como para continuar.
Eran las cuatro de la tarde y el parque estaba desierto. A su espalda cantaba un pájaro y al fondo, una pareja de ancianos dormitaban, sentados en un banco. Hacía calor y aunque estaba a la sombra, sintió como si el aire le aprisionara el alma. Suspiró y al instante un viejo pensamiento vino de nuevo a él: su vida había girado en círculos. Se recordó a sí mismo, sentado en esas mismas escaleras, cuando era sólo un niño y se había escapado del colegio. Todo en su vida había sido un completo fracaso. No había aprendido nada, no había avanzado nada, no había superado nada, y ahora, después de tantos años, comprendió que ya era demasiado tarde, que nunca llegaría a ningún lugar, y lo peor de todo era que ahora, llegado este momento, ni siquiera sabía qué ideales quería conservar. Comprendió que lo había perdido todo, hasta esos sentimientos que tanto había cuidado, y se sintió vacío. Sintió un vacío dentro que era desgarrador.
Un par de pájaros pequeños se posaron junto a sus pies. Los observó. La vida es una mierda, dijo, y los pájaros retrocedieron dando pequeños saltos. La vida es una mierda, repitió, y se durmió agotado. Eran las cuatro de la tarde de un día de verano y el mundo entero parecía dormir. Quizás todos estemos muertos, quizás el mundo entero ha muerto y ya no hay un motivo por el que luchar, murmuró, antes de quedarse dormido por completo.

martes, 4 de agosto de 2009

Cuando despertó

Aquella mañana, cuando al fin despertó, recordó lo que había sucedido y comprendió que hasta de esa tragedia podría recuperar algo que fuera utilizable. Miró a su alrededor y comenzó a recoger los restos del naufragio. Despacio, muy despacio, rescató de las aguas cosas que un día para él fueron valiosas y que ahora yacían, sucias y abandonadas, flotando entre las rocas. Mientras hacía eso recordó las palabras que ella le dijo un día y sonrió. Entonces no había entendido nada, pero ahora lo veía todo con una claridad mayor. De alguna manera, por fin, después de tanto tiempo, su mente había regresado del dolor, y tras esa experiencia, se había desplegado, infinita y perfecta, sobre la belleza del mundo. Ella había muerto; ya no regresaría jamás, pero a pesar de todo había que continuar.
Aquella mañana, entre las rocas de los acantilados que descendían hasta el azul del mar sintió que, si uno se paraba a contemplar con todos sus sentidos lo que le rodeaba, a cada instante sucedían cosas maravillosas. Se asombró de la claridad fría del agua, del olor de las algas que se secaban al sol sobre la arena, del tacto rugoso y cortante de las rocas, del vuelo de nieve de la gaviota, del cielo interminable que se abría ante él como un presagio de futuro, del murmullo del viento entre los pinos que bajaban casi hasta la orilla del mar. Se asombró de estar vivo, de la vida y la muerte, se asombró de sus sueños, de sus ganas inmensas de vivir, que ahora, de pronto, habían regresado. Sintió todo el misterio de su resurrección, y sentado en la orilla del mar pudo, por fin, llorar, y lloró mucho tiempo pensando en que incluso el dolor más inhumano acaba desapareciendo y comprendió que ya no volvería a verla nunca más y con un gesto triste se despidió de ella para siempre.

lunes, 3 de agosto de 2009

El agua

Ella miraba el agua y él la miraba a ella. Trescientos sesenta y cinco días atravesando un desierto sin fin quedaban muy atrás. Contempló el horizonte; ya casi se ponía el sol y decidieron bañarse una vez más. Cuando entraron en ese mundo de fría transparencia un pez se fue hacia las profundidades. La chica de ojos tristes seguía pensativa. Nadaron en silencio hasta que desapareció la luz. La oscuridad contaba sus secretos a los pájaros y una luciérnaga brillaba entre unas ramas. La luna llena se apoderó del cielo y al rato los ojos de la chica se llenaron de estrellas. Había miles, millones de estrellas en sus ojos. Él contempló su rostro y por primera vez en mucho tiempo pensó que tal vez había merecido la pena resistir. Aquello no era el cielo, pero se estaba bien, y en un instante extraño le dio gracias al universo porque a pesar de todo el sufrimiento aún era capaz de sentir esa sensación. Se sentaron sobre una roca. Ella miraba el agua pensativa y él la miraba a ella. Su cuerpo mojado brillaba de un modo fascinante bajo la luz plateada de la luna. Sus viajes eran muy diferentes, y sin embargo, algo, como un destino extraño, hacía que cada cierto tiempo, coincidieran en un lugar así. Mirando a aquella chica él comprendió que aún no sabía nada de la fascinación del mundo, del agua o de la magia desesperada de la luna. Que no sabía nada de él ni de esa chica, que, a cada instante, tomaba un camino diferente, y que ahora había comenzado a caminar de nuevo hacia un punto lejano al que él no llegaría jamás, situado entre ese laberinto sin fin de las estrellas.

domingo, 2 de agosto de 2009

Separación

El ángel de las catástrofes voló sobre su corazón y en la casa en la que habían vivido se rompieron los platos, los vasos, los retratos. Exploraron a fondo el territorio abrupto de sus quejas, y en la mesa vacía ya no quedó nadie a la hora de la cena. Se apagaron las luces y cada habitación fue un reino de silencio. No había cortafuegos, ni gestos, ni palabras que fueran capaces de extinguir la furia de sus desencuentros. Las caricias huyeron. Él encontró un camino hacia rostros extraños, hacia pieles lejanas, hacia labios que tenían otro sabor, mientras tanto, en la casa todo siguió su rumbo cotidiano. Se apoderó de ellos el mal de la rutina, el trabajo sin ganas, el dolor de vivir entre restos humeantes de una forma de vida fracasada… Nunca hubo dos seres más extraños compartiendo una misma cama. Nunca hubo dos almas destrozadas más unidas en la separación.