jueves, 29 de octubre de 2009

La vida

El viento, enredado en las copas de los árboles, cantaba una canción. Él se paró a escuchar. La conocía. Hablaba de cosas antiguas, de otoños perdidos en el tiempo, que volvían ahora, de pronto, cargados de recuerdos. Eran las diez de la mañana, el sol brillaba y el mundo parecía un lugar deshabitado. Caminó hasta la fuente y se lavó la cara. Sentía una sensación de libertad extraña y mientras respiraba el aire limpio y fresco, notaba como, poco a poco, le invadía una especie de plenitud que no sabía definir. Tenía hambre. Pensó cuándo fue la última vez que había comido, pero no conseguía recordar. Recogió algunas moras de las zarzas que había a un lado del camino y las comió. Al instante el sabor inundó su cerebro y entonces recordó una tarde lejana, tan lejana en el tiempo que ahora ya no parecía real. Los dos volvían de vuelta hacia su casa, atravesando los campos en silencio. El sol se ponía en el horizonte. Caminaban muy juntos, pero sin tocarse, cada uno sumido en sus pensamientos. Él la miró un instante y entonces comprendió que la quería. Quería a esa mujer como nunca había querido a nadie antes de ella. No sabía porqué: tal vez ella daba respuesta a todas las preguntas de su vida; tal vez ella misma era la única respuesta. Esa mujer guardaba en su interior el misterio final que le daba un sentido a todo lo bello y permanente de este mundo, a todo lo que para él era importante y existía. No lo sabía bien. Tal vez, sencillamente, ella era la vida, y fuera de ella ya no existía nada.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Una mujer

La primera vez que hablé con ella recuerdo que me llamó la atención ese punto, allá en el centro exacto de su corazón, donde brillaba con toda claridad una luz de esperanza. Era fuerte y generosa, y sobre todo -y esto era lo mejor-, tenía unas ganas locas de ser inteligente. Luchó con todos sus demonios y algunos de los míos. Luchó como una gran mujer desesperada, y un día, por fin, se decidió, salió a la calle y comenzó a correr, y construyó puentes, murallas, carreteras de luz, saltos de agua. Se hizo valiente a fuerza de superar obstáculos, de dormir entre lobos, de quemarse en el fuego de las tristes hogueras del tiempo. Derrotó a cien dragones y al final, con los años, comprendió lo que era, y creció desde cero mil veces, y se hizo mujer a cada día hasta que se multiplicó la fuerza de su corazón y llenó con su luz todo el cielo.
Ahora que ha pasado tanto tiempo y no he vuelto a tener noticias de ella, recuerdo con nostalgia que hablaba como nadie de cuestiones profundas de filosofía, que entendía a la perfección todo ese loco mundo del vacío, que era capaz de devorar a un hombre en un instante, y que estar junto a ella era como permanecer de espaldas al borde de un abismo, saltar desde un avión a la cima de una montaña, amar, ahogarse y naufragar, todo en un mismo instante… Os lo aseguro; aunque era una tortura esa mujer, nunca he vuelto a sentir con otra lo que sentí con ella.

lunes, 26 de octubre de 2009

Siempre la noche

Siempre la noche, envuelta en su mundo de oscuridad, y ese dolor de todo, que no termina. El frío va ganando terreno a la cordura mientras el resto de la humanidad se refugia en sus casas. La soledad reina en la calle y el frío retoma su forma original, y es un cuchillo que despedaza el alma de los que lo han perdido todo en el pozo sin fondo de sus vidas. Vidas que se prolongan sin esperanza alguna. Deseos de extinción que acaban con cada amanecer, y un vaho que sale de lo más hondo de los buenos recuerdos y que es calor que se marchita y se pierde en el aire. Olor a vino y sangre y mugre de trescientos sesenta y cinco días. Todos tuvimos un momento en el que fuimos algo antes de no ser nada. Y alguna chimenea arde en un acogedor salón, en este mismo instante, y todos lo sabemos y ella también lo sabe, y en su locura, mira con rabia y le grita al policía. Se la llevan de nuevo, la loca, la histérica, la demente, la agresiva. Las cosas pasan, los hombres, las mujeres... Ella hace tiempo fue una mujer hermosa, pero ahora todos miran con repugnancia, pasan, y nadie se detiene, sólo el dolor que precede a la muerte, pero esta noche la muerte no alcanza a la comunidad de los que han sido derrotados por la vida. La muerte llega lenta, se toma sus tragos muy despacio, sabe que tiene todo el tiempo, que ya no va a existir un renacer, ni la aurora del mundo brillará nunca en la esquina, por eso la muerte esta noche no tiene prisa. Y me miro a mi mismo y pienso en cuantas veces, envuelto en este frío, perdido para siempre en mis recuerdos, he regresado a ti; tú, la perfecta, la gran desconocida, rostro con rostro, labios con labios, palabra con palabra, pupila con pupila, y todo este dolor del mundo se me mete esta noche en el cuerpo, junto con la terrible soledad que trae este frío, pero la noche es noche, siempre la misma noche, que no termina.

domingo, 25 de octubre de 2009

Un deseo, un temor

Miré el reloj: eran las tres de la madrugada. Una hora extraña en la que puede suceder cualquier cosa. Sobre el suelo mojado se desplazaba, despacio, un gusano de color blanco. En este rincón en medio de la nada, me había construido mi propia sucursal de un infierno que había ido creando con el tiempo, yo mismo, a mi medida. Un infierno donde tenían cabida todas las formas del desconocimiento y del dolor humano. Allí vivía yo y allí pasaba la mayor parte del tiempo. Eran las tres de la madrugada, llovía, hacía frío y no quedaba ya ni un resquicio para la desesperación. A pesar de que no podía verlas, las estrellas seguían atravesando cada noche el cielo. Un cielo perdido entre andamios, escombros y montones de basura. Fuera de mi rincón, casi todas las almas dormían sus sueños. Eran las tres de la mañana y recuerdo que pensé que la vida, igual que sucede con los sueños, no es más que un deseo o un temor.

jueves, 22 de octubre de 2009

Ser

Quisiera algunas veces ser, en medio de la noche, hombre para lo eterno que hay en el hombre y heredar de los dioses esa forma suya de estar en la serenidad. Habitar en lo profundo de una maravillosa percepción, perfecta en su vacío, y así reconocer el renacer del alma en el principio de ese sentir profundo de las cosas inmateriales. Escuchar de tus labios la verdad como escuchan los sabios las plegarias sagradas del mundo y sentir esa felicidad que abrasa el alma y llena los ojos de esperanza. Trascender toda forma y convertirme en principio y final. Conseguir atrapar la unidad. Ser al fin, sólo ser, con todo el infinito potencial del alma humana. Pero ahora, esta noche, solitario en el mundo, pequeño, perdido, tan infinitamente humano, le pregunto a mi alma: ¿quién eres?, ¿qué buscas?, ¿dónde habitan tus dioses y se mueren de espanto tus demonios? En mitad de la noche comprendo que hay que caminar mucho para llegar a uno mismo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Una historia de amor

Aquella noche pensó en la soledad, el dinero, la muerte, el poder que machaca a los seres humanos, pensó en el destino, el azar, en el éxito y el fracaso. Pensó en el valor y en la cobardía; en la fuerza de los desesperados, pensó en la derrota, en la grandeza del hombre y en la búsqueda de la libertad. Pensó en el amor y sin pensar ya en nada más decidió saltar la tapia del jardín botánico de la ciudad. A las dos horas se presentó en su casa. Era temprano. Ella le abrió en pijama. Él llevaba en sus brazos dos ramos de flores variadas de plantas difíciles de encontrar, un ramo con treinta y cuatro tulipanes, catorce orquídeas exóticas, seis docenas de rosas rojas, y una carta de amor dulce como nadie había escrito nunca antes… Por la tarde se lo llevaron preso. Ahora es de noche; ella le espera, como casi todas las noches, en la puerta de la comisaría de la calle de Huertas en Madrid.

martes, 20 de octubre de 2009

Niño soldado

Una nada caliente se extendía por los campos hasta acabar en el muro de la desolación. Bajo él, expuestos al sol del mediodía, esperaban los niños. Tenían un aspecto grotesco, así, cubiertos de polvo, descalzos y vestidos de guerrilleros. Llegaron los hombres y apuntaron cada uno al suyo con sus rifles americanos, rusos, ingleses, franceses, alemanes, búlgaros, canadienses… Todos los hombres dispararon a la vez y los cuerpos de los niños se desplomaron. Recuerdo que pensé que en alguna otra parte del mundo, en ese mismo instante, un padre y una madre se sentarían a comer con sus hijos un plato de estofado. La operación se repitió una y otra vez. Los mismos hombres que disparaban arrastraban los cuerpos de los niños y los dejaban a un lado, apilándolos, hasta que se formó una montaña informe de brazos, de piernas, de cabezas… Luego me tocó el turno a mí. Hacía un calor terrible. Mientras miraba a los que me apuntaban comprendí que hacía mucho tiempo que todos habíamos olvidado cualquier resto de humanidad que hubiéramos podido tener en el pasado. Hacía un calor terrible. El aire olía a sangre. En la montaña de cuerpos uno de ellos gemía aún. Miré a aquellos hombres cuando me dispararon y, junto con mi sangre, un odio atroz quedó sembrado para siempre en el paisaje.

lunes, 19 de octubre de 2009

En alguna parte

Cien mil corderos con unos ojos tristes y en medio de ellos un lobo olfateando el aire, con la mirada fija, brillante, intensa; las orejas echadas hacia delante y los belfos cargados de saliva. Eran las tres de la madrugada cuando me desperté. Al principio no sabía bien dónde demonios me encontraba. Ella dormía; miré por encima de su espalda y al fondo, por una grieta de la pared, entraba la luz metálica de una maravillosa e inconcebible luna llena. Me incorporé.
Sobre el acantilado, el mundo era un lugar inmenso, salvaje; un espacio inconcebible que ocupaba una proporción magnífica en un punto del firmamento. No se oía ni un ruido. El silencio llenaba completamente todo el paisaje. Bajé por el sendero, entre los árboles, desnudo como estaba, y me metí en el agua. Nadé sobre la estela de la luna hasta salir a mar abierto y una vez allí me sumergí. Debajo de la superficie todo era oscuridad y una forma maravillosamente espesa de silencio. Había un mundo denso, carente de sonidos, bajo el mar, y en mi cerebro, yo tenía la sensación de estar nadando en mermelada. Cuando volví a la superficie de entre mis dedos salían diminutas estrellas de color plateado, que brillaban de un modo hermoso y al mismo tiempo extraño; brillaban y se apagaban al instante, igual que nuestras vidas.
Un pez muy grande, probablemente un mero, se escabulló bajo mi cuerpo en medio de la oscuridad. Regresé a aquella cama. Ella aún dormía. El reloj marcaba las cinco y me quedé dormido. En alguna parte de este universo un lobo olfateaba el aire con la mirada fija en un cordero.

domingo, 18 de octubre de 2009

Llegó la noche

Llegó la noche, el calor, y aquel beso primero.
Ya no recuerdo bien
la forma que adoptaba el viento al desplazarse
de tu espalda a tus pies.
Los demonios jugaban en tu alma, mezclados con mariposas blancas.
Descubrir cosas nuevas era sencillo
-un abrazo en medio de la noche-.
Tu cuerpo brillaba profundo, como un libro no leído antes.
Estaba claro:
el mundo nos necesitaba.

Pasó el verano y algo se nos rompió muy dentro.
Era el tiempo de los desastres, la realidad, y los caballos muertos
-aún oigo gritar a los caballos-.
Y traté de olvidarme del pasado.
Más tarde vinieron los cafés, las drogas, el tabaco, y el dolor que se esconde en el dolor.
El cartero murió sin avisarnos, se perdieron las cartas.
Nada era ya sencillo, las formas del vivir se complicaban
Yo llegaba tarde a todas las citas,
y unas sombras sin nombre cubrieron el paisaje.
Llegó el frío, la soledad, y el beso último,
Ya no recuerdo bien como fue aquello.
Estaba claro:
El mundo no nos necesitaba.

jueves, 15 de octubre de 2009

Las formas de la muerte (I)

Esa noche algo había cambiado en el mundo. Mientras caminaba, sentí como si una tristeza infinita hubiera cubierto de escarcha los objetos. El aire y la oscuridad eran más fríos, y todo parecía aguardar una especie de muerte encubierta, un desenlace fatal, un misterio, un final. Un hombre dormía su tragedia bajo un banco. Primero había perdido su trabajo, más tarde su familia, su hogar, su autoestima, y por último su fe y sus ganas de luchar. Ahora escondía cada noche su desesperanza en este oscuro rincón del parque. Había tardado exactamente trece días en encontrar un nicho adecuado donde tumbarse para siempre y olvidar. Trece días que pasó como pudo, caminando sin rumbo por las calles, sintiendo esa desolación que ahora le agarrota los dedos de las manos y le llena de hielo el hueco donde un día estuvo su corazón.
Esta noche, por fin, después de tantos días de dolor, el hombre que fue en el pasado se ha extinguido definitivamente. Ahora ya es otro muerto más. Uno de tantos muertos que, para su desgracia, no acaban de morirse hasta que la naturaleza decide su final.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Los primeros en rebelarse

Era temprano aún: ni siquiera se habían encendido las farolas. Yo no sabía en qué matar el tiempo y me senté a su lado. Leo bebía largos tragos de una botella de vino que había conseguido en un bar. Hablaba solo: bueno, realmente no hablaba solo; hablaba con un perro pequeño, de esos de lanas, que en algún momento de su vida había tenido el pelo de color blanco, pero que ahora tenía un aspecto lamentable. Le decía: “…mira, en este mundo en que vivimos hay un tipo de personas que son los primeros en rebelarse. Son gente de principios… ¡Ja!, ¿te lo imaginas? –paró de hablar y bebió un trago de vino, luego se limpió los labios con el dorso de la mano y continuó-, ¿principios, sabes lo que te digo?, se suelen caracterizar por ser de esas personas que dan un valor fundamental a su forma de ser, a su carácter y a su dignidad –trató de recalcar la palabra dig-ni-dad, pero se le trababa la lengua-. Este grupo de hombres y mujeres existen desde siempre y suelen ser pisoteados a conciencia, destruidos y apartados de un modo rápido, efectivo y brutal, por aquellos que tienen en sus manos el poder de decidir la vida y el destino de los todos demás. Son los primeros en ser aniquilados. ¿Te lo imaginas? ¡Ja! ¡Vaya negocio! Nadie quiere a esa gente cerca porque les abren los ojos al resto y a la gente corriente le incomodan también porque les hacen sentir cobardes. Molestan a todo el mundo. Ni en la guerra, ni en los trabajos… Ni siquiera en el arte los quieren. Su historia acaba mucho antes de empezar. Claro, luego sucede que el resto de la sociedad, ese rebaño acogotado y mediocre de los que callan siempre, aprovecha sus gestos para avanzar a cubierto un paso más, pero eso, a los que fueron los primeros en rebelarse, ya les da igual, porque no queda de ellos ni el recuerdo para cuando, por fin, reaccionan los otros. ¿Sabes, amigo? –el perro le miraba fijamente-, esta noche brindo por esa gente valiente que en este instante busca a la desesperada, solos, sin medios, sin ayuda, sin esperanza, sólo con la fuerza de su carácter y de sus convicciones, la forma de rebelarse contra todas estas malditas cosas que atentan contra la dignidad…” Leo se me quedó mirando después de decir eso. Yo le miraba a él y ninguno decía nada. El perro también nos miraba fijamente, como si estuviera esperando alguna conclusión, pero no había nada más. Se había terminado el vino. En la plaza ya habían encendido las farolas.

martes, 13 de octubre de 2009

Un hombre, en la calle

Hace dos semanas conocí a un hombre que mucho antes de ser pobre vivió en un gran palacio protegido del viento de la calle por una tapia alta y un seto verde. Escapó como pudo, esquivando a su paso mil rutinas. Quería entender y trató de mezclarse con la gente corriente, pero no fue capaz. En la marginación encontró su guarida, algo que compartir, tal vez su mala suerte o su destino, o tal vez su locura. Desde hace muchos años vive en una constante huida. Empezó por huir de su mundo, luego huyó de la muerte y de la sociedad, y ahora, sin saber bien porqué, con el paso del tiempo, le sucede que huye también de la vida. Ayer por la noche, antes de irse definitivamente, me entregó un papel arrugado y me dijo: “Ángel, esto es para ti”. En el papel había escrito lo siguiente:

“La muerte está en todas partes
en el perro, en la rosa,
en tu cuerpo y el mío
En el aire, en el tiempo,
y en la soledad.
Hay una guerra continua
entre dos combatientes
que no reconocen sus fuerzas.
La tierra y el viento
el agua y el fuego
la ignorancia del hombrela codicia y la paz.
Todos buscan su sitio
un espacio en el alma del mundo
donde quedarse y reinar.
Pero todo regresa
a su centro
al principio del fin del principio
y el universo es locura, estropicio,
puentes destrozados
desastres, historias,
momentos fugaces,
infiernos helados, desiertos sin luz”.

lunes, 12 de octubre de 2009

De noche

Luna llena
Su luz hace brillar la noche
El mundo está en silencio
La brisa mueve las hojas de los árboles
Todo es perfecto
y sin embargo
No dejo de pensar en ti.

jueves, 8 de octubre de 2009

Entre la nada y la noche

Eran las cuatro de la madrugada y en el cielo no brillaba ni una estrella. El Centro Nacional de Meteorología había anunciado tormentas y las nubes me parecían cuerpos de vacas muertas, manchadas de barro de un sucio color gris. Desde la puerta de un bar llegaba una canción a golpes. Sobre nuestras cabezas, en la cúpula del cielo, flotaba un presagio de acabamiento, el peso de un recuerdo, una tristeza. Todo era soledad, vacío, abandono total, desesperanza. ¿Qué somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué nos ha derrotado? Se nos acaba el tiempo, las fuerzas, la esperanza… Caminamos despacio, calle abajo, los dos sin decir nada, cada uno arrastrando su pasado. Todos nuestros demonios iban junto a nosotros. Yo miraba hacia el suelo y sentía esa sensación, ese vacío horrible del que no tiene nada. En ese mismo instante me coges de la mano. Sonríes levemente. Te miro, estás cansada, tienes los ojos tristes; los ojos más tristes del mundo. De pronto lo comprendo: entre la nada y la noche, tan sólo existes tú, y tú eres la respuesta. Te quiero con toda mi alma aunque eso ya no nos sirva de nada.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Siete de la tarde

Siete de la tarde: llueve. Desde el piso de arriba llega hasta mis oídos la música repetitiva que pone cada tarde esa mujer extraña que perdió la cabeza en un punto de su pasado que no quiero ni imaginar. Vive sola, no abre la puerta a nadie. Yo la oigo cada noche, mientras pasa las horas caminando a oscuras, de un lado a otro de la casa, dando pequeños golpecitos de ratón por las paredes, abriendo y cerrando las ventanas, dejando caer cosas al suelo... Así transcurrirá toda su vida, en medio de esta soledad... Siete de la tarde: llueve. El agua desciende por las cañerías con un ruido de catarata. En el piso de al lado se mezclan los gritos de los niños con los gritos de los mayores. Gritos histéricos, desesperados, gritos que no vienen a cuento. Gritos de unos niños que piden a gritos atención. Gritos de una mujer neurótica que pierde el control a cada instante. El marido grita también, este a su modo; es un hombre anulado; un ahogado en su mar de mala suerte, un cadáver sin rostro que la vida ha destrozado sin piedad. Si todos estos seres tuvieran un instante de lucidez que les hiciera ver en qué se ha convertido eso que ellos llaman sus vidas, se morirían de espanto, de pena y de dolor.... Siete de la tarde: llueve. Rugen las cañerías desbordadas. Miro alrededor y pienso que estos bloques de pisos son pozos donde vive la gente más infeliz del mundo, la peor comunidad de fracasados de la tierra. Detrás de cada puerta se palpa la infelicidad, la decadencia; en cada habitación, cada noche se construye un desastre, y cada nuevo amanecer se recoge esa cosecha de desolación de unas vidas desperdiciadas. Vidas que han terminado muertas mucho antes de la muerte. Vidas hechas de sueños rotos, de luchas imposibles, de instantes sin sentido, de cariños que han muerto entre olor a repollo recocido y facturas pendientes de pagar, de errores repetidos hasta la saciedad. Toda esta gente ha perseguido un sueño equivocado, han seguido un camino sin salida, y ahora, después de tantos años, ya no tienen fuerzas para cambiar, ni les queda valor para empezar de nuevo. Ahogados en sus vidas, dejan pasar los años, dejan morir sus almas. Yo observo sus miradas, observo con cuidado la forma como viven, la forma como piensan, la forma como hablan, y siento que son pollos de granja, que comen, duermen, sienten, al ritmo que les marca la luz de la pantalla de su televisor. Esos seres sin rostro viven al otro lado de un muro de ladrillos transparente, cerca, muy cerca, demasiado cerca de donde vivo yo. Perplejos, asustados, agresivos, locos, enfermos de una insatisfacción que les devora el alma. Se han convertido en muertos que esperan una muerte definitiva, mientras viven encadenados en un presente atroz. Y yo vivo entre ellos. Y lo peor de todo: yo también vivo ahí. Tal vez termine igual. Nadie está protegido de eso, nadie está a salvo de acabar sucumbiendo a esa asquerosa vida de rebaño que forma nuestra sociedad.

martes, 6 de octubre de 2009

Recuerdos

Recibías el día desnuda en nuestro acantilado sobre el mar y todo ese mundo de cielo y viento parecía haber sido hecho sólo para ti y cambiabas de piel a cada instante y te gustaba nadar a la luz de la luna y cada noche sentías una infinita sensación de libertad y era un tiempo en el que disfrutabas de todas y cada una de las cosas hermosas de la vida y no hacías distinciones entre dios y el diablo y jugabas con ellos y conmigo al gato y al ratón y no encontrabas desiertos de tristeza después de cada atardecer y el mar y el cielo no eran dos cosas diferentes y tu cuerpo era un regalo de luz y una escapada y lo más grande y lo mejor que yo podía llegar a desear y vivir era un riesgo constante que a ti y a mi nos encantaba y estábamos en posesión de la verdad y vivíamos al margen de todos y de todo sin papeles ni nombres y éramos jóvenes rebeldes salvajes descarados fuertes absurdos locos maravillosos seres capaces de luchar.
Todo era tan igual y al mismo tiempo todo era tan diferente aquellos años. Tú eras tan totalmente tú y yo aún tenía talento.

lunes, 5 de octubre de 2009

Kora

Me llamo Kora: soy una perra, tengo casi tres años y vivo con una mujer muy especial. Aún soy demasiado joven para entender cierto tipo de cosas pero a veces me tumbo en el salón y, mientras observo lo que sucede alrededor, me dedico a pensar. ¿Como empiezan las relaciones entre los animales y los seres humanos? No sabría decirlo con seguridad. Los seres humanos siempre son un misterio para mí: simples en su naturaleza y al mismo tiempo tan complejos. Recuerdo cuando la conocí: yo sólo era un cachorro y ¡qué difícil era tratar con ella! Todo en esa mujer era desconcertante, todo era complicado. Los gestos torpes de sus manos, sus palabras, su forma de quererme y de enfadarse... No seguía ningún patrón, cambiaba a cada instante. Era desconcertante. Luego, con el paso del tiempo, poco a poco, nos fuimos entendiendo.
Recuerdo una tarde de invierno. Ella estaba sentada en el sofá. Algo había pasado. No se la oía casi ni respirar. Yo no entendía nada, pero notaba aquella sensación extraña en el ambiente. A ratos, tenía la mirada de un cachorro, y otras, un brillo cortante en sus ojos que me hacía temblar. Pasó algún tiempo así. Aquellos días aprendí a prestar una gran atención a los detalles. Ahora sé cuando todo marcha bien y sé también cuando debo apartarme. Conozco sus costumbres, sus estados de ánimo, su forma de vestir y de arreglarse, cada uno de los gestos de su rostro, su forma de sufrir y de recuperarse. Ahora, después de tanto tiempo, creo que ya comprendo casi todo lo que pasa por su cabeza. Es la mejor mujer del mundo. A veces se equivoca -tiene un carácter endiablado algunas veces-, pero eso me da igual. Ella decide el destino de mi manada desde que sale el sol hasta que se oculta en el horizonte, y eso debe ser complicado. Por eso a veces es feliz y a veces no, pero casi siempre duerme profundamente. A mí me gusta contemplarla mientras duerme, cuando toda la casa está en silencio, y sentir como el mundo entero gira a su alrededor. Ella decide cada uno de los pasos que damos los demás, es el centro de todo este universo nuestro, y no le da importancia. A veces tengo la sensación de que aún no lo ha entendido bien, que le sale de un modo natural, que no sabe hasta qué punto nosotros la necesitamos, y eso para mi es algo fascinante, por eso cada día intento comprender algo nuevo de ella.

domingo, 4 de octubre de 2009

Lluvia de otoño

Lluvia de otoño: languidecen los árboles. Hay un sonido de agua en el aire que se mezcla con las notas cargadas de tristeza de un violín, una barca sin nadie en el centro del lago, un paisaje vacío. Bajo la superficie, los peces permanecen ocultos en la profundidad más negra, en ese lugar de silencio donde no se distinguen las formas.
Como mi corazón, todo este paisaje permanece a la espera de un cambio, observando, casi sin respirar, el tiempo detenido en este instante, donde cada transformación y cada nuevo hallazgo, supone un fascinante e intenso desafío.
Pero ahora hay que continuar. Tú llegas y te vas a cada instante, con cada ráfaga de viento y comprendo que este dolor no es más que la expresión de un deseo que nunca se ha cumplido. El alma se impregna de nostalgia y toda la soledad del mundo se esparce en esta lluvia de otoño de mi vida y comprendo que nada tiene forma, ni tiene identidad. La vida se despliega ante mis ojos, se extiende por las piedras y caminos como esta lluvia lenta, que, poco a poco, lo va mojando todo.

jueves, 1 de octubre de 2009

Unas líneas

Quisiera escribir esta noche unas líneas sólo para decirte que allá donde las cosas escapan al tiempo y los conceptos, allá donde la razón nunca le gana la partida al corazón y el mundo no es un sistema organizado, y las cosas son simples y sencillas, como quiero o no quiero, y los seres humanos persiguen lo que sienten, y la gente valiente es libre y duerme sobre piedras que ha calentado el sol durante el día; decirte mujer desconocida, que allí te espero siempre, perdido en la esquina del tiempo, si alguna vez, desde un futuro extraño, decides regresar. Y no será otro tiempo, y no será otra historia, y no será otra vida, sino el hecho profundo de vivir. Vivir y descansar en paz junto a tu corazón, y mirarte a los ojos en la puesta de sol, y ser el agua de ese mar que yo tanto he soñado, y ser capaz de ser, por fin, ese hombre del pasado que un día quisiste querer. Quisiera esta noche escribir algo especial, capaz de hacer crecer en tus labios una sonrisa, en tus besos palabras, en tus ojos caricias. Escribir unas líneas de encuentros que no se han producido; unas líneas absurdas, que no tienen sentido, unas líneas cargadas de recuerdos que te hagan recordar que no nos conocimos.