jueves, 30 de septiembre de 2010

1 de octubre de 2010

Algunas veces en la vida se alcanza un punto crítico donde todo se rompe y la realidad que uno ha conocido hasta el momento se tensa y estalla en mil pedazos. Entonces sientes que, como decía Nietzche: “la vida es una cuerda tendida sobre un abismo. Es peligroso pasar al otro lado, es peligroso avanzar, es peligroso mirar atrás, es peligroso pararse...”
Entonces, la grandeza del hombre está en la decisión que toma en ese instante, en esa valentía de hacer algo cuando cualquier cosa que haga se sabe que está abocada al fracaso.
La vida es camino y no un punto de llegada y todo en el hombre es muerte.
Esta noche pasada me he despertado con una sensación extraña de peligro y he comprendido que la vida no es más que eso: juego, peligro y decisión.
Ayer, mientras caminaba por la calle vi fugazmente a un hombre; era un vagabundo que empujaba una bicicleta. Tenía una barba gigantesca y vestía con harapos. Lo vi apenas una fracción de segundo y, no sé bien porqué, no quise mirar más. Tal vez fue sólo una visión. Tal vez se parecía a mí. No sé, pero no puedo quitarme su imagen de la cabeza.
Probablemente esto es una despedida. Ha sido bonito, muy bonito, de verdad, leer vuestros comentarios. Si puedo volveré, y por supuesto, siempre, siempre, seguiré escribiendo. Un abrazo.

El tipo de vida que quieres vivir

Repaso brevemente los últimos cincuenta años de mi vida y pienso: ¿qué he estado haciendo? Me duele la cabeza esta mañana y al final me rindo a la evidencia: no he hecho nada.
Soy un insatisfecho visceral. También soy un pesimista sin remedio. Me aburro de todo en poco tiempo y siempre necesito ir más allá. Lo único que me sigue a todas partes, desde hace muchos años, es mi escritura, pero: ¿para qué sirve esto? Supongo que tengo un problema de carácter. Me aburro.
Así que, ahora, esta mañana, cuando aún no ha amanecido, y el sol espera en algún lado su momento, me planteo: ¿qué tipo de vida quiero vivir?
Y no sé qué contestar a esa pregunta.
Y no sé qué contestar porque llega un momento en el que parece que uno ya conoce el final de todas las historias y te dices a tí mismo: y todo eso ¿para qué?, y uno comprende que las cosas pasan de largo, y apenas dejan rastro, y nada sirve realmente para nada, y sentir esa sensación de estar de vuelta de cada maldita cosa de la vida es bastante deprimente, la verdad, porque es como salir de una gran cueva después de estar mucho tiempo en la oscuridad, y al ver de nuevo la luz del sol no sentir nada.
Repaso brevemente los últimos cincuenta años de mi vida y comprendo que todo eso no es más que cobardía, y a pesar de que no encuentro ninguna respuesta convincente, miro la luz de este nuevo día que empieza y decido seguir luchando un poco más.

Qué hacer en un día de huelga

Decidirse a escribir con la mano siniestra mientras la diestra cuenta la historia a su manera y en el centro de todo vibra un dios apocalíptico que no sabe de gestos ni memorias y la pobreza brilla por encima de todo y el mundo gira y gira para nada. Punto. Me cago en todo este capital que nos oprime y claro, no consumas, me dicen, me aconsejan, pero yo estoy aquí, mirando como un tonto en ese escaparate, y no tengo trabajo entre los dedos y las uñas me crecen y se descascarillan pensando en como acabo el mes. Punto y aparte.
Y no me gusta esto.
Adónde vamos, dices, y eso ya no lo sabe nadie y me voy a hacer huelga esta mañana y no tengo dinero y me descontarán lo poco que me quede porque ese es mi derecho, y encima, por si esto fuera poco, seré el primero de la lista en mi trabajo.
Y todo esto es cultura y bienestar.
Todo acto de bondad resulta prohibitivo en estos días ciegos donde los maleantes viajan en primera, carteles en las calles que sí, que no, que sí. Cómo ha bajado esto cómo ha subido aquello.
Y dicen que hay que dar, que hay que empujar, que hay que arrimar el hombro y yo les digo a esos que mejor que se corten un poquito que roben menos y me dejen en paz. Punto y final.
¡Ah! ¡No! Que aún me dejo algo: y todos esos tipos y sus corporaciones, los fondos monetarios la bolsa los bancos Wall Street, me cago esta mañana en todos ellos, en sus economías, en sus cuentas ocultas en esos paraísos en todos los corruptos que revientan la vida y los mercados y en todos los corruptillos que no pagan impuestos ni los van a pagar, y los politiquillos que cambian sus principios cada vez que les cambia de dirección el viento, que no quiero ser yo el tipo que con su dinero arregle todo esto que ustedes se han cargado. Saquen su pasta, coño, y salven ustedes el planeta que a mi ya no me queda mas dinero.

martes, 28 de septiembre de 2010

Lo eterno

Amanecer de lluvia y esperanza. Dos corazones unidos bajo una manta. Ha regresado el frío y todo permanece en silencio. Siento que, escondida detrás de cada esquina, me espera una alegría. La vida continúa. Hay un sol, una luna, el brillo de unos ojos en medio de la noche, una mujer que aguarda un gesto tuyo, una determinada decisión, para acercarse a ti, tomarte de la mano, y llevarte a ese lugar único que existe y que te pertenece desde siempre. El sitio de la felicidad.
Pero hay que saber esperar, a veces hay que saber esperar toda la vida para llegar hasta un amanecer igual a éste. Hay que tener paciencia hasta que cada cosa respira de un modo acompasado, y crecen caricias a tu paso, y hay un momento extraño en el ambiente que sabe a hojas caídas, donde todo se encuentra en equilibrio, y así se pasa el tiempo.
La vida continúa esta mañana, y eso es gracias a ti, y yo te digo, mujer de labios transparentes, que eres como este amanecer de otoño en un bosque en silencio, y tienes el poder de transformarlo todo con tus gestos. Tú llevas el destino de mi vida, eres el corazón de este maravilloso sol que me ilumina a ratos. El espacio final donde todo se hace real, concreto, material.
Pero hace falta ser valiente para acercarse a este hogar tuyo que nunca tiene un nombre, seguirte por caminos, atravesar los prados, perderse en medio de la nieve en las alturas, y algunas veces, también hay que desafiar al mundo, luchar y comprender que esta lucha durará siempre, saber leer el rastro leve de tus pasos, perderle el miedo al frío y a la altura, para llegar a lo mejor de ti. Llegar al corazón de todo lo que eres.
Ahora lo comprendo: lo eterno duerme en ti, justo en tu centro.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La vida es algo extraño

La vida es algo extraño; aquella noche ella y yo caminábamos, siguiendo el curso de un río, por el fondo de una garganta. Hacía mucho tiempo que había oscurecido y el brillo de la luna teñía de un color plateado la parte alta de los acantilados. A nuestro alrededor, en el fondo de la garganta, todo era oscuridad. El aire olía a hierba, a bosque y a humedad, y un silencio absoluto cargaba el ambiente de misterio. Mirábamos al cielo sin hablar. Sirio nos contemplaba.
De repente todo se iluminó y una estrella fugaz enorme, inmensa, tal vez un meteorito, cruzó el cielo frente a nosotros dejando un rastro de luz impresionante. Yo nunca había visto nada igual. Cuando todo pasó y el cielo quedó a oscuras de nuevo, nos abrazamos y nos dimos un beso. Nos sentíamos pequeños y un poco vulnerables en medio de todo aquello.
La vida es algo extraño. Los dos éramos felices. Al doblar un recodo del camino un animal huyó entre la vegetación y al mismo tiempo se oyó gruñir a otro muy cerca. Los gruñidos eran muy fuertes. Sonaba como si un animal enorme estuviera atacando a un jabalí. Las paredes de piedra del cañón amplificaban los sonidos y toda aquella oscuridad se llenó con el ruido de sus gruñidos. Ella se apretó contra mí. De pronto hacía frío. Algo se abrió paso entre las copas de los árboles, tal vez una rapaz que alzaba el vuelo. Por el sonido debía tener un tamaño considerable. La oímos alejarse conteniendo la respiración. Luego, todo el ruido cesó de pronto, y volvió el silencio. Nos detuvimos a escuchar durante un rato. Nos sentíamos observados por multitud de ojos. Yo pensaba si habría perros asilvestrados por allí o cualquier otra cosa que pudiera ponernos en peligro. Ella se agarraba muy fuerte a mi brazo. “Si ves perros, o un jabalí, no des ni una sola muestra de miedo”, le dije, susurrando.
La vida es algo extraño; seguimos caminando. Poco a poco regresamos a la seguridad de alguna carretera que nos llevaría hasta un pueblo y, poco a poco, fuimos dejando aquel cañón atrás. Nos relajamos. Cruzamos el río por un puente de piedra. El tiempo de la vida transcurría. Yo la tenía a ella y ella me tenía a mí. Las estrellas cubrían el cielo y yo podía sentir en cada poro de mi piel como, a cada instante, nacían y morían mundos, mientras nosotros dos caminábamos cogidos de la mano por esa carretera. Vivir era algo fascinante. Éramos muy felices, tan felices como puedan llegar a serlo dos pequeños seres humanos que tratan de sobrevivir al caos de todo este mundo tan nuestro.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Historia de un medio aniversario de una historia de amor contada a toda prisa

Nos encontramos en uno de mis sueños. Yo le dije: “el verdadero cielo guarda sus llaves en el cajón segundo de mi armario”. Ella me miró fijamente un momento y luego sonrió. Yo pensé: te lo juro, te quiere, te quiere un poquito. ¡Caramba! No las tenía yo todas conmigo, la verdad, ¿cómo puede quererte a ti, un viejo amargado-demacrado-y-gruñón, una mujer princesa sirena que echa chispas de sus ojos marrones con calcetines a rayas impares discontinuas?, ¡pero qué luminosidad, amigos! Os cuento: el sol se ponía en las peceras del mundo tiñendo de colores las nubes y los peces (aunque los peces de colores siempre parecen estar teñidos, y eso, a ellos, también les da igual, porque están a sus cosas, pero esa es otra historia y no voy a contarles ahora –lo siento, de verdad, lo siento, no puedo-, sus secretos).
Era el veinte de abril del año dos mil diez a las diecinueve y veinticuatro horas de la tarde, y mientras dios, buda o la Naturaleza, estaban a su rollo, ocupados en teñir los peces de colores pasamos al siguiente valle, discutiendo un poquito –lo voy a contar un poco más abajo-, y ascendimos por un paisaje agreste (rocas, nieve y todo eso, tú ya sabes). Algunos pájaros cantaban a lo lejos, escondidos entre las copas de los árboles, y se decían todo ese tipo de cosas que se dicen los pájaros cuando no los molestan, y mientras tanto unos ciervos o lo que sea de eso que se oye pero que nunca se ve hasta que lo ves, ¿lo ves?, ¿lo ves?, escaparon corriendo, pero bueno, vamos a lo importante: ella me enseñó a caminar despacio entre los brezos. “Este es mi paraíso”, decía, y se la veía orgullosa (le brillaban los ojos muy adentro). Yo también observaba el lugar con mis mejores ojos de experto creidillo enterado color gris montaña, y al andar trataba de no aplastar los brezos, la hierba, ni ninguna otra cosa de su monte porque ella me miraba de reojo todo el tiempo. ¡Cuidado no la fastidies ahora!, me decía a mí mismo, entre dientes, mientras avanzaba. Un momento, que me tomo un café y continúo, ¡qué sueño!.. Ya está.
Había nieve. “Vamos por aquí, no; vamos por allá, que no: vamos mejor por aquí, por ahí no se puede, que sí, por allá… “¡Oye, que esta es mi montaña!”. Listilla. ¡Mi ángel! (un beso). Me quería. Seguimos. Hacía frío. Se nos hizo de noche. Te cuento: poco a poco fuimos subiendo hasta que nos bajamos y la nieve crujía. Muy abajo había un lago y aquello era la gloria, la verdad, y yo no imaginaba que un tipo como yo tuviera tanta suerte y la quería y hoy, esta mañana, a las siete cincuenta y nueve horas, medio muerto de sueño aún la quiero y por eso lo escribo y en fin… Fin.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Todo lo bueno

Aunque aún es de noche de pronto amanece en mi alma. Salgo a la calle. Respiro. Respiro hondo: hace fresco, pero puedo sentir de una manera intensa como por encima de estas nubes oscuras brilla el sol. Y empiezo este día con una sonrisa de esperanza entre mis labios y una buena canción, mientras todo este mundo loco despierta a mis sentidos.
Cada cosa que digo, cada cosa que hago, cada mínimo gesto, trabaja para construirnos un destino mejor. Y la vida transcurre ajena a esto. Las cosas continúan -todo llega, pasa y se va, camino de ninguna parte –los hombres, las mujeres, los días y las noches, los rostros, los paisajes…-. Somos tan poca cosa, pero ella y yo seguimos juntos de un modo misterioso. Y es tanto el destino que late en nuestros corazones que no existe un milagro más difícil, más raro, más extraño, que yo pueda encontrar que este permanecer unidos, juntos nosotros dos.
Y así pasan los días y así pasan las noches, mientras vamos dejando atrás un reguero infinito de demonios que no pueden seguir el ritmo que marcamos. Y la vida tiembla de vida, y la muerte tiembla de muerte, y se aburre y se marcha, y crece a cada instante nuestra felicidad.
Cada lucha ganada, cada lucha perdida, cada instante en el alma, nos hace más eternos, cada nueva palabra pronunciada en sus labios, nos hace mejorar. Y una vez, y otra, y otra, después de tocar cada cielo, regresamos de nuevo a este suelo nuestro de cada día, ponemos la ropa sucia en la lavadora y tratamos de continuar.
Y me digo a mi mismo: tranquilo, no te espantes, pequeño corazón lleno de miedos, todo tiene un sentido. Seguimos caminando. La vida es sólo esto, y todo esto no es más que un juego (un juego sencillo y complicado que nadie te puede enseñar a jugar).
Y me digo a mi mismo: no olvides escribir más tarde todo lo bueno que te va a ocurrir hoy.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cuando la lluvia te empapa el corazón

¡Qué difícil resulta escribir cuando la lluvia te empapa el corazón! Todos hablamos de lluvias, de tormentas, del final de un verano perdido en el tiempo, de las claves ocultas de todo lo sencillo que no comprenderemos nunca.
Llueve, es de noche, y no puedo dormir.
Y las cosas vitales del mundo se ahogan mientras yo miro al techo y espero que amanezca. Relámpagos de soledad iluminan el cuarto a intervalos. Todos los cuartos de esta ciudad. Todas las soledades.
Quizás sería mejor juntarse en noches como esta. Juntar nuestras tristezas y ahogar la soledad y todo este fracaso en agua.
El llanto también es agua.
Pero llueve esta noche y no puedo hacer nada. Sólo esperar, tratar de comprender, mirar al techo, sentir que nada importa, porque todo al final acaba de la misma manera. Tierra que arrastra el agua, hojas caídas, gatos sin nombre esquivando los charcos en un amanecer cualquiera.
¡Qué difícil resulta escribir esta noche de papeles mojados!

jueves, 16 de septiembre de 2010

Intercambio de textos

Intercambio de textos, febril actividad. Quisiera decir que os aprecio. Palabras que buscan el mar en las palabras, o tal vez algo más: conexiones de espacios en espacios, cansancios compartidos, experiencias, deseos, anhelos, ilusiones… Un desierto sin arena ni sal y dentro gente. Gente que busca y busca, que persigue sus sombras en la noche, y encuentra, al fin, en la distancia, todo lo que nos hace ser pequeños, y grandes, y pequeños –quisiera decir que os aprecio-, y así toda la vida. Siempre.
Y luego está la búsqueda, el reflejo del rostro en el cristal, y todo ese encuentro fugaz de nuestros cuerpos que ya no son sino palabras. Intercambio de palabras y gestos. “Se debería esperar toda una vida…” Escalofríos a solas en una carretera azul. Y al fin, cuando se pone el sol, sólo nos queda una pregunta. La única pregunta que es real y que se nos repite dentro: ¿donde estará el maldito interruptor que enciende la luz de nuestro cuarto? Quisiera decir que os aprecio.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Perder

Ella quiso ser fuerte y enterró sus recuerdos. Perdió sus lugares antiguos, cambió sus amarres. Hundió cada barco que llegaba a su puerto, se borró la memoria y escribió algunos versos. Pero luego, un buen día, despertó del silencio…
…Eran las cuatro de la tarde cuando abrió los ojos. No recordaba cómo ni cuándo se había dormido. Miró alrededor: la casa parecía diferente. El silencio era absoluto y se hacía pesado respirar. Si tuviera un amigo, pensó, si al menos tuviera un amigo…
Su hogar, ahora, era un lugar extraño, que no reconocía. ¿Dónde estaban los dioses que tanto había admirado en el pasado? Sobre la mesa había una fotografía rota. Miró el reloj, luego miró al suelo y vio la hoja de papel. Era una hoja de calendario; uno de esos calendarios de pared. Correspondía al mes de septiembre del año dos mil diez.
Quince de septiembre, murmuró. Quince de septiembre: mi cumpleaños. Alguien había marcado una cruz con un rotulador azul sobre este día. Alargó la mano y se sirvió un trago. Aún no se había incorporado totalmente y la postura de su cuerpo recordaba a una de esas personas que yacen, enfermas desde siempre, en la cama de un hospital. Bebió, tomó un par de pastillas. La tarde se precipitó en un pozo. Un pozo negro donde ella no encontraba su lugar. Estaba despeinada. Su imagen ya no se reflejaba en el cristal. Caía la tarde. La luz se fue apagando. La casa era un lugar extraño, vacío, absurdo, frío…
…Ella quiso ser fuerte y enterró sus recuerdos… Pasó mucho tiempo, pero luego, un buen día, despertó del silencio…

martes, 14 de septiembre de 2010

Cuento de invierno

Ella leía mis libros. Los días se sucedían. El verano pasó muy deprisa y ahora, enfundados en un par de mantas, nos disponíamos a pasar el invierno. Nuestro primer invierno sobre un planeta helado.
Yo miraba por la ventana y observaba la tristeza del mundo exterior, luego la contemplaba a ella. Su rostro era el lugar donde brillaba el último rayo de sol de aquel verano. Los días se acortaban poco a poco. Algunas veces veía pasar a un hombre solitario por la calle, otras, veía pasar a una mujer. La niebla lo cubría todo esa mañana. Ella cerraba los ojos y suspiraba en sueños. Yo pensaba: ahora duerme tranquila, y mientras tanto, la casa se enfriaba muy despacio.
Lo primero que observé fue que el agua del grifo salía mucho más fría: era duro fregar los platos. Las manos me dolían y tuve que dejarlo. Más tarde llegó el viento, las hojas de los árboles vinieron a posarse en la ventana. Se marcharon los gatos, la tortuga ivernó. Los cubos de basura permanecieron vacíos.
Algunos días después, todo el silencio del mundo nos fue rodeando en aquella puesta de sol definitiva. Los pájaros dejaron de cantar. Dormíamos abrazados. El hielo fue cubriendo los paisajes. Yo la quería a ella y ella me quería a mí. Yo creo que, al final, eso fue lo que nos salvó. Pasó el invierno, amanecimos solos. Murieron todos los demás. En el mundo no quedó nadie. Nuestra cama era el único lugar caliente del planeta.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Todo da igual

Era mujer, tenía cada cosa en su lugar. Hubieran sido necesarios trescientos cataclismos para que ella cambiara uno solo de sus asombros… Siempre con la mirada fija en ese mismo punto del espacio. Siempre.
Pero eso era el pasado.
Son las cinco de la mañana; pronto amanecerá. Los astros permanecen aún por un momento clavados en el cielo, como esas mariposas tristes en las vitrinas del museo de ciencias naturales. Yo espero, mientras tanto, sentado en una esquina de mi vida, a que todo amanezca.
Pero este mundo absurdo apenas me resulta triste esta mañana. Olvido mis problemas. Los seres que habitan el planeta aún no han despertado y yo camino ya entre mis recuerdos. Suspiros, despertares, amaneceres rotos junto a cientos, a miles de esperanzas. Sueños, proyectos, metas… Recuerdos de un pasado que no existe. Acabar la labor es complicado. Misiones de una vida que creía imprescindibles, no son más que montañas que viven sumergidas en el mar. No queda tiempo ahora. Ha comenzado a tomar forma la imagen de un destino inevitable y sin embargo aún quiero.
¿Dónde se esconde el ángel que guarda las mareas?
No soy más que un recuerdo colgado de un alambre, un suspiro fugaz que dobla la siguiente esquina, una sangre feroz derramada en la acera, un piano que no suena, un reloj que no anda, un pájaro demente que no sabe adónde emigrar.
A veces siento que no soy más que un árbol que cambia su corteza cada día. Y cansa, y duele y duele.
Pero todo da igual: aún me llega un poco de ese aire tuyo a los pulmones. Me caigo, me levanto, atravieso las horas de mi vida, le canto a las sirenas y a los perros, a todos los que un día volaron y ya no volarán. Preséntame esta tarde a una nueva desconocida, preséntame un dolor, un vértigo, un cansancio, un sueño que perdió sus alas, un tormento de dios, una nueva experiencia. Preséntame un nuevo deseo, una lucha que no pueda ganar, una experiencia intensa, un giro del destino, una nueva conciencia, un gesto en un rostro distinto, una luz de esperanza, una nueva belleza, y yo los guardaré bajo mi almohada igual que lo hice ayer, igual que lo hago hoy, ahora, esta mañana.
¿Dónde se esconde el ángel que guarda las mareas?

domingo, 12 de septiembre de 2010

Los sabios dicen

…Por que los sentimientos se tienen siempre demasiado pronto… Y un día se recuerdan y uno comprende que todo ese dolor podía haberse evitado. Los sabios dicen que todo ese dolor es fruto del desconocimiento. Dicen que si uno comprendiera la realidad final que se esconde debajo de cada uno de esos sentimientos sería imposible sufrir. Ahora, en medio de la niebla, bajo una luna oculta entre las nubes, comprendo una vez más que todo este dolor se pierde para siempre en el olvido. Da igual lo que suceda, hay que seguir y continuar viviendo. ¿Por qué o para qué? Lo ignoro. Nunca he sido capaz de contestar a eso.
…Miro a mi alrededor y observo y analizo las vidas de la gente. Esa es la tarea de un escritor, y a eso le dedica todo el tiempo. Tratar de comprender porqué sucede todo. Y más allá de eso, tratar de comprender su propio mundo. Un mundo que trasciende lo real y se interna de un modo irremediable en su imaginación, sus miedos, sus sueños más profundos, sus anhelos… Pero, ¿quién puede comprender a un ser humano? Sus sendas, sus caminos, se adentran en las selvas del lenguaje, allá donde las emociones dejan de poder expresarse con palabras, así, entonces, sólo queda un intento; probar a dibujar una silueta. La silueta de un dios, propio y desconocido, que vive, pequeño y desterrado, entre los hombres.
No sufras los domingos por la tarde; mantén tu corazón lejos de esas costas que llaman a la muerte. Navega mar adentro. Dedícate a vivir. No pienses demasiado. Siente con toda el alma, tienes que ser feliz, porque para eso un día te crearon.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Pero tú duermes

Algunas veces te miro y no consigo comprender. Eres el cielo de un perro solitario, la estrella que permanece siempre, el huracán gigante que anuncian las noticias, y que pasa de largo -sin rozar la cabaña, sin romper las ventanas, sin matar las nostalgias-, y deja un rastro de esperanza y alivio tras su paso. ¿Cómo has llegado aquí?
Las cosas se deciden siempre de un modo inesperado, en un momento urgente. Uno va y dice: “¿quieres permanecer?”, y otro responde: “hablemos de las cosas que vuelan y no se comen”. Y todo es tan extraño como eso.
Te miro y no comprendo qué haces a mi lado, qué te ha traído aquí. Y el mundo despliega un nuevo día y las cosas se hunden en sus cosas. Hay tanta gente mendigando una mínima parte de esto que guardo en una caja de madera, escondido en lo más profundo de mi corazón… Y el domingo se llena de cajas a medio desempaquetar, de libros, de esperanzas… Cada cosa de este universo finito resulta indispensable, y toda la creación se va posando despacio, muy despacio, sobre el cieno del fondo de mi propio destino y ahora se acomoda en ti, y encuentra de un modo inesperado su lugar. Llegará un tiempo donde el agua será tan transparente como lo es en este instante tu mirada.
Pero tú duermes mientras escribo esto y no puedo decirte lo que siento.
Y tú duermes con tus ojos dormidos, con tu pelo dormido, con tu rostro, tus manos, tus piernas dormidas, con tu cielo y tu infierno dormidos, con tus sonrisas, tu alma, tu brillo, tu pasado y tu vida, dormidos, ahora, a mi lado, y comprendo que las cosas se deciden de un modo inevitable en un instante, y la magia, el destino y la lucha encuentran de repente su lugar.
Y te oigo respirar tranquila, y una paz infinita se despliega sobre el mundo, y la noche crece, late, me abraza y se hace fuerte. Y se expande en mi corazón la esencia fulgurante de la vida, como una bendición de todo lo imposible.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

cada recuerdo

Cada recuerdo tuyo no era más que un reflejo en el agua del río y en el cielo se escribían, de pronto, las palabras eternas. Luego, cuando al caer la tarde, te enfrentabas a todo lo nuestro, las cosas ya no eran tan sencillas, y tu alma se llenaba de puntos y de comas. Y era el tiempo en que el cielo jugaba con nosotros, pero había que seguir, pertenecer al mundo, y por eso seguíamos allí, como siempre, luchando en la ciudad sin nombre, junto a los viejos perros.
Yo desaparecía en la bruma y el frío y a veces perdía el corazón; tú eras más alegre, te levantabas tarde, corrías junto al tren, y la vida corría tras de ti, hasta que todo se volvía azul y nevaba de nuevo el sol sobre tu cabeza. Pasaban las estaciones y seguíamos juntos, uno al lado del otro.
Yo empecé a escribir en un cuaderno el relato de cada instante feliz de nuestra vida. Escribí aquel cuaderno deprisa, saltando el abismo de mi desolación, sintiendo en mi interior que era fundamental que se salvara algo de lo que habíamos vivido cuando llegara la destrucción del mundo. Y escribía en pasado, como si algún desconocido fuera a leer aquello en el futuro, después de mucho tiempo. ¿Para quién escribía?
Un día regresaron los demonios, venían a buscarte y yo salté sobre ellos. Eran grandes y oscuros, pero los derroté –mi armadura, abollada y cubierta de sangre, y mis armas, antiguas y rotas, pero los derroté-, y seguí tu camino y tus pasos. Tú reías aquella mañana. Nos largamos de fiesta. Daba gusto verte sonreír y yo supe que nunca había querido a nadie de ese modo.
Y la tarde y la noche siguieron su curso, y construimos montones de castillos en la arena caliente de las playas, y esa era exactamente la forma más completa de la felicidad. Nos quitamos las máscaras, ya no había secretos. Te gustaban los gatos. Yo escribí en mi cuaderno: “le gustan los gatos”, no quería olvidarlo, y también aprendí a dibujarlos. Tú les dabas un nombre a cada uno de ellos; los llamabas: “deseo, cariño, viaje, cien besos…” Cada gato era un mundo, como tus sonrisas…

martes, 7 de septiembre de 2010

En un momento de la noche

Ella, con los ojos cargados de sueño, me dijo en un momento extraño de la noche: “encontraré la forma de andar nuevos caminos, aunque mi corazón se haya muerto de frío y la esperanza no deje oír su voz en el lugar del mundo en el que habito, y encontraré también la forma y el secreto de ser con toda el alma; de ser un poco más profunda, de ser alguien mejor, alguien que vuele alto, alguien que vuele libre.
¿Sabes? Las cosas de la vida contradicen de un modo atroz esto que digo, pero yo continúo, y lucho y sufro, y quiero y me persigo a través de las sombras y la noche, y ya no sé qué hacer para que no me arrastren al infierno mis demonios. ¿Conoces tú la clave? ¿Conoces tú el camino?”
Ella tenía un corazón extraño. Quería conocer, quería comprender. Yo le dije que no, que no sabía nada de caminos. Aquella noche la pasamos los dos, muy juntos, abrazados cada uno a sus estrellas. Ya no recuerdo bien, creo que nos besamos, lo que sí puedo recordar es que sentí que mis ojos estaban cansados de mirar. La luna esa noche ya no brillaba; las estrellas morían muy despacio, y el cielo no parecía un cielo hermoso de verano. Yo llevaba demasiado tiempo perdido muy dentro de mi corazón, buscando en todas partes, tratando de entender de qué iba todo este juego absurdo de la vida, y sin embargo, aquella noche en la que compartimos toda esa soledad y ese silencio, las cosas recobraron, de repente, aquel color extraño del pasado, ese color acogedor, suave y sutil, que tienen los cielos un instante, y que desaparece, como una maldición inevitable, justo antes de que llegue el nuevo día…

jueves, 2 de septiembre de 2010

Aquella tarde

Aquella tarde fuimos a un centro comercial. Por el camino llovía ligeramente y el aire olía a lluvia. Yo observaba a la gente. Veía pasar a algunas parejas de jóvenes recién casados, a matrimonios con niños, a hombres y mujeres solitarios que iban de un lado a otro, buscando aquí y allá, en los escaparates de las tiendas, algo inconcreto, abstracto e inmaterial para sus almas, algo que nunca podrían encontrar allí.
Vidas y vidas cruzándose conmigo a cada paso. Tantos destinos dejando su estela en aquel viento. Marcas de huellas, pisadas de alquitrán, vidas que vienen de muy lejos y van a no se sabe dónde.
Aquella tarde yo observaba a la gente y sentía que nadie era feliz. Sus caras reflejaban el cansancio, el vacío y la desolación, de unas vidas frustradas, de unos sueños perdidos, olvidados para siempre en algún punto lejano de sus vidas, en su pasado, muy lejos, muy atrás.
Y luego estaba yo. Caminando cogido de su mano esa tarde de lluvia.
Allí, en la puerta de aquel inmenso centro comercial, sentí que yo había dejado atrás cientos, miles de cosas. Respiré hondo. Sentí el vértigo del tiempo en mi interior y un escalofrío me recorrió la espalda. A mi lado estaba esa mujer y aquello era importante. Yo no era un ser humano más perdido en medio de los seres humanos. Yo era un privilegiado: amaba a esa mujer y eso me convertía en un hombre feliz, en alguien diferente. Había burlado a mi destino pues poseía el secreto de aquel que sabe y guarda en su interior la clave del misterio. Estaba, en ese instante, libre de aquella enfermedad mortal que mataba el alma de los seres humanos. Yo estaba enamorado y me sentía vivo, y era feliz aquella tarde; amaba a esa mujer con toda mi alma y eso me convertía en alguien que está cerca de Dios. Luego, unos cuantos pasos después, me dije que nadie puede burlar a su destino, pero en aquel instante una sonrisa de ella apartó de mi mente ese tipo de pensamientos. Era difícil sentir el peso del destino cuando ella estaba al lado.
Miré a mi alrededor: respiré hondo. Ella llevaba en una de sus manos un cacharro metálico: era uno de esos que se utilizan para escurrir verdura. Recuerdo que pensé: ¿Cuántas vidas puede vivir un hombre en una sola vida? Respiré hondo. Había refrescado, el aire olía a lluvia. Y seguí caminando.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Hoy respiro tu mundo

Hoy respiro tu mundo. Camino tras las huellas de tus pasos. Te recuerdo. Estoy solo apenas quince minutos y ya se van difuminando los recuerdos.
Por eso guardo tu imagen en mis ojos, en el bolso de piel, en la maleta. En el lugar donde las formas dejan de ser materia y se transforman en gestos, en sentimientos.
Hoy no quiero perderte.
Y respiro tu mundo. Tu piel que corre tras de mi piel, el sol, que nace y muere cada día. La razón última que mata y concede la vida a todo lo que existe bajo el cielo. Y me lleno de ti.
Y cada movimiento que hago cambia la trayectoria del planeta y te pienso y no soy más que un pez fuera del agua. Me marcho nadando hacia la luna y ya no sé volver. Me pierdo en la luz y en la belleza.
Pero todo termina sin ti esta mañana.
Hoy no comemos juntos; no sé si podré superar tanta distancia.

martes, 31 de agosto de 2010

Es difícil la noche

Es difícil la noche cuando el frío se instala en el alma y alcanza a apagar tu estrella preferida. Tal vez, en ese instante, cada rostro se envuelve en un manto de sueños y el resplandor de la luna se esconde para no contemplar tu dolor.
Nunca se puede regresar de ese viaje.
Pero cada suceso tiene una continuidad extraña en el resumen final de la vida y rodamos los mundos cabeza arriba, cabeza abajo, mientras la corriente nos arrastra de un modo irremediable en su viaje hacia el fondo del mar.
Y te quiero, está claro. Te quiero.
Pero, sin avisar, las horas se suceden y hay que quedarse a vivir en un punto del frío donde todo perece, o tal vez, conquistar la montaña más alta y luego bajar. Descender hasta el valle que siempre, siempre, siempre, existe, sin remedio, al otro lado. El lugar prometido donde reina el calor.
El calor. Tu calor.
Ese mundo irreconocible de los otros, donde todo se rige por la ley implacable de lo superficial. No cabemos en este mundo absurdo, incontrolable, que crea y que destruye lo bueno de los seres humanos.
Nos vamos. No entendemos.
Pero luego comprendo tus ojos; la mirada y ese brillo especial de tus ojos cuando observas mis gestos a través de la niebla. ¿Sonríes? Sí, sonríes: entonces cada cosa ocupa su lugar.
Mi mundo está en orden.
Te quiero.
Y mientras descendemos, yo te voy escribiendo poemas de amor sobre las piedras.
No te rías. Soy así. Y no tengo remedio y a pesar de que estamos en agosto aún hace demasiado frío.

viernes, 27 de agosto de 2010

Reflexiones en la incineración de un amigo

Nadie conoce a nadie ni sabe la razón del porqué cualquier amigo decide dejar de existir para el mundo en un momento concreto de su vida. Hacerse humo debe ser una sensación extraña; como un cambio de sexo o de color de piel.
No sé, pero creo que últimamente estoy leyendo demasiada poesía surrealista y eso me afecta. El problema es que no sólo afecta a mi escritura: también afecta a mi corazón. ¿Cómo se estropean las cosas?
Y hablando de cosas que se estropean: lo descubrí ayer, por casualidad: me había picado un insecto en el tobillo –mosquito, araña, pulga, qué sé yo…-, me fui a rascar y me dolía. Estaba inflamado. Estaba bastante inflamado. Tal vez no tanto, el caso es que yo no me había dado cuenta. Ahora dolía.
Esta mañana está mucho peor. Quizás por eso me he puesto a hacer recuento de todas mis pequeñas averías.
En los últimos meses se me han fastidiado los siguientes engranajes de mi cuerpo: un hombro, dos riñones, la muñeca derecha, dos dientes, unos pantalones vaqueros –que ya eran parte de mí, después de tanto tiempo-, y además de todo esto, un par de veces se me ha partido el corazón –una vez fue en el metro y me puse a llorar delante de todo el mundo ¡qué vergüenza!, pero es que eso sí que dolía de verdad-. Seguro que me dejo algo. En fin…
Mal asunto, me deprimo (no debería haber hecho este ejercicio).
Pero sigo en la brecha –me digo a mí mismo-, y me dejo crecer la barba porque me está saliendo una mancha con forma de paella de marisco en mitad de la cara –probablemente es un antojo de última hora, o tal vez es el último antojo de mi vida-, no lo sé, pero sigo en la brecha, -me digo a mí mismo-, aunque la verdad es que ya no sé muy bien qué hacer o qué pensar, pero sigo escribiendo.
No sé si es el paso del tiempo o la mierda de vida que he llevado. No sé… Tal vez es esta forma de ser o… ¿Qué estaba diciendo?: ¡ah, sí!: hacerse humo debe de ser una sensación extraña, como un cambio de sexo o algo parecido. En fin, es viernes y la vida sigue –sigue para algunos, quiero decir, para este amigo, no-. Y busco en mis bolsillos y creo, que entre otras muchas cosas, también he perdido esta mañana el ticket del aparcamiento. Miro a mi alrededor: la vida es más surrealista que toda esa poesía.

jueves, 26 de agosto de 2010

El silencio

Hace demasiado tiempo que viajo hacia dentro. Mi mente ha apagado todas las miradas y el mundo oscurece su rostro. He perdido el camino. ¿Qué dirección seguir a través de este infierno? Desciendo la empinada escalera que me lleva a mí mismo. Turbulencias en mitad de una noche sin fin de verano, y aquí, en esta esquina del mundo, encuentro tu silueta rota, desdibujándose azul, en la bruma.
No hay tiempo. Late demasiado fuerte el corazón. Ahora soy un desconocido para mí mismo. ¿Dónde están mis recuerdos? Tal vez quedaron muy atrás, rotos, muertos, esparcidos por el camino viejo del vacío.
Aquello que no existe era mi vida.
Es de noche, y de nuevo, el silencio atraviesa la calle como un suspiro. Duermes, y en tu respiración se esconde el sonido del mar. Me concentro: ¡qué bonito el silencio flotando en la paz de esta noche en calma de verano!
En el ritmo de tu respiración se esconde el misterio del tiempo, el paso de las horas, la corriente de agua, el deshielo de todas las estaciones. Te contemplo dormir y viajo contigo en tus sueños y percibo en mi alma el crujir de madera de los barcos antiguos, una estrella fugaz, el paso de la luna por el cielo. Eres cada rayo de luz que atraviesa el espacio, el misterio de todo lo que existe, el sonido del mundo, una sirena azul, que duerme sus anhelos, varada aquí, en este arrecife sin nombre de mi cama.
Te contemplo dormir y la noche también eres tú, y se mezcla la vida y la muerte, y también el instante sin fin de lo eterno.
Suspiro. Hace demasiado calor esta noche. Se prolonga el verano. Late demasiado deprisa el corazón. Me revuelvo y te beso en un hombro.
Me fascinan tus mundos, los demonios que habitan en ti, los abismos que se forman cuando beso tus labios y acaricio tu espalda. ¿Quién te trajo hasta aquí? No pareces real. Algunas veces pienso que no eres más que un sueño perdido en un lugar sin nombre de mis sueños.
Duermes y tu respiración trae a mi corazón imágenes de cielos al atardecer, de paisajes helados, de ríos, de flores, de prados, de bosques, de lugares de ensueño. A veces no pareces tú y sin embargo, quisiera rescatarte de tu invierno, pero no queda tiempo.
Y mientras tanto yo, dibujo tatuajes en tu espalda.
La noche se extiende sobre mi alma como un desierto negro; avanza sin cesar y algunos sentimientos inundan de nostalgia el cuarto en el que habito. Cada cosa que pienso me atraviesa y se pierde de un modo irremediable en el olvido. Todo queda definitivamente atrás, y sin embargo, algunas veces me asomo a los abismos de tus labios y decido que no hay ningún lugar mejor que este que ahora comparto.
Aunque ya no me queda casi nada de ti.
Me duermo yo también. El silencio atraviesa mi mundo y navego en la noche, y me dejo llevar, como un barco fantasma a la deriva.

martes, 24 de agosto de 2010

Fragmentos de infinito

Un rayo de luz se filtró entre las hojas de los árboles. No te quedes habitando en la tristeza, pensé, y el olor de la hierba llegó hasta mi alma atravesando directamente el corazón. No te quedes habitando en la tristeza...
Caía la tarde, se ponía el sol. Corrientes de aire caliente se alzaban desde el valle y ascendían por la ladera de la montaña. Podía sentir en mi piel toda esa fuerza del planeta regenerándose a través de un instante infinito. El pasado no existe, el futuro tampoco, sólo existe el momento en el que vives. No pienses; ahora no merece la pena recordar…
El mundo, mi mundo, una eterna cadena de sucesos, de olvidos, de encuentros y de sensaciones. Sentir con toda el alma me había destrozado y sin embargo… ¿Quién puede conocer el fin, el resultado, de todo este camino de experiencias? Llevaba demasiada vida a mis espaldas y ahora todo pesaba en mí de un modo insoportable. Pesaban los recuerdos, pesaba la amargura, pesaba el respirar, todo este respirar de nuevo a solas en el mundo.
Miré a mi alrededor: todo aquel mundo… El sol se ponía en el horizonte. Sentí una ternura amarga. Cada cosa estaba en su sitio, cada partícula ocupaba su lugar. Todo seguía un camino. Era el gran plan establecido, el orden natural que pasaba a través de mí, de las cosas, de todos los seres que vienen y van a alguna parte. Y sobre todo era el tiempo. Miré en mi corazón y sentí el dolor desgarrador del paso del tiempo. Hay un tiempo y hay un lugar donde sucede todo. Luego el momento pasa y tú pasas con él. Yo no era más que un destello fugaz, como uno de esos rayos de sol que jugaban entre las hojas. Miré a mi alrededor. Caía la tarde. Sentí que aquel era el instante de mi primera vida y sin embargo resultaba tan doloroso dejar toda aquella felicidad atrás.
Respiré hondo y me puse de nuevo a caminar. La bóveda del cielo cambiaba de color a cada instante. Violetas, amarillos, rojos, anaranjados, malvas, azules infinitos, colores y colores sucediéndose en un espectáculo febril que me envolvía. Sentí en mi pecho el latir de mi viejo y cansado corazón. Toda la belleza del mundo iba quedando atrás. Aquello era la vida.

Su abismo

Aquella mañana, yo escuchaba su voz y analizaba cada uno de sus deseos, su pasión; la historia de esos hombres y mujeres que habían construido los mejores instantes de su vida. Ella había venido hasta mí siguiendo un camino tortuoso. Su vida estaba construida como una catedral al borde de un abismo y ante ese precipicio, ella se debatía siempre. Yo recordaba historias parecidas de otros seres humanos, hombres, mujeres, niños, que, a menudo, venían a mí, pero tal vez ninguna antes había sido tan intensa, febril y desproporcionadamente abrumadora, como su historia. ¿Por qué me había turbado oír el tono de su voz precisamente esta mañana?
Pero ahora todo eso daba igual: a pesar de mi altura yo podía sentir su contacto, la pasión de sus gestos, su olor, y sobre todo, esa manera extraña que tenía de electrizar el ambiente, y en un instante fugaz sentí que iba a entrar en contradicción conmigo mismo. Estaba agotado después de los últimos diez mil intentos de salvar ese pequeño mundo azul perdido en medio de la nada que ahora ella habitaba con esmero para mí. Traté de tomar distancia.
Abajo, muy lejos de donde me encontraba yo, la Vía Láctea seguía luciendo como siempre. Ese pequeño río de luz en una esquina del firmamento. Siempre me había hecho gracia contemplar esa pequeña muestra de mi imaginación. Esbocé una sonrisa y luego se me humedecieron los ojos y tuve que parpadear. Al final los cerré, cegado por mi propio, oscuro precipicio de la Nada. Traté de recordar cómo empezó mi historia, pero no recordaba nada más allá del principio de todo lo que existe.
¡Cuántas cosas llegaban hasta mi corazón desde la eternidad sin nombre que ella llamaba a veces, con su mejor sonrisa, el tiempo y la distancia! Costumbres adquiridas, gestos de amor, locuras de juventud, defectos impropios de alguien que existía y cobraba vida en todas partes, a cada instante, en cada animal y en cada objeto creado. Y luego, claro, también estaba mi corazón. Tener un corazón, sentir, cuando todo queda fuera de ti, resulta tentador, pero es un gesto inútil. Ahora comprendí que yo también anhelaba un contacto. Tal vez había llegado el momento de detenerse a escuchar el sonido de este universo que me había rodeado siempre, desde el principio de los tiempos, pero hasta eso resultaba tremendamente complicado. La vida y yo éramos uno, el universo y yo, esa mujer y yo, los astros, los planetas, el mar y el sol del nuevo día que ella amaba tanto cuando lo veía alzarse limpio y renovado, cada mañana, como un nuevo milagro de mis manos… Todo era yo y era como quererse a solas. Y me desesperé. Sentí que no existe un dolor más inhumano que esta soledad terrible en la que vive Dios y deseé tan sólo ser uno más de esos diminutos seres humanos que sienten cada cosa, cada uno de los días de su vida. Sentir como uno de ellos era algo que nunca alcanzaría a poseer, aunque fuera yo mismo el que los había creado. Ser Dios era aburrido, era algo absurdo, porque al final, todo me resultaba indiferente, excepto, tal vez, esa mujer que electrizaba todo con su mirada. Yo era capaz de amar, estaba claro, pero era una forma de amor perfecta, tan perfecta que resultaba fría, ajena, impersonal. Sin embargo, algunas veces, me sorprendía ante un pequeño gesto suyo y entonces pasaba horas enteras contemplando su vida, tratando de entender esa manera extraña de sentir que la arrastraba siempre al borde de su abismo sin fondo, sin salida.

domingo, 22 de agosto de 2010

Después de mucho tiempo

Pasados muchos años comprendió que sólo hay un camino que lleva al cielo, y ese camino empieza aquí, justo donde te encuentras tú en este momento. Ese día comenzó a caminar. ¿Cuántos años se necesitan para entender las cosas sencillas de la vida?
Eran las seis de la mañana y él estaba escribiendo. En la línea del horizonte empezaba a clarear un nuevo día. Había refrescado un poco y el aire se podía volver a respirar. Las cosas le llamaban por su nombre. Un pájaro cantaba en un árbol cercano, se oía correr el agua de un arroyo, y de vez en cuando crujía el tronco de algún árbol del bosque. Su alma estaba en paz. Miró hacia arriba y dejó que su ser se fundiera en esa inmensidad azul. Amanecía.
Desde muy lejos regresó a él un buen recuerdo. Sus ojos sonriendo, su sonrisa. Ella estaría allí, en alguna parte de ese inmenso mundo que existía más allá del fondo del valle. Tan lejos y tan cerca. Este mundo maravilloso que un día, burlándonos del destino, hicimos a la medida de nuestros deseos.
El agua del río lanzaba destellos plateados en su camino hacia el fondo del valle, la brisa mecía suavemente las copas de los árboles y un aroma de flores silvestres inundó sus sentidos. Ella y su pasión por las flores… Se perdió en sus recuerdos. Ella y ese mundo feliz, indiferente, que existe por encima de todas nuestras cosas pequeñas, atravesando el tiempo de la vida…
Pasó mucho tiempo sentado en esa roca, pensando en todo eso. Había apagado en su corazón la llama del deseo, el apego a las cosas del mundo, sus anhelos, sus temores… Todo lo que le ataba al mundo de los hombres se había ido extinguiendo en su interior y ahora, ya casi no quedaba nada que pudiera considerar como algo suyo. Dentro de él habitaba el vacío. Esa forma de vacío esencial que lo contiene todo. Pasados muchos años comprendió que sólo hay un camino que lleva a nuestro cielo, y ahora había empezado a recorrerlo. Ya sólo quedaba esperar a que su alma se llenara de todas las cosas importantes. Ella vendría a él, desde muy lejos, y ahora, después de tanto tiempo, su alma en paz por fin podría recibirla. Sonrió, desde un lugar remoto de su corazón llegaban a él tantos buenos recuerdos…

jueves, 19 de agosto de 2010

Mal tiempo

Aquella mañana las cosas no estaban nada claras: en el jodido infierno del vivir llovía copiosamente y yo andaba perdido entre un tráfico atroz de sentimientos. El conductor del taxi quería darme conversación, pero yo no estaba por la labor de hablar de nada. Eran las nueve: plena hora punta. A la entrada del aeropuerto habían colisionado un par de coches y el atasco era monumental. Yo miraba el reloj: aún tenía tiempo. Por suerte, ya no era capaz de encontrar una sola razón para amargarme más. Respiré hondo, traté de no pensar.
Atrás quedaban diez días de aislamiento emocional en un lugar extraño, cuatro bellos recuerdos, una historia de amor inesperada, una migraña, y un vacío febril, interminable. Miré en mi interior y todo lo que vi quedaba lejos. Sentí que me costaba respirar. ¿Quién soy? Sentí que era sólo un jodido ser humano, perdido, estúpido, sombrío, absurdo y amargado. Miré por la ventanilla del taxi: tenía cuarenta años, se me estaba cayendo el pelo y ya estaba acabado. Por fin llegamos a la terminal. Recordé su mirada, la forma en que me dijo adiós. A su manera, probablemente me había querido un par de días. Nunca podría saberlo de verdad. De nuevo sentí esa sensación profunda de vacío, de soledad. Necesito sentir que sigo vivo, -pensé-. Necesito encontrar una razón para continuar.
Pagué al taxista –me estafó, como siempre-, y entré en la terminal. Fui hasta los mostradores. Se había formado un buen follón. Habían cancelado muchos vuelos. Daba lo mismo; estaba solo. No me esperaba nadie. Me senté en un sillón. A mi lado estaba sentada una mujer. Era alta, rubia, tenía aspecto de ser inteligente, y estaba tan sola como yo. El día iba a ser largo.
-¿Vas a Madrid? –le pregunté.
-Si –contestó.
Me contó que trabajaba de ejecutiva de cuentas en una empresa multinacional, que pasaba su vida en los aeropuertos, que no tenía tiempo para nada. Yo le dije que era poeta. Ya sabes, uno de esos tipos “cagapoquito” que escriben cosas tristes. Ella rió al oír aquello. Nunca antes había conocido a un poeta –añadió-. Charlamos, cancelaron el vuelo, nos fuimos juntos a un hotel. A la vuelta regresé solo al aeropuerto. Llovía. El tráfico estaba fatal. Yo miraba el reloj: aún tenía tiempo. Lo cierto es que era una mujer inteligente.
Sentí un vacío inmenso, respiré hondo, traté de no pensar…

martes, 17 de agosto de 2010

El tiempo

¿Y si después de todo lo que hemos luchado..? Tú me decías que no podías comprender, que era imposible, que no tenía sentido, y sin embargo un mundo de oscuridad impenetrable crecía entre nosotros. Cada paso llenaba mi alma de un dolor infernal, pero el cielo era azul. Tal vez eso aún era el amor, aquella sensación de que existe una fuerza que puede equilibrar el universo. ¡Cuántas noches mezclándose tu rostro en las estrellas! Y nosotros tan solos, dejándonos llevar corriente abajo.
Los días se cargaban de cansancio; de esa forma de tiempo indiferente, y el silencio crecía y crecía. El verano se prolongaba al infinito y tú buscabas en vano. ¿Dónde se esconderán ahora los gatos sonrientes del pasado? Cada pensamiento producía una sensación de vértigo y vacío. Y el cansancio ganaba las batallas.
Recuerdo aquel apartamento: yo miraba esa casa y pensaba en una posibilidad de hogar, pero no había hogar, ni futuro, ni siquiera un espacio común donde poder guardar nuestro tesoro. El tiempo… Los tiempos de la vida llegaban cada amanecer y arrasaban con todo. Esos tiempos nuestros, tan diferentes… Cada noche, mientras yo iba muriendo, tú me decías que no podías comprender. Tú querías vivir y yo estaba cansado de intentarlo. Ahora, mientras escribo esto, se pone el sol, cae la tarde, y otro día termina. La gente nace y muere; fracasa o tiene éxito en la vida, pero todo da igual, todo eso no es real, sólo es una ilusión que se hunde con el tiempo, y sin embargo, aunque es muy tarde ya, el cielo aún es azul, y yo te sigo amando.

lunes, 16 de agosto de 2010

Una puesta de sol

Aquella tarde fuimos a ver una puesta de sol. Caminamos un trecho bajo un firmamento escondido. Caía la tarde y los objetos tenían ese color de las flores que mueren. No hablábamos mucho. Flotaba en el ambiente una atmósfera pesada de derrota. En las calles estrechas el olor a orín hacía irrespirable cada paso. Era agosto y la ciudad olía a cadáver de perro, a rata aplastada sobre el asfalto, a vómito de borracho, a excremento, a comida podrida en algún contenedor. Recordé cada abismo abierto entre nosotros, las manos extendidas a la memoria, los besos en los labios del invierno, cuando todo era blanco y se abarcaba en un único abrazo.
Pero ahora se habían reunido los demonios y todos luchaban entre sí. Aquello era una fiesta, una gran cacería, un desastre. ¡Qué lejos se escondía nuestra felicidad! Yo te dije que se nos acababa el tiempo y le pregunté la hora a un muchacho de piedra. Tú tratabas de sonreír pero aún no podías. Yo miraba hacia atrás y observaba las palabras de amor que morían despacio en la estela que ibas dejando tras de ti al caminar.
Sólo era una tarde sin nombre de verano. Todo era normal: la gente se había reunido a charlar en la hierba, a la sombra, en los parques, en los bancos deshechos de la plaza, donde dos ambulancias no dejaban morir a un par de ancianos que ya habían dejado de luchar, y algo muy sutil se había roto en tu interior y ahora nada ni nadie podría repararlo. Caminamos a solas, sin alma, dejando nuestra vida atrás. Pasaba el tiempo y las calles se hacían más estrechas, las paredes crecían, hasta que en un momento se cerraron definitivamente. No se podía respirar, y nosotros, perdidos sin remedio, buscábamos desesperadamente, a ciegas, una puesta de sol.

viernes, 13 de agosto de 2010

Viernes, 13

Hoy amanece una mañana diferente; el cielo entero explota en un color malva rabioso. Es un cielo bravío, enfurecido, donde las nubes galopan y se arañan. Es el cielo de nuestro último día, el cielo donde se agitan tus demonios, y se agitan los míos.
Repaso lo que he escrito. Se ha levantado viento. El instante de luz ha terminado y las cosas regresan a su sitio. Cada infierno a su infierno, cada frío a su frío, y en mi mente se instalan estos versos: “tengo el recuerdo, de un recuerdo donde todo era rostro de rocío, sol íntimo entre los dedos, río puesto de rodillas para recibir una caricia. Tengo el recuerdo de un recuerdo donde eras precisa y pura, y ahora es el poema quien invita al suicidio, porque según respiro…”
…Da igual si esta mañana hermosa, amanece o se acaba definitivamente el mundo. Mi corazón se ha helado, está roto, cansado. Este cielo, este viento, este destino, traen el dolor más grande, ese inmenso dolor de estar perdido.

jueves, 12 de agosto de 2010

Mi alma

Aquella noche él regreso de nuevo, llegó a mi corazón desde el otro lado del silencio, donde había permanecido esperando mucho tiempo. Nos observamos sin decir nada, mientras a nuestro alrededor el universo se convertía en piedra. Estaba frente a mí, no había cambiado nada. Tenía el mismo aspecto de siempre. Traía en su alma los fantasmas de otras vidas pasadas, los instantes perdidos, la nada, el reflejo fugaz de una estrella en el agua del mar, los recuerdos, las mentiras, los errores, las tragedias, las muertes… Todo lo falso, lo terrible, lo vacío y absurdo de la vida. Y traía también ese viejo dolor. Extendió su mano y me entregó todo aquello. Ya casi había olvidado esa otra forma del dolor. El dolor inhumano, desgarrador y profundo que no se consigue superar. Yo le observaba. Habló y me dijo: “…porque, tarde o temprano, en la vida, todo desaparece y se tiñe de amargura, y los recuerdos, la existencia y el mundo, se transforman en derrota y amargo destino, he vaciado esta noche mi alma de todo lo que fui y he venido a verte. Te entrego lo que había en ella. Ahora no soy más que un recipiente vacío, un abismo sin luz, una sombra, una noche infinita en la que nunca conseguiré dormir…”
Miré a mi alrededor tratando de encontrar algo a lo que aferrarme –una palabra, un gesto, un resquicio de luz, un terremoto, una pequeña esperanza, unos ojos, una caricia, un cuerpo, una dulzura azul reconfortante…-, pero no había nada. La noche era una esfera líquida de un espeso color negro-dolor atormentado. Mientras tanto él hablaba.
Aquella noche me contó muchas cosas: cosas que yo ya había oído antes, pero que, ahora, escuchadas de sus labios, tenían una intensidad mucho mayor: pesares inimaginables, desastres que destrozan una vida. En sus ojos traía el gran dolor de todo lo que había visto. Me dijo que mirara en su interior. Allí había un niño y estaba todo él cubierto por una especie de lodo negro. Su rostro estaba manchado de carbón. Tenía una mancha de sangre en la nariz. Había también una mujer, estaba enferma. Toda esa soledad les rodeaba, se los comía. Sentí que me estallaba el pecho y no pude mirar. Ya no veía. Las lágrimas no me dejaban ver. Todo aquello era una loca cabalgada hacia un final inevitable. Traté de respirar pero no pude. Nada tenía sentido. ¿Cómo seguir viviendo con todo ese dolor? Me sumergí.
Aquella noche él regresó de nuevo, después de mucho tiempo. Hablamos. Me contó muchas cosas. Yo le escuché en silencio. Miré en el fondo de sus ojos y allí no conseguí encontrar una sola razón para seguir. Nada tenía sentido. Yo nunca encontraría las palabras, yo nunca encontraría una sola razón para existir. Me dijo que mirara en mi interior: entonces comprendí que mi alma también era un recipiente vacío. ¿Qué iba a hacer ahora con todo ese dolor?

martes, 10 de agosto de 2010

sobre ella

Madrugada: la luna ya está alta en el cielo y el mundo permanece en calma. Se ha levantado una ligera brisa que mueve las copas de los árboles. El bosque murmura historias indescifrables que hablan de cosas que sucedieron hace ya mucho tiempo. En el valle, sin hacer ningún ruido, se deslizan los pájaros. La vida detiene su respiración. Yo escucho: es la gran melodía del mundo. El paisaje resplandece bajo el silencio absoluto de esta luz plateada. Brilla el agua del río. Misterio.
A mi lado, ella duerme. Su pelo huele a tierra mojada, a tormenta de verano, a una mezcla de hierbabuena y menta.
La observo dormir: es hermosa, infinita, es eterna. Bajo la luz de la luna toda ella se despliega en mi mente y la imagino como un animal perfecto, descansando en la escarcha del cielo. No hay palabras, no hay sueño capaz de contener esto que siento. El tiempo de la noche se estremece mientras yo la contemplo. Silencio: ella duerme, suspira, sonríe. Duerme profundamente. Yo la observo.
Ella trae consigo, en su cuerpo, los caminos del bosque, las lunas del mundo, las noches, los ríos, los peces, las nubes, el color de la gran primavera , el viento de todas las latitudes, la bondad, la inocencia y la calma esencial, la palabra, las horas, el tiempo… Ella es la gran fascinación que se esconde en todo lo que existe, la belleza, el misterio, de las olas del mar, el sabor de la sal, los paisajes primeros, el pasado, el futuro, la fiebre.
Ella duerme tranquila; no lo sabe: desconoce su propio poder, sin embargo, infinita y perfecta, ella, a cada momento, hace posible toda esta gran transformación de mi universo, es el canto, la risa, la alegría, la luz, el color de la hierba; es la luna y el viento, es lo eterno, el latir de los tiempos de mi corazón.

lunes, 9 de agosto de 2010

En mi alma

Mi alma es una casa donde habitan algunas especies animales –abisales marmotas, jilgueros acabados, ratones eruditos que no saben leer…-, tal vez por eso me baño en cada río, me bebo en cada fuente, me entierro cada noche de verano, mientras el bosque ruge, los árboles se agitan, el mundo se estremece, y tu cuerpo también. No sé, algunas veces siento que en mi alma se esconden tantas cosas que creo que he perdido las ganas de entender.
Pero el espacio azul reclama a cada paso mi presencia. Lo escribo y me despliego en un intento vano de hallar un equilibrio, pero hasta el infinito se me queda pequeño. Nunca sucede nada, mientras todo sucede en realidad.
Y continúo aquí, siguiendo mi camino cada día, y sigo y sigo y sigo, y todo se transforma. Se crea, se destruye, se vuelve muy pequeño y más tarde se pierde muy atrás. El tiempo es un enigma que no consigo descifrar.
Hace demasiado calor para intentar vivir esta noche así que permanezco mucho tiempo bajo el agua. Pasan las horas, me tomo otro analgésico. Tú duermes. Mientras tanto, mi cerebro escribe sin lápiz ni papel. Aún no sale el sol y sin embargo, a ratos, el mundo se ilumina en nuestro cuarto. No queda ni un rastro de vida alrededor. Al otro lado de la persiana el mundo entero es un desierto. El aire se transforma en arena irrespirable, la noche entera es una duna que hay que superar. El tiempo se detiene. Solos, los dos, a la luz de la luna, navegamos en un mar sin agua, rodeados de estrellas. Te miro: sonríes. Con tus ojos me dices: mientras brillen todas esas estrellas debemos seguir.

jueves, 5 de agosto de 2010

Impresiones

Ha empezado la noche. Palabras deslizándose despacio, calle abajo, como el cansancio que de tanto repetirse, ya no se hace notar. La vida continúa. Sigo, seguimos, siguen. Ella y yo caminamos, estamos juntos, permanecemos aquí, a oscuras, sobre la roca. La gran roca final, la roca en que vivimos. Compartimos el mundo. Y la noche se prolonga hasta el infinito.
Amanece. Promesa de un día de sol sobre la tierra. Intento escribir esta mañana. Colores. Ella me llama, parece feliz, se sumerge en su cielo: dice cosas hermosas que hacen que se ilumine cada rincón del mundo. Colores. Amanece y el templo sigue en pie. Ella, mi templo. Yo me hago a mí mismo una promesa: intentaré acabar el día siendo un poco mejor. Reúno los últimos recursos que tengo y se los regalo envueltos en una partitura compuesta para ella. Impresiones de un viernes de verano.
Es de noche: me he sentado a esperarla en uno de esos bancos de la calle. La gente pasa, todos ellos tan diferentes… Se suceden las historias, las vidas… Soledades en marcha, corazones perdidos, rotos… Felicidad fugaz. Fugaz felicidad. Escarcha que trae hasta la arena de mis pies la sangre del destino de esa gente. Y luego están las cosas; el banco de madera, el maniquí, los vestidos en los escaparates, la calle en medio de la noche, el basurero, la joven de piernas infinitas que espera a su amante de turno con todas sus armas preparadas, justo junto al cajero. Él llega y se carga de billetes los bolsillos. Policías, taxistas, golpes, carreras, motos… Prostitutas, borrachos, mujeres que besan a mujeres, hombres que besan a hombres… Mientras yo leo un libro alguien pierde su corazón sobre la acera. Es pronto, y sin embargo, ya es demasiado tarde para todo. La noche tiene fiebre, ella regresa, sonríe, continuamos. Ración de cualquier cosa en una pizzería. Migraña, perros, gatos. Manojos de llaves, escaleras. Calor, destino, lucha. Amor, sudor, cansancio. Insomnio mezclado con proyectos. La contemplo dormir. Ella es mi templo. Calor y más calor, pobreza. Sueños.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Perdido entre tus cosas

Me he estrellado esta noche en la luna y he soñado que no sé volar. ¡Qué calor esta noche!: te recuerdo entre sábanas dulces, te recuerdo en los cuentos perdidos. Me duermo. Silencio: por favor apagad las estrellas. Dejadme: me alejo; eres el caracol oscuro, la ensalada del mundo, la sombra en la entrada de mi caverna. Pero dime: ¿porqué llamas en este instante ante mi puerta? ¿No sabes que he perdido el último resquicio de mis manos? ¿No sabes que he extraviado mi alma entre tus cosas y ahora no puedo dormir?..
Yo bebo de tus labios el aire de la noche, el viento que me arrastra.
Eres el caballo veloz, el reguero de polvo de estrellas que yo atrapo al vuelo, la palabra que brilla, el silencio, pero dejemos eso; tenemos que arreglar el coche, gastarnos el dinero en el dentista, comprarte unos zapatos y una falda, saltar la estratosfera azul y no matarnos. A veces me pregunto como cabemos juntos bajo un mismo paraguas…
Ahora comprendo que he olvidado la forma, el lugar, y hasta el momento. Los pájaros que llegan cada año con su puntualidad atroz, la nevera que se quedó vacía y en silencio. El monótono y persistente canto de los grillos. Lo he olvidado todo sólo para pensar en ti…
Se oyó un frenazo en la calle: tú y yo íbamos caminando juntos, cogidos de la mano. Nos volvimos. Recuerdo que era agosto y por la tarde. Tú estabas preocupada por algo del trabajo. Era una tarde sucia. La gente se arremolinó, se oyeron gritos. Bajo el coche yacían destrozados: un unicornio gris, dos ballenas azules y trescientas promesas de futuro… Los gritos se hacían más intensos.
Tú no querías mirar. Nos fuimos de allí muy despacio. Yo pensaba en nuestros problemas, en las cosas que tanto nos duelen cada día. Tras de nosotros se oían aún los gritos a pesar de que estábamos muy lejos. Llegaron ambulancias. El unicornio gris y esas ballenas… Ellos sí que tenían un problema…
La bóveda del cielo requiere ser pintada cada tarde, como cualquier habitación que un hombre sin familia alquila en un cochambroso edificio del centro de una ciudad poco amigable. Requiere ser pintada –ya lo he dicho-, pero a veces resulta ser demasiado grande y uno solo no puede. Entonces se busca un superhombre –tal vez alguien que pertenezca a una de esas otras ciudades que no visita el sol, una del norte-, o busca una mujer, o cambia de cielo y de trabajo, o simplemente espera con paciencia a que todo eso le caiga encima, y mira hacia otro lado, deseando, eso sí, que, a ser posible, todo eso suceda mientras duerme…
Pero todo da igual, la noche se prolonga eternamente. En medio del calor y de la noche tú te quedas helada. Mujer de curvas infinitas, no te escondas bajo las sábanas salvajes. Sígueme a mi escondite y juntos, comeremos de nuevo indescifrables setas en ese restaurante chino de tu barrio. Y no temas, de pronto, a que llegue el olvido y nos atrape. No llegará a alcanzarnos cuando se acabe el sol en la tarde sombría. Mi hogar es un punto perdido en el espacio y los perros sin nombre del pasado esperan en la esquina de mi vida –me duele el corazón y sin embargo, algunas veces todo esto me recuerda que estoy vivo-. Ya ves, ando perdido entre tus cosas. Ya ves, ando perdido.

Y eres

Esta mañana pienso en ti, y siento que eres un gran jardín contradictorio, un viaje entre las nubes, una esfera de luz, un signo, una llamada. El misterio final que se esconde detrás de cada creación, el calor de un deseo, un aroma, un espejo, una luz, un asombro, un espacio, un lugar, y eres también esa sonrisa azul que al final de la tarde anuncia una tormenta de verano… Y siento que eres tú tantas cosas entre todo lo triste de este mundo, que ya no sé qué palabras usar para encontrarte, pero sé que te quiero, lo sé, porque eres, de entre todas las cosas conocidas, lo mejor de esos mundos que nunca he vivido, un viaje al origen de todo, y eres hambre, eres sed, y eres risas… Y palabras, y frío y heridas, y eres viento, y tormento, y azúcar, y sal, y también, en algunos momentos, un desierto de escarcha en el mar.
Pero todo da igual, son palabras, son sólo palabras. Resumiendo: lo que quiero decirte es que esta mañana no ha amanecido aún y estoy pensando en ti.

martes, 3 de agosto de 2010

Mi vida, nuestras vidas

Aquel verano comprendí que no existen los límites, que no hay una sola razón para dudar, que no hay un sólo espacio en todo el universo que sea inalcanzable. Cuando supe todo esto con certeza, retrocedí en mi mente y revisé todos y cada uno de los anhelos, temores, y luchas de mi vida. Regresé a los rincones más recónditos de mi pasado, me sumergí en ellos, y en el proceso, me sentí como una serpiente que se entierra para mudar de piel en la arena caliente del desierto. Aquel verano, despacio, muy despacio, dudé, repasé y puse en orden, uno a uno, el resto de mis conocimientos.
Mientras hacía esto, la vida me llamaba a cada paso. Aquel verano hacía un calor insoportable en esa casa. No se podía dormir. Yo pasaba las noches en blanco, con los ojos abiertos, mirando al techo, pensando en ella. Trataba de imaginar como sería el futuro, los días que vendrían, las noches, los amaneceres y las puestas de sol. Esos cientos, miles, de amaneceres y de puestas de sol que verían nuestros ojos en cientos, miles de sitios diferentes… No tenía proyectos, ni tenía un futuro hacia el que dirigirme. Mi mente se desplegaba en blanco hacia la nada, y sin embargo, intuía que esa nada era una especie de recipiente capaz de contenerlo todo. La vida era un salto al vacío. La gran incertidumbre del vivir me fascinaba. Sentía todo esto y se me aceleraba, de pronto, el corazón.
Aquel verano comprendí lo que era amar a alguien de verdad y también comprendí, con una claridad inesperada,, que la felicidad no es más que otra aventura, un salto decidido hacia el futuro, o dicho de otra forma: un viaje formidable hacia ese territorio inexplorado de la nada. Esa nada infinita que todo lo puede contener. Cuando lo comprendí sentí que debía darme prisa, que no podía esperar ni un minuto más.
Mientras ella dormía, sin que ella lo supiera, guardé para siempre en mi corazón como equipaje, cada caricia de sus manos, cada gesto, cada mirada, y en mi imaginación caminé junto a ella hacia una nueva encrucijada de mi vida.
Mi vida, nuestras vidas… Este inmenso camino de la vida. La verdadera vida. La vida vivida de verdad. La única forma de vida que uno debe vivir. Esa vida que da sentido y justifica todo lo que supone el existir en este mundo increíble en que vivimos.
Aquel verano comprendí lo que era amar a alguien de verdad, y decidí seguir, seguir en el camino siempre, hasta que el camino llegara a alguna parte.

lunes, 2 de agosto de 2010

Otro día

Otro día para el amor y la esperanza. Amanece, es lunes. Estamos en el mes de agosto y es verano. Tú duermes todavía y en tus sueños, todo el brillo de esta primera luz se acerca a contemplarte. Cada cosa que tocas se transforma y hay un viento de nieve en medio del verano. Se elevan en el aire los deseos, una brisa atraviesa el prado de montaña y revive de repente un corazón.
Hay un ángel sentado en una piedra. Bajo este mundo azul te sonríen los peces. En tu rostro dormido existe un universo que vibra, y vive, y crece, y da vida a todo lo que existe alrededor, y puedo percibirlo claramente con toda la perfecta intensidad de mis sentidos.
Amanece de pronto esta mañana, el mundo está en silencio y el cielo despliega sus colores. Hay violetas, azules, grises, malvas… Rojos, anaranjados, blancos, grises… Toda está música se esparce en el ambiente como un aroma suave y amarillo. Respiro y reconozco que estoy vivo, Intensa y rematadamente vivo. Respiro y siento que te quiero sin remedio, por encima de cualquier otra cosa. Te quiero como quieren las estrellas, los peces de colores, las tortugas… Los árboles del bosque, los mejores versos de amor de los poetas… Es lunes, amanece. Suena el despertador y es duro levantarse de la cama, dejar la vida atrás, dejar el mundo, perder la perfección total de tu mirada.

lunes, 26 de julio de 2010

Una vez

Una vez conocí a un hombre que no llegué a ver nunca. No sabía si era real o era tan sólo un personaje que nació en algún lugar desconocido de mi imaginación. A veces me escribía cosas, me dejaba mensajes, que venían de lejos. Eran pequeñas notas cargadas de destino, de vida arrancada a la vida, de experiencias maduradas paso a paso, bajo un sol de justicia o un frío aterrador. Pequeños destellos de dolor, cansancio existencial, sabiduría…
Yo le leía en silencio cada noche. Trataba de entender su voz, el tiempo de su narración, el peso de sus palabras, la forma que adoptaban sus cielos; la mirada cargada de dolor de sus demonios, el tono de su voz... Detrás de todo aquello había un pasado extenso, cargado de experiencias, de mundos, de caminos. De preguntas que aún, después de tanto tiempo, esperaban respuestas.
Una vez conocí a un hombre que no llegué a ver nunca. No sé muy bien porqué, pero en lo más profundo de mi mente yo me lo imaginaba en una carretera solitaria, rodeado de montañas, avanzando bajo la nieve, sobre una bicicleta. Tras él arrastraba un pequeño remolque cargado de pasado. En él llevaba todo lo que un día vivió. No sé muy bien porqué, pero yo me lo imaginaba así –es curioso la forma que adoptan a veces nuestros sueños-.
Una vez conocí a un hombre que nunca llegué a ver. Algunos días se cruzaban de un modo misterioso nuestras palabras, de modo que a veces apenas podía distinguir que parte de sus notas eran de él, y qué parte eran mías.

jueves, 22 de julio de 2010

De noche, a la espera

Se ha apagado la luz de la calle, y en mitad del silencio, regresa muy despacio hasta su casa el último hombre de la tierra. Tú duermes arropada en tu colcha de estrellas y en tus manos aún guardas espíritus y lágrimas. Yo te observo en silencio y en tu cuerpo oigo como respira el universo. Es un sonido profundo, ancestral, que me lleva muy lejos. Siento que en ese respirar te alejas de un modo irremediable hacia ese gran misterio de lo eterno, y un repentino escalofrío me recorre la espalda. Mi corazón se pierde para siempre en tus esquinas. No quiero que te marches nunca de este mundo.
Es una noche de verano, silenciosa y profunda. El tiempo parece haberse detenido en el rayo de luna que ilumina el espejo. Tú duermes por encima de todo lo que existe. Duermes en el río de luz que le da intensidad a nuestra Vía Láctea, duermes en el sonido del pájaro nocturno, en el cuerpo del gato que persigue fantasmas, en el canto del grillo que llega hasta mi oído desde el fondo del mar o del estanque.
Todos estos sonidos me recuerdan a ti, pero ahora, se ha apagado la luz de la calle, y, de pronto, en mitad de la noche, me despierto y mi alma, permanece a la espera y te observa. Todo es cambio, todo es transformación; nos marchamos a cada momento. Nos marchamos sin ninguna esperanza, nos marchamos despacio, de un modo irremediable hacia lo eterno. Te contemplo dormir y pienso que no debo olvidar este momento. Ahora abres los ojos, sonríes, y al instante, regresas de nuevo al océano profundo de tus sueños. La vida es un viaje y nosotros estamos en camino desde siempre.

martes, 20 de julio de 2010

Ella viene

Cae la tarde en el patio de luces de mi casa. Cantan los pájaros. Es la hora, me marcho. Ella ha llamado. Ha llamado de lejos, dice que está en camino, y al oír su voz yo he sentido de nuevo renacer esa agradable sensación de que todo en esa mujer es camino y destino, lugar de regreso y punto de partida. Morir y renacer de nuevo en un lugar desconocido.
Algunas tardes, en la hora en que el cálido viento del sur dobla la esquina, ella llega al desierto reseco de mi vida y siento que me crece dentro una especie de árbol de amor y de infinito. Cuando sucede esto, intento pensar con claridad, pero todo se me transforma en bruma, en niebla y en silencio, y me escuecen los ojos, y en el fondo de mi alma, se me encarama un animal extraño con rostro de dragón y ojos de fuego.
Pero dejemos eso: ella viene esta tarde, regresa de muy lejos. Viene con el sonido de una campana azul fundida en su pequeño corazón, viene con un olor inconfundible a prado empapado de rocío y a hierbabuena verde. Trae la orilla del río en sus manos, la arena del lago, el destello de luz de un gran amanecer en calma.
Ella viene. Regresa cargada de sueños. Ahora ya es de noche, apenas queda espacio ya en el cielo. Yo la espero en silencio, estoy en el vestíbulo de la estación, observando pasar a la gente, pensando, intentando no echar a volar hacia su tren antes de tiempo.

jueves, 15 de julio de 2010

Pero al salir la luna

Aquella noche fui poco más que un triste deseo perdido en medio de las olas del olvido, pero al salir la luna volvieron a llover estrellas y me sentí mejor. Habíamos viajado más al norte de lo que cualquier ser humano hubiera viajado nunca, y hacía frío, y al rato también hacía calor, y el mundo era un lugar húmedo y tenebroso, cargado de humedad y de tinieblas. El aire bramaba al doblar cada esquina de nuestros corazones, y mientras avanzábamos, el porche de una casa amenazaba con acogernos de un modo permanente. Sentí un escalofrío: nunca llegaría a ser como esos humanos sedentarios que se sientan en uno de esos porches a pensar. Pasamos de largo entre setos de tejos y campos de margaritas. Teníamos hambre; tú llevabas la luz de un pensamiento azul prendida en el fondo de tus ojos, y era una luz intensa. Tal vez, por eso, yo no podía evitar mirarte todo el tiempo. No habíamos vuelto a hablar desde que el desconsuelo nos hizo abandonar la carretera que bordeaba el círculo del mar y ahora llevábamos cien horas sin parar, empujando las viejas bicicletas, contra el viento. Tu pelo ondulaba en el aire y era como un presagio. Tu pelo, largo y fino como un cristal tallado por cuatro duendes locos. Se oía llegar hasta nosotros el ruido de nuestros propios pasos. Llegaba a través de los troncos de los árboles del bosque, a través de la oscuridad, a través de la sangre y el tiempo. Los oíamos llegar con la misma cadencia con que late cualquier corazón. La danza de las horas sonreía. Recuerdo que pensé: demasiadas palabras en el agua del río. ¡Para!,-dije-, quiero beber -pero tú dormías mientras caminabas. “Para” -repetí-, y tú te detuviste de repente y sacudías un poco la cabeza, como diciendo: no.
“¿Donde estamos?” -dijiste-“No sé, probablemente muy arriba” -contesté-, y vi que el cielo estaba por debajo de nosotros. Entonces un pájaro nocturno se posó en una rama y tú te quedaste mucho tiempo contemplándolo. En ese instante supe que tú ya no eras tú, que el viaje nos había cambiado de algún modo. No sentí angustia, tampoco sentí miedo. Lo único que podíamos hacer era continuar. No me pertenecías; nadie es dueño de nadie. ¿Cuánto tiempo habíamos necesitado para regresar? Volver a comenzar no era sencillo. Recordé que ya no era capaz de recordar y me sentí muy triste. El viaje se estaba prolongando demasiado, sentí que no era más que un pequeño deseo perdido entre las olas del olvido, un hombre entre los hombres, nadie especial que mereciera nada, como uno de esos seres sedentarios que mueren lentamente mientras pasan el tiempo pensando en uno de esos porches junto a la carretera. Aquella noche fui poco más que un triste deseo en medio de las olas, pero al salir la luna volvieron a llover estrellas y me sentí mejor. Habíamos viajado más al norte de lo que cualquier ser humano hubiera viajado nunca, y hacía frío…

martes, 13 de julio de 2010

El arte de la vida

Seis de la tarde. Mes de julio. En casa la temperatura es casi de treinta grados -veintiocho con cinco, para ser más exactos, veintinueve al acabar de escribir esto-. Se hace difícil pensar con este calor, se hace difícil conservar el buen humor, respirar o mantener siquiera a salvo una sonrisa, pero lo intento.
Ahora que hace tanto tiempo ya -el tiempo es una cosa relativa-, que empecé este viaje, comprendo que no existe un lugar que no haya visitado, que no existe un recuerdo, un rostro, una experiencia, que no haya percibido en mis sentidos, y sin embargo, también es cierto que aún no he visto nada, que no he aprendido nada, que no he entendido nada, y que aún no he comenzado a caminar.
Tal vez llega un momento en nuestras vidas en el que no se trata ya de ver ningún otro lugar -eso no significa lo que piensas-, sino aprender a ver de un modo diferente los lugares del alma que un día visitamos. Aprender de una vez, a ver y a comprender, con los ojos de la sabiduría.
Cada día nos entrega el tesoro del vivir, la sed y el hambre de existir, de estar en el planeta, la posibilidad de luchar por conservar lo mejor de nosotros mismos. Vivir con todo el corazón y toda el alma requiere de un continuo esfuerzo. Crecer y mantenerse a salvo, sentir, por encima de todo; esquivar lo triste y lo mediocre de la vida. Da igual lo que suceda, da igual lo que nos digan. No te dejes morir, lucha con toda el alma, busca con todo el corazón el tiempo que haga falta. No pierdas la esperanza; rebélate y mantente vivo.
Vivir es nuestra obligación: crecer, comprometernos, trazar nuestro camino, amar, crear, vibrar, sentir, tratar de ser felices y hacer felices a la gente que amamos... Siempre y en cada instante.
Esta tarde del mes de julio no debes dejar que te derrote el miedo al existir o la tragedia, la enfermedad, los años, la desesperación, el pasado, el dolor, la rutina, o cualquiera de ese tipo de cosas que nos acechan siempre bajo la apariencia de un cansancio tenaz, que nos supera.
En esto consiste el arte de la vida.
Seis de la tarde. Estamos en el mes de julio y parece que hoy hace demasiado calor para estar en la vida, y sin embargo yo dejo de escribir y salgo a conquistar esta tarde que ya no volverá. Recuerdo una estrofa de una vieja canción que decía: “la vida te espera en un sitio cualquiera...” Tal vez no era exactamente así. Da igual. Me marcho, que la vida me espera, y no pienso perderla en el camino. Haz tú lo mismo también y nos encontraremos. Será fácil reconocerte. Llevarás en tus ojos ese brillo especial de los que luchan siempre por seguir vivos.

viernes, 9 de julio de 2010

La chica de mis sueños

Las once y treinta y cinco de la noche: creo que llego un poco tarde, te busco entre la gente, estás sentada al fondo, en una esquina. Eres perfecta, guapa, inteligente… No sé lo que me pasa hoy, pero me gustas. Me gustas tanto que creo que me voy a derretir. Avanzo entre las mesas; todo está abarrotado. El tipo del acordeón no para de tocar.
Mientras me acerco, pienso que no hay ninguna duda, que eres la mejor, que estás buena a rabiar, que tienes estilo y personalidad, carácter, fuerza y ganas de vivir; que eres simpática –seguro que te gusta viajar, que te gustan los lagos, las montañas, montar en bicicleta, caminar…-, que te gusta lo que me gusta a mi -nos parecemos tanto-. Doy un rodeo, la terraza del bar está completamente llena; no se puede pasar.
Te imagino dormida. Pareces un ángel sobre una nube azul o una sirena tendida en la arena caliente de una playa -¡Qué guapa cuando duermes! Ay, pienso, es que me matas; ¿cómo puedo pensar en descansar contigo al lado?-. Eres sensible, inteligente, te gusta conversar, amas como las fieras, lloras como las cataratas, me das lo que es mejor de ti: tus ojos, tus labios, tus miradas… Me muero por estar contigo, me muero por besarte, me muero por beberme tus sonrisas, me muero por estar sobre tu cama. Ya llego junto a ti, busco una silla. Me siento –te has puesto esta noche un vestido rojo-. Me miras y no entiendes. Siento que no puedo pensar en otra cosa, que si no estoy contigo me deshago, que no puedo vivir sin ti, que esta noche me tienes atrapado, que creo que estoy enamorado. Te miro fijamente, me deslumbras, y luego, con voz de hombre de mundo, me presento: “me llamo Ángel, perdona: ¿tú no serás la chica de mis sueños?” Me miras fijamente, y otra vez me deslumbras, esperas un instante, me dices que soy un gilipollas, te levantas, llamas al camarero, pagas, te vas, me dejas, me abandonas.

miércoles, 7 de julio de 2010

En su naturaleza

Estaba en su naturaleza ser de ese modo: salvaje, violenta y arriesgada. Tal vez no fue su corazón el que se congeló en una noche de invierno, fueron sus pies, sus manos o su vida. Yo la recuperé de entre las nubes, cuando todo el silencio la llamaba, pero no lo recuerda, a pesar de que se lo dicen cada tarde los animales.
La recuerdo correr de un modo etéreo, internarse en las olas sin rozarlas, deshacerse en espuma y en sal, mientras su corazón se ensanchaba en un vuelo que se hacía de mar hacia todas las cosas.
La recuerdo envolverse en una manta azul, hecha con hilo de oro y de tristeza. La recuerdo subir y bajar, y no hablar, y llorar y llorar, y estremecerse, hasta que se encontró una noche de frente con la luna.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y alcanzar cada sueño, y crecer y escapar y perderse en un mundo de luz.
Los ángeles del cielo la querían, los ángeles de la tierra también. Los dioses, los lagartos, los gatos y las plantas la adoraban. Estaba en su naturaleza ser querida.
Yo pasé aquel verano de mi vida contemplando el milagro de tenerla a mi lado, de saber que existía, de observar cada gesto que escondía en sus ojos, de escuchar cada llanto, de vivir cada risa.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y salvaje y violenta y arriesgada. Yo la quise de una manera extraña, hasta el punto de que ya no sabía distinguir que parte de mi cielo no era ella.

lunes, 5 de julio de 2010

Soñé

Aquella noche soñé con un pasado que no pude llegar a adivinar a quien pertenecía. Las horas transcurrían lentas, y en mi sueño, una mujer desplegaba una danza perfecta en medio de la oscuridad. Todos los nombres falsos que un día pronunciaron los labios de los hombres se hicieron sólidos de pronto y se convirtieron en los muros de una oscura ciudad que lo envolvía todo. Tenía el aspecto de un cementerio azul que flotaba sobre las olas.
Y en medio de la noche pasó un tren.
Yo caminaba sobre abismos sin fondo; la magia de un sabor a miel me transportaba. Había un gran volcán, pero no había fuego. Pequeñas luces indicaban los signos del camino. En el suelo podía ver el rastro que dejaban cientos de pies de hombres y de mujeres que habían perdido el alma, libros abiertos a medio terminar, callejones oscuros, abismos del lenguaje donde nunca se encontraba una solución.
En mi sueño rompí todas las reglas del destino, besé cientos de corazones, cargué con los muertos de los demás, subí cuestas de soledad, tracé líneas de luz, maté gigantes que no tenían culpa de nada.
Aquella noche soñé con un pasado que no pude llegar a adivinar a quién pertenecía. Yo estaba en un andén, desnudo, helado, frío. Las horas transcurrían lentas y en mi sueño una mujer bailaba una danza perfecta. Recuerdo que pensé que era muy tarde, que ya no había tiempo. Recuerdo que sentí que me moría.
Y en medio de la noche pasó un tren.

Noche de verano

La vida no es fácil: normalmente nunca se gana y la felicidad va y viene de un modo extraño, pero siempre merece la pena luchar. Esta noche pasada la vida llegaba a tus orillas en silencio, con un mensaje triste, cargado de verano y de melancolía, y sin embargo, las estrellas brillaban en el cielo igual que cualquier noche, que todas las noches.
Recuerdo que hubo un tiempo sin lágrimas, ni oscuridad. La nieve lo cubría todo y los lobos del mundo eran cachorrillos de perro que venían a comer de tu mano. ¡Qué hermoso resultaba entonces tu silencio! Los ojos de los peces lanzaban sus destellos a la luna, y en el fondo del mar, las cosas más hermosas de la tierra se confundían contigo. Tu piel era la esencia de cualquier paraíso y todo, en el fondo de mí, se llenaba contigo.
Ayer, la noche se hacía lenta, hasta que en un instante extraño se iluminó tu rostro, y todo cambió de repente; habías regresado de muy lejos, volvías a sentir con toda el alma. Recuerdo que en ese momento pensé que la vida no es fácil, pero siempre merece la pena luchar por lo que amas.

viernes, 2 de julio de 2010

Inercia

Consagró su destino a pintar acantilados, a escribir sobre piedras sus versos, a tratar de acabar con los muros, a crecer con el tiempo. Montó sobre una máquina de tinta y de papel y trató de darle un nombre propio a cada ser humano.
Pasó el tiempo y el hombre maduró, dejó de ser un niño y trató de cantar una sola canción; una canción de amor, que contara la historia del mundo, o quizás de su vida o su muerte, pero nunca encontró las palabras correctas y su voz naufragó.
Consagró su destino a una búsqueda. Regresó del infierno –nunca debió pasar por esa puerta-, y al regreso, sus manos, acariciaron una estrella fugaz (mientras escribo esto me pregunto cuánta tristeza se puede llegar a acumular en cada ser humano).
Había un nombre escrito en un papel y había un gran descubrimiento. Había una gran lucha. Era un hombre feliz y estaba en este mundo. Las cosas se crecían. Luego pasó una nube, se acabaron los sueños. Alguien alimentaba incendios en una habitación. La muerte lo llenaba todo. Aquel lugar se hundió en el desconcierto. El árbol se secó. Las mujeres huyeron, los niños se marcharon. La cera de los púlpitos no ardía. La sangre de los muertos se secaba. ¿Adónde íbamos todos? Aquello era algo serio; según pasaba el tiempo la cosa empeoraba. Los hombres, las mujeres, perdieron los recuerdos. Los niños y las bestias pasaron un mal trago… Todos dejaron de jugar por las mañanas. Llovieron caracolas, tortugas, horizontes, y nadie se inmutó ni dijo nada. Murieron muchos. Les pesaban la sangre y las palabras. No supieron ganar esa batalla.
El hombre no supo qué escribir desde ese día. Nadie se merecía aquello. La inercia de la vida los mató. Los que le conocieron nunca dijeron nada, nunca se revelaron. Murieron en silencio, murieron sin saber, murieron como perros, todos domesticados.

jueves, 1 de julio de 2010

Algunas noches

Algunas noches llegas transformada, convertida en olvido y desencanto. La soledad se apodera entonces de tu alma. Te vienes muy despacio, agotada y febril hasta la cama. Yo te miro a los ojos y veo tempestades, abismos, naufragios en el aire.
Algunas noches llegas del trabajo, y una tristeza extraña se instala junto a mí bajo la almohada. Todo tu ser se vuelve hacia lo oscuro mientras lucho por rescatarte. Salgo entonces en busca de una luz que te pueda salvar, de una razón que te lleve hacia el mar, de un libro que te hable de montañas.
Esas noches, el mundo, se esconde acobardado entre cortinas, las estrellas se duermen en las calles, no hay sonrisas posibles, ni gestos que muevan el cielo.
Cuando sucede eso, yo busco sin cesar en los cajones, recorro mil caminos, incansable. Intento comprender para explicarte, enciendo y le doy luz a mis mejores lunas, escojo mis palabras, apago mil incendios con las manos, me enfrío y me desvelo, en un intento loco de ayudarte.
Casi siempre amanezco derrotado, cubierto por el polvo, desangrado… pero eso me da igual, no significa nada. Algunas noches llegas triste, y algunas noches, yo consigo alegrarte, y la vida está bien. Sonríes, y con eso me basta.

martes, 29 de junio de 2010

Con las manos vacías

Amanece en este punto concreto de la tierra. Sale el sol y el campo se despereza con un suspiro amable. El agua de río murmura entre las piedras. Hay plantas acuáticas, insectos que zumban en el aire, destellos de colores suaves que se confunden con esta luz primera, cientos miles, millones de cosas se dirigen en este instante hacia alguna parte o giran en círculos configurando el misterio de un ciclo interminable. Siento como un escalofrío me recorre la espalda. Amanece: es de día otra vez. La vida sigue.
Este pequeño hecho, apenas algo intrascendente en este universo en el que vivo, me fascina de un modo extraño esta mañana. Todo está en paz. Me paro a tratar de comprender lo que esto significa, pero no entiendo nada. Lo único que puedo hacer es intentar sentir este fugaz amanecer con toda el alma.
Hoy hay una tranquilidad perfecta en el ambiente. Anoche hubo tormenta. El pueblo está en silencio. Un gran ave rapaz vuela sobre los campos. En el pequeño cementerio que hay fuera del pueblo, el viento ha derribado algunas flores que ahora yacen esparcidas en la hierba. El tiempo parece haberse detenido en este pequeño cementerio. Leo nombres y fechas. Principios y finales; ochenta años de vida, setenta, sesenta, treinta y dos... Hombres, mujeres... Ancianos cargados de pasado. Seres que vivieron aquí, que contemplaron esto. La vida continúa. Miro a mi alrededor: el pueblo está en el fondo de una inmensa garganta. Las paredes de piedra tienen tonalidades grises, rojizas, azuladas... Hay un silencio limpio en el ambiente, un cielo despejado; es como si este lugar viviera al margen de este tiempo fugaz en que vivimos los que estamos de paso por la tierra.
Miro a mi alrededor: el agua del arroyo contiene las respuestas. Mientras tanto, ella aún duerme sobre la hierba. Ella, principio y fin, de todo esto que siento.
Yo sé que sólo soy un hombre con las manos vacías, pero qué bueno es vivir este día, sentir en este instante, de nuevo, en esta vida. Una vida que empieza con este nuevo amanecer, y que me llama a gritos por mi nombre, pidiéndome que viva hoy con toda el alma.

jueves, 24 de junio de 2010

Me llamó muy temprano

Me llamó muy temprano: aún no había amanecido. Me dijo: “necesito hablar contigo, que me digas algo que me dé una esperanza, una sola palabra que me diga que aún puedo ser feliz…” Luego siguió diciendo cosas de ese estilo. Yo no sabía qué contestar: había perdido mi trabajo, me habían embargado la casa, y mi mejor amiga, la única persona por la que merecía la pena continuar, se había matado hacía un par de días con mi coche. No había dormido desde entonces y justo ahora, cuando, por fin, había conseguido relajarme un poco, sonó el teléfono y esa voz me dijo que necesitaba un mensaje de esperanza.
-¿Dónde estás? –le pregunté.
-En Mónaco, con mis padres. Voy a estar quince días en su maldito yate. Me aburro como una ostra. No puedo más.
Recordé como nos habíamos conocido. De un modo absurdo, como suceden todas estas malditas cosas en la vida. Ella seguía hablando. Yo estaba tumbado en el suelo de mi cuarto sobre ese jodido colchón. Me dolía la cabeza de un modo insoportable. Miraba la mancha de humedad del techo. Habíamos estado juntos un verano, dos meses o así, hacía unos años, y yo, ahora, no conseguía recordar su nombre. La voz decía que no podía soportar ese tipo de vida, que quería regresar a esta ciudad, estar con un chaval que había conocido; quería verme, volver a hablar conmigo, quería ser feliz.
-Todo el mundo quiere ser feliz –le contesté-. La mancha del techo tenía la forma de una araña. Una araña aplastada, enorme, peluda y asquerosa, que parecía moverse un poco a cada instante. Miré el bote de pastillas. Estaba volcado y sólo quedaban dos, tiradas al lado de la lámpara. Los ojos me escocían un montón.
-¿Porqué nadie me entiende?; ¿porqué no puedo ser feliz? –la voz seguía y seguía. Traté de recordar su cuerpo. Ella era joven, era bonita, tenía dinero, se pasaba la vida viajando. La imaginé tumbada en la cubierta del yate de su padre, a la luz de la luna, con una copa en la mano. Alargué el brazo y me metí en la boca las dos pastillas que quedaban. El reloj cayó al suelo y rodó bajo la mesa.
-¿Sabes? –dije-, nadie es feliz. En este jodido mundo nadie es feliz –ella empezó a lloriquear al otro lado de la línea-. La imaginé al día siguiente, feliz, bañándose en ese mar azul, con sus amigos. Cerré los ojos y me quedé dormido. La oí decir: “yo quiero ser feliz, de verdad que quiero ser feliz, pero no puedo…”

martes, 22 de junio de 2010

Se fue la primavera

Se fue la primavera y dejó atrás un universo de senderos. La vida era aquello. Las palabras del mundo, infinidad de detalles, de historias escritas en el aire. Todo nuestro pasado, juntos, con su carga de eternidad. Cada momento vivido contigo y todo lo que me diste durante aquellos meses de primavera se materializó de pronto, en aquel océano inmenso, azul, vibrante, tan lleno de experiencias y de sabiduría.
Hoy era un día azul y todo se elevaba hacia lo alto. Estábamos en un acantilado inmenso, frente al mar. Yo era feliz, el verano empezaba. Había mil anhelos en el aire; la vida entera era un sólo proyecto que se multiplicaba contigo a cada instante. Cada noche, tu espalda era un camino, cada flor encerraba una palabra, cada piedra un paisaje, cada nube en el cielo era un reflejo de nuestra libertad.
Recorrimos playas desiertas, calas donde nunca había llegado la tristeza, dunas fosilizadas, cactus, rocas, nubes blancas llenas de sol, ríos de lava, volcanes, aguas desconocidas, profundas, cristalinas, donde nadamos juntos… Y en cada recodo del camino, se escondía, perfecta, toda esa gran felicidad de un mundo que habíamos descubierto y conquistado para nosotros dos, y que ahora nos seguía dócil, frágil y misterioso, como un pequeño gato enamorado.
Yo te observaba subir aquellos puertos sobre tu bicicleta, te veía luchar contra el viento caliente que nos traía la tarde. La brisa de la mar levantaba pequeños remolinos en tus ojos, tu pelo se enredaba en los rayos de luna, tus manos eran pájaros posados sobre la eternidad. Al borde de aquella carretera el tiempo era un secreto que se nos desvelaba lento –pequeños saltamontes, serpientes, lagartijas, preguntas sin respuesta, deseos, aventuras…- La noche nos encontró abrazados, muy juntos, sobre la palpitante arena de una playa desconocida. La puesta de sol era un incendio y allá en mi corazón yo guardaba cada momento vivido aquellos días con una intensidad desesperada. Recuerdo que llevabas en tus labios todo el sabor a sal de aquel instante que pasamos muy lejos, perdidos en el mar. La arena de las dunas guardaba el calor de tu cuerpo, la noche, las estrellas, el viento de la vida te arropaban. Aquella primavera viví contigo en un lugar sin nombre, perdido en un rincón del paraíso. Un sitio inalcanzable donde nacen los sueños de los hombres.

martes, 15 de junio de 2010

El pescador de sueños

Esta mañana he salido temprano a navegar. Aún no había amanecido y la costa se desplegaba limpia bajo la aurora. La eternidad callaba en ese instante; el sol, la luna, el viento… Todo me recordaba a ti.
Tú estabas en tu mundo, durmiendo tu esplendor sobre la cama. Yo recordé tu cuerpo, ese desfiladero último donde van a parar todas las cosas: desembocaduras de ríos, selvas amarillas, peluches silenciosos, gatos sin nombre, besos…
El aire olía a mar. Las gaviotas jugaban con el barco. Sus voces te llamaban. Un fragmento de ti flotaba aún sobre el malva del cielo.
Las redes de mis sueños se hundían en el agua. He sentido una sensación inexplicable. Solo, desnudo en mi interior, perdido en medio de este mar inacabable, he visto regresar la eternidad. La muerte, el nacimiento, cada resurrección... Las olas de la vida, el firmamento.
Sólo un día sin ti y ya me muero.
El aire huele a sal, voy rumbo al mar del Norte. La vida sin tu amor no es más que una extensión de mar helada. La tinta de las horas se pierde entre sus aguas. La luna se ha marchado y sin embargo, cada noche oigo latir tu corazón sobre mi almohada.
Palabras que se pierden entre la soledad del brezo. La tierra queda atrás, cada vez más lejana. En la espuma se esconden, silenciosos, el monstruo de las nectarinas, la araña, la ortiga y el ciempiés. Las redes de mis sueños se hunden en el agua. Un agua tan profunda, tan fría, tan extraña… Tengo miedo por ti, mi amor, no salgas de la cama.

lunes, 14 de junio de 2010

Seis nombres

Aquella mañana me desperté intranquilo, pensando en un inmenso viaje: un viaje interminable que haríamos juntos, en busca de un lugar en el que ser felices –las cosas, las esferas, los centros, las esencias… Todo me recordaba a ti. -Era sólo un lunes por la mañana y ya pensaba en ti- . Luego, bajo la lluvia, busqué seis nombres con los que definirte. Seis nombres con los que trataría de llegar hasta ti, pero solo encontré un paisaje cubierto por las nubes. Era normal: los lunes no son un buen día para buscar seis nombres.
Mientras atravesaba el caos de la ciudad pensé que en poco tiempo recorreríamos juntos caminos por cielo, destinos y lugares, paisajes imposibles, oasis con palmeras, mundos donde a los sueños ya no se los distingue de nuestra realidad.
Recuerdo que, al final, casi a las diez de la mañana, pinté seis nombres sobre un paso de cebra y luego los dejé caer en el agua del mar -el mar era un lugar amable donde nunca llegaban esas tontas historias del los seres mezquinos que agotaban la tierra-.
Era demasiado temprano y los ángeles dormían. Los aviones no podían volar a causa del humo y las cenizas de un volcán. La bolsa fluctuaba, las luces se encendían.
Aquel fin de semana compramos un colchón. Era como una isla. De noche te oía respirar, en la orilla del mundo, al lado de las olas, y todo alrededor de ti era un espacio azul, bello, inmenso, perfecto, donde permanecías tú, siempre bajo la luna, el centro de todo el universo…
Aquella mañana me desperté temprano, demasiado temprano como para escribir ni siquiera una sola línea de un poema, pero daba lo mismo, las cosas te querían. No hacía falta escribir nada más. El mundo era un árbol inmenso, un jardín en la tarde, una puesta de sol. Oscuros nubarrones pintaban el paisaje, pero eso daba igual. Estábamos sentados en una colina de hierba. Muy lejos, los aviones, aterrizaban, uno detrás del otro, huyendo de la tempestad. Aquello era el diluvio. Cortinas de lluvia caían sobre todo el paisaje. Mientras tanto, nosotros, tomábamos el sol. El mundo estaba en paz, el cielo estaba en orden. Entramos los dos en ese paraíso cogidos de la mano –sentí un ligero escalofrío, la puerta me quedaba un poco grande-. El aire olía a Jazmín y a millones de flores, todas enamoradas. Había granados en flor.
Buscaste un rincón especial en el jardín de Dios. Me dijiste que si un día desaparecías te buscara en ese lugar, pero yo pensé que si un día desaparecías no me daría tiempo a buscarte. Me moriría y punto.
Recogí unas semillas del suelo –adoro la textura de esos frutos, como adoro también esa textura tuya-, las contemplé un momento. Tú andabas perdida entre las flores. Recuerdo que pensé en el frío: ese frío lejano que ahora parecía haberse marchado de este mundo, muy lejos, para siempre. Tú parecías feliz y aquello –no había duda-, aquello era estar en el cielo. Y a nosotros, no sé muy bien porqué, nos habían dejado entrar.