lunes, 31 de mayo de 2010

A tu lado, en la noche

Y luego, aquella tarde, sin darnos apenas cuenta, alcanzamos el mar. Los elementos del mundo se asomaban a aquel espejo azul y luego se precipitaban dentro. Tú te asomaste también, y su respiración te alborotó el cabello. Poco a poco se nos hizo de noche. Yo te observaba. Te movías sobre las rocas con la dulzura del aire mientras sobre nosotros brillaba una luna de silencio. El tiempo era una nueva bendición que yo desconocía. Entonces supe que el cielo era estar a tu lado.
Yo miraba hacia el horizonte y me preguntaba si habría alguna manera de atravesar aquella inmensidad azul y quedarme contigo para siempre. El mar suspiraba por ti como un gigantesco dragón dormido. El mar, la luna, el cielo… Toda esa configuración perfecta iba instalándose en mi alma, encajando cada una de sus piezas dentro de mi corazón, revelándome sus misterios. Y todo llevaba a ti.
Tal vez aquella Vía Láctea que me crecía dentro no era más que el reflejo de tus ojos o el tacto de tu piel brillando sobre el acantilado. Yo te observaba. Te movías sobre las rocas muy despacio. Un pájaro cantó en la noche. El dragón dormía profundamente. Dentro de ti crecían horizontes infinitos, mares azules, vientos, misterios indescriptibles… Sonidos del universo, misterios que me arrastraban lejos, al otro lado del mar, a algún lugar de tu mundo. La noche entera dormía sobre el lomo del dragón y en algún punto del cielo yo te besé en los labios.

viernes, 28 de mayo de 2010

Pero hoy es primavera

Cuando llegó el frío te encontró desnuda
con las alas desplegadas contra el viento.
Pesaban en tus manos la soledad, la noche y el olvido.
Derrotas y cenizas
y un pobre, viejo barco, que se hundía.
Pero tú eras más fuerte y quisiste sobrevivir a todo ese naufragio.
Buscaste con una tenacidad atroz el Gran Significado,
el secreto final de la alegría.
Pequeñas, diminutas cosas que habitaban los mundos que vivían en ti.

Eras tan importante que las cosas del cielo se apartaban.
Pero hoy es primavera
y tu cuerpo amanece dormido en mitad del abismo.
Y eres la luz, el cielo, y todo el resplandor de las alturas.

Hoy crece la hierba en el asfalto.
Estamos juntos
y la tierra se asombra y no entiende
el misterio que escondes.
Amanece,
el sol baña tu cuerpo
mientras yo te contemplo en silencio.

viernes, 21 de mayo de 2010

En mitad de la noche

Esta noche contemplo brillar una luna de primavera. Es una luna pequeña, suspendida de un modo muy frágil en la nada infinita del cielo. Mientras tanto, en tus ojos dormidos se enreda el fantasma de un sueño, una paz misteriosa, un viaje sin fin al lugar donde ahora descansan todas las respuestas.
Esta noche es la noche del tiempo, del instante de piedra, del paisaje sin fin, de las locas palabras eternas, del decirse te quiero.
Los que un día se fueron ya no volverán, los que estaban ausentes vivirán en su ausencia, los que un día perdieron la vida hablarán en silencio.
Esta noche no consigo dormir: es primavera. Hay un sabor a paz que me fascina en cada una de las curvas de tu cuerpo y mientras te contemplo, siento que no sucede nada fuera de ese centro que en esta hora extraña de la noche llenas tú, y sin embargo, mientras el tiempo avanza, el corazón del mundo se precipita a un abismo absoluto de dolor. Tengo miedo por ti, mi amor, y lo único que deseo en mi corazón es que nunca te alcance el sufrimiento, ni la terrible maldición que pinta los paisajes de la muerte.
Hay una sabiduría que duerme en el silencio de la noche. Mientras te miro, el tiempo se desliza lento. Dejo todo ese gran dolor atrás y comprendo que esta noche en tu cuerpo guardas la clave de un espacio secreto. Eres un país de luz y de esperanza. Todo es inmenso en ti, tú eres la noche entera.
Me abrazas mientras duermes, siento toda esa vida, ese misterio en tu cálido cuerpo. No soy capaz de imaginar los límites de esta forma como te quiero.

jueves, 20 de mayo de 2010

Demasiada tristeza

Era por la mañana: una brisa cargada de futuro mecía las hojas de los árboles. Hacía un día de sol que no dejaba abrir los ojos. La vida seguía en todas partes y yo podía sentirlo en la arena del suelo, en el charco, en el tronco del árbol, y hasta en la alcantarilla. Y sin embargo mi alma se había instalado en la tristeza.
Miré alrededor: en la calle el destino tiraba con una fuerza descomunal hacia el abismo. Curioso mundo este, curiosa multitud de escenas y ese terror oscuro atravesando el asfalto. Un niño lloró en alguna parte. Se oyó frenar un coche y un grito de mujer. No pasó nada. Hubo una discusión y luego todos siguieron su camino. El día continuó cargado de esperanzas, de sol y de sonrisas. La vida celebraba este canto a la primavera, y sin embargo, mi alma se había quedado atascada en alguna parte.
Algunas veces pienso de donde viene toda esta maldición. Esta forma de estar de paso, este vivir absurdo en las cosas que no llegan a ser jamás –aceras que se pierden calle abajo, cadáveres que se pudren al sol, muertos en vida…- Mundo de muertos muertos. Muertos jodidamente muertos. Y yo, al final del pasadizo, hundido en la desesperanza de este presente atroz, vulgar, indescifrable, que observo a contraluz. Soy un cadáver más de esta desesperanza y aún hoy, algunos días, oigo la voz de tu locura gemir desde el infierno. Hoy es un día triste. No hay ninguna razón para ello, y sin embargo, morirse y desaparecer sería un descanso.
Demasiada tristeza para tan poca vida.

lunes, 17 de mayo de 2010

Aquella noche

…Aquella noche, mientras ella dormía en mis brazos, comprendí que no hay nada imposible, que sí existe el futuro, y que todo se mueve en una dirección.
Mientras la sentía respirar, con su rostro profundamente hundido en mi pecho, yo miraba la noche y el vacío, y allí, en esa habitación sin luz, inhóspita y repleta de silencios, sentí el latido eterno de todas las cosas. Entonces comprendí que nunca pasa nada, que nunca acaba nada, ni hay nada que temer. Aquella noche la vida era una inmensa aventura cargada de misterio, un viaje hacia un horizonte azul, repleto de luz y de esperanza; una ascensión sin fin hacia ese mundo extraño donde los deseos se transforman en una paz profunda, ilimitada, y el cielo ya no se distingue de los cuerpos, ni la tierra del aire, ni el aire del agua del mar.
Aquella noche, mientras ella dormía, oí la gran melodía del mundo; una melodía perfecta donde se interpretaban las notas de la más dulce canción. Quizás permanecía aún lejos de poder comprender el latido infinito de la vida, pero daba lo mismo, oyendo su respiración, notando el calor de su cuerpo, sentí que seguía un sendero que llevaba hacia una forma fascinante de la felicidad, un sendero arriesgado, difícil, exigente. Un sendero que se elevaba siempre, en medio la noche y de las nubes, por encima de los deseos, los miedos y la fatalidad. Un sendero estrecho que iba ascendiendo, despacio, hacia la vida… Quería a esa mujer, la quería por encima de cualquier cosa… Me iba repitiendo esas palabras mientras lo recorría…

viernes, 14 de mayo de 2010

Hay días...

Cuando ella está mal la vida se me escapa; mi alma se hiela y cualquier realidad desaparece en el punto fatal donde mueren todas las carreteras. Sucede entonces que todo sobra y lo único que puedo hacer es perseguir un sueño, perderme entre las nubes, nadar y sumergirme en un mar de tristeza, a la espera de que se pase la tormenta. Y sin embargo, con ella cada día siempre es mejor que el anterior.
¿Cómo puede hacer eso?
Desconozco la clave del misterio. Cuando ella está conmigo hay instantes en los que me sorprendo y me elevo entre besos y promesas: promesas de tiempo y de futuro, de esperanzas, de sueños… Y el nuevo amanecer me encuentra rendido junto a ella. Esos días me vuelvo bueno, sincero, complaciente, y le hablo hasta a las farolas de su forma de ser y de su encanto.
Hay días en los que sale el sol y hay días en los que no, pero eso a mi me da igual, porque si ella es feliz el mundo entero es amable, y la vida es sencilla y cariñosa, y está llena de magia, y el brillo de sus ojos empapa de alegría cada calle, y el sol me da calor aunque no pueda verlo, y yo me siento bien y tan afortunado que me cuesta hasta respirar.
Esos días la química de mi alma juega en el horizonte a transformarse, y se hace Pura Vida, y me pide que mueva mis montañas, que desvíe mis ríos, que apague mis incendios, que queme mis navíos, que me pierda en sus sueños, que siga sus caminos.
Y entonces soy feliz y me muevo despacio por su cuerpo, y noto su cariño llegando en oleadas, y le pido al destino otro minuto más; una tregua, un espacio, un lugar en el viento para continuar.
Y me abrazo a su cuerpo junto a un río, o al borde de un inmenso precipicio, y en cada beso suyo siento que no hay nada mejor, ni más intenso, que esta forma de ser feliz a cada instante. Y me duermo y no duermo ni una hora, y algunas noches pierdo mi alma en un punto lejano de la cama, y más tarde la encuentro dormida en su pijama. Y luego, al día siguiente, de vuelta a la realidad del mundo, cada café que tomo, lo tomo pensando en ella. Cada paso que doy, lo doy sólo para ella. Cada canción que canto, la canto porque me recuerda a ella.
Hay días en los que brilla el sol y hay días en los que no, pero eso a mi me da igual, porque si ella es feliz se cumplen todos mis sueños. No entiendo la clave de este misterio: desde que estamos juntos cada día es mejor que el anterior. ¿Cómo puede conseguir eso?

miércoles, 12 de mayo de 2010

Querido amigo slow

Querido amigo slow: creo que ya te lo he dicho antes, pero como no estoy seguro te lo repito: deberías abrirte un blog y dedicarte a escribir estas cosas que me dejas aquí en forma de comentarios. Hoy me siento un poco en paz con las cosas del mundo así que me apetece tratar de responderte con calma a alguno de tus comentarios con un poco de ese tipo de cosas que me rondan por la cabeza:

Dices:

“Tal vez deberías de aprender de el, de cómo vive, de cómo ama…”

Todos deberíamos aprender de los demás pero es difícil. Ya es mucho si somos capaces de aprender algo sobre nosotros mismos. Esto casi nunca sucede. Al final ya es bastante si somos capaces de aprender que nadie puede ayudar a nadie, que nadie puede cambiar a nadie, que sólo se puede esperar y compartir un tiempo, tratar de comprender al otro sin juzgarle, y, en el mejor de los casos, tal vez, compartir una vivencia que cambia de algún modo nuestras vidas. Esa vivencia de la que nunca se regresa igual.


“Y yo pensaba, pero es que somos lo que somos y lo mío no lo cambio por nada”.

Uno siente una forma de apego profundo por lo suyo, porque es lo que siente que es: es su carne, su sangre y su historia. Son sus antepasados llamando desde los orígenes del tiempo. Si a uno le quitan lo que es ¿Qué le queda? Esta es una cuestión interesante. Pero no hay que olvidar que, en realidad, y aunque cueste trabajo comprenderlo, no existe nada parecido a “yo, mí, o lo mío”. Después de una catástrofe o de una pérdida esencial, cuando uno se descubre solo. Sin pasado, presente o futuro, esta forma de realidad te golpea con la fuerza brutal de una iluminación. Sólo existe un vacío absoluto que vamos llenando con nuestras acciones. Sólo existe un instante, el instante presente, el momento en el que vivimos y es un instante que debiera estar hecho sólo para vivir en él con toda el alma, con todos los sentidos, con toda la emoción que supone estar vivo. Pero ¿Quién es lo suficientemente valiente como para existir de esa manera? Es un proceso, es un trabajo. Es un viaje muy largo hacia la Vida.


“Prefiero mis victorias, mis fracasos, mis errores, mis aciertos. No necesito ser más victima de lo que una victima debe de ser”.

Saber quién eres, donde estás, el lugar que ocupas en la historia del mundo, saber a que eres fiel o a quien has hecho daño, a quién has amado y a quién has traicionado con tus actos. Esto es algo importante. Es el principio del cambio. Es el lugar donde empieza el camino. Es, al final, una especie de encuentro con nuestra eternidad. El problema no es equivocarse, el problema es llegar a comprender que te has equivocado y aceptarlo y tratar de cambiar, y luchar por cambiar, incluso aunque los resultados sean pobres, una y otra vez, sin cesar, siempre.


“En el fondo del pozo, allí donde ni llega la oscuridad existe un mundo, una manera de entender la vida que no es vida, es allí donde a veces hay que ir para desde allí tomar impulso y poder nuevamente volar “

A veces es necesario tocar fondo, perder todo lo que eres, quedarte en nada, para empezar de nuevo. A veces es lo mejor que le puede pasar a uno, pero el fondo del pozo es un lugar inhumano y frío, donde, al igual que en las altas montañas, nadie debe permanecer más de una noche. A partir de ese instante el desgaste del organismo impide cualquier posibilidad de recuperación. Mi consejo es que, cuando llegues al fondo del pozo, mires de frente a esos demonios del horror, guardes en tu retina esa imagen para poder recordarla en el futuro, y regreses de allí cuanto antes, con toda esa experiencia y nunca bajes a ese pozo más. Con una vez que estés allí ya es más que suficiente.


“Desnudo ante la nada, nada debes esperar, nada debe de ocurrir, puesto que nada es nada”.
Los extremos caminan de la mano. La nada y el todo están tan cerca que yo los confundo a cada paso. Es como en la escritura: ¿Qué es real? ¿Qué es ficción? ¿Qué parte de mi alma queda enganchada para siempre en un relato? A veces leo lo que escribo y ya no sé si eso lo he escrito yo. Sucede como en los recuerdos; nadie recuerda las cosas como fueron, sólo recuerda lo que han representado para él.
Un abrazo, amigo. Ha sido un placer reflexionar contigo sobre este tipo de cosas. Me las digo a mí mismo, te las digo a ti y las dejo aquí por si le pueden servir a alguien en algún momento. Si alguien cae en la tentación de pensar que soy un poco sabio que se olvide. Todo esto en mi vida no es más que teoría, pero eso sí, lo intento. Dios sabe que lo intento cada día.

martes, 11 de mayo de 2010

En los pozos del tiempo

Justo a las cuatro de la madrugada, con la última pastilla que quedaba en el bote, las cosas recuperaron su tristeza de siempre, y un color plateado de muerte. El viento giró en la esquina llevándose consigo los recuerdos, las vidas, las voces del pasado. Una voz de mujer me decía al oído: “yo seré tu reina” y al instante un perro ladró.
Desde el enorme reloj que brillaba en lo alto del edificio nos observaba el cadáver del dios de los hombres, y en la puerta cerrada había un ángel que miraba con los ojos vidriosos un sueño que hacia un tiempo que ya terminó.
Eran las cuatro de la madrugada y yo estaba cruzando una calle cualquiera, esquivando los charcos, cabalgando en un mundo de muerte, repitiendo los gestos de siempre, de agonía y dolor.
Y la vida era sólo un lugar empapado de muerte en el que un hombre en la acera de enfrente manejaba de un modo mecánico una manguera y el agua que corría calle abajo era el agua del río del tiempo, y la vida, y el mundo, olía a suciedad, vertedero, calor y humedad.
Eran las cuatro de la madrugada y una voz de mujer cargada de tristeza resonaba en mi mente y decía que yo era su ángel, que yo era su ángel, que yo era su ángel…, pero no había un ángel más muerto, más helado y distante, y mis labios guardaban el sabor de la muerte, y la muerte esperaba a la muerte, tras de mi, en la calle, en la acera, en el viento, y mi alma apenas conseguía avanzar.
Eran las cuatro de la madrugada y en ese instante comprendí que el amor no era un templo, que la muerte o la vida no eran suficientes, y entonces todo el dolor del mundo regresó a mi corazón en ese instante y se quedó a vivir conmigo, pero todo ese dolor tampoco era aún suficiente para llegar a ti y yo seguí buscándote en los pozos del mundo, en los pozos del alma, en los pozos del tiempo, como el que persigue una jodida maldición mientras la noche seguía su eterno viaje hacia el vacío.

El buda infeliz

Una tristeza de lluvia llenaba los paisajes de la tarde mientras un buda infeliz me observaba sentado en la rama de un árbol. Había un sol a la espera detrás de las nubes. Un sol que encerraba respuestas, pero el tiempo pasaba, mientras todos los cofres del mundo permanecían cerrados con llave.
No había forma de hablar, de encontrarse. En las gotas de lluvia, cada cosa tenía su destello privado, su luz. Había un pez que nadaba en el aire, un viento que barría la alfombra, un amor enterrado en ceniza, un rescoldo de fuego en el mar, una nube gigante que no se marchaba.
Aquella tarde de lluvia yo pensaba que la vida es un juego en la nada. Un juego peligroso y absurdo donde todos los jugadores, en la hora en la que se apaga la última estrella, comprenden de un modo fatal que no había forma humana de ganar la partida porque el destino cambiaba las reglas en cada jugada.
Pero ahora no es un buen momento para hablar de estas cosas, así que dejémoslo estar. Esa tarde de lluvia, comprendí que al final, cuando no queda nada, sólo queda el talento, y no importa la belleza de un rostro encendido, el olor de una almohada, el calor de otro cuerpo. Al final sólo queda el talento y tu mundo, y ¿quién podría seguirme a mi mundo? Da igual lo que corras, da igual con quien vayas, la realidad de los otros te alcanza y entonces sólo puedes morirte o luchar.

lunes, 10 de mayo de 2010

Nada

Aquella tarde de primavera, sentado en un banco de piedra frente al mar, Leo comprendió de un modo demoledor que nunca cambiaría nada, que todo en su destino estaba hecho para la destrucción. Trató de encontrar una sola razón para continuar y no lo consiguió. Desde ese presente vacío en el que vivía observaba un mundo donde la muerte lo llenaba todo, una forma de muerte horrible que habían creado estando todos juntos, y que era la forma de muerte del rebaño; una muerte cargada de derrotas y de desolación. Un rebaño donde una multitud de vidas desperdiciadas llenaba el aire con el hedor maloliente de un fracaso total e irreparable.
La existencia era una basura. Los seres humanos no sabían sentir. El mundo había perdido la batalla. El vivir no era más que una maldita historia cargada de derrotas, de muerte, de vacío. Y el dejar de existir tal vez era la única salida, la única forma de escapar de esta infelicidad total.
Aquella tarde de primavera, Leo, sentado en el paseo marítimo de una ciudad cualquiera frente al mar, sintió que cada uno tenía su sitio reservado en el fracaso; un espacio de muerte en vida desde donde desarrollar las múltiples formas del dolor. Cada cosa del mundo encerraba en sí un trágico final, triste y aterrador.
Leo había dedicado muchos años a estudiar las historias del mundo, y esa tarde, por fin, comprendió que todas las historias acababan irremediablemente mal.
Leo se levantó despacio y caminó hacia una puesta de sol indiferente, que nadie, ni él mismo, era capaz de ver. En su mente vacía ya no cabía nada, excepto un gran dolor, un dolor diferente a cualquier otro. Un dolor tan profundo que lo llenaba todo, que no dejaba espacio a nada más.
Mientras tanto, el mundo seguía su camino entre las sombras, como si se cumpliera el destino de una terrible maldición.

viernes, 7 de mayo de 2010

Veintiocho de abril

Creo que fue un veintiocho de abril del año dos mil diez. La humanidad entera había desaparecido en una especie de agujero negro y había vuelto a aparecer una hora o dos más tarde, en un montón de bares, frente a un televisor. Ella y yo atravesamos patinando una ciudad vacía que apenas respiraba. Se celebraba la semifinal de la Copa de Europa. La luna estaba llena, el cielo estaba en calma, ella estaba preciosa, y yo la contemplaba, y a cada instante sentía que estaba junto a una persona muy especial.
Recuerdo como me fascinaba mirar a esa mujer. No me cansaba de hacerlo. Mientras la contemplaba, pensaba en el poder que ejercía sobre todas las cosas. Manejaba a su antojo la medida del tiempo, el pasado, el presente, el futuro, y ese salto imposible hacia la eternidad.
En sus ojos guardaba mil lagos plateados, un viaje interminable, un cielo y diez infiernos, dos gatos, cuatro perros, diecisiete recuerdos y un corazón perdido entre la almohada. También guardaba dentro el secreto de un alma incomprendida y un abismo de amor pendiente de entregar si alguien lo encontraba. Yo la quería entonces sin remedio –aún la quiero ahora-, mientras, a las tres de la madrugada, metía en el horno para ella un trozo de pizza enamorada.
Amaba su sonrisa, amaba su mirada. Recuerdo sobre todo como era su sonrisa… Una sonrisa extraña y fascinante como sólo puede tenerla una mujer que vive enamorada… Creo que fue un veintiocho de abril del año dos mil diez. La humanidad entera había desaparecido. Sus labios sonreían todo el tiempo. Solo estábamos nosotros dos, el resto del mundo ya no estaba.

miércoles, 5 de mayo de 2010

La gran transformación

Ella juntó sus recuerdos y trató de escribir un libro. Quería que él conociera la historia de todo lo que les sucedió. El libro cumpliría una función: descubrir los misterios de un viaje que, juntos, hicieron a través de sus vidas; de la forma como ella buscaba respuestas, y de cómo luchó porque un día llegara a entender todo aquello.
Él no existía apenas cuando aquello empezó, pero ya era destino que iba tomando forma, creciendo en su interior de un modo inexplicable, hasta que un día, unos meses más tarde, se llegó a convertir en ese gran sentir que ahora llenaba el mundo. Ese mundo privado e inseparable que formaban los dos.
Ella quería y quería… Tenía tantas cosas que contar… Escribía deprisa, pero no había tiempo. La vida se movía a una velocidad tremenda. La realidad se mezclaba con los sueños. Empezaba un capítulo y apenas llegaba a la mitad, y el presente la reclamaba, y cambiaba su forma de ver lo que había sido su pasado. Todo se transformaba a una velocidad de vértigo. El cambio lo llenaba todo. Mientras, el futuro lector de ese libro, crecía sin cesar y se hacía infinito. Infinito de espacios, infinito de gestos, infinito de mundo y de transformación.
¿Cómo contar su historia si a cada segundo se le escapaba todo lo que creía entender de su pasado? Había tanta vida en esa pequeña vida, que apenas ya comenzaba a comprender un solo aspecto de él, cuando todo cambiaba.
Ella juntó sus recuerdos y trató de escribir un libro. El libro de una transformación. Un libro fascinante en el que iba a contarle a su hijo el viaje más largo y complicado. La historia de sus vidas. La historia más inmensa que nadie había contado.

lunes, 3 de mayo de 2010

Deja que las cosas pasen

Mes de mayo y ella duerme a mi lado, con su cuerpo encendido de vida. Y mi mundo está en paz mientras todos nosotros hacemos un viaje infinito sobre un trozo de roca que se mueve a una velocidad de vértigo por el espacio. No existe nada eterno, o tal vez si –pienso en esas estrellas, en todas esas muertes y en esos nacimientos-. Tal vez todo el dolor regresa con el tiempo, pero eso no importa demasiado esta mañana, porque ella sigue aquí y todo esto es realidad que nace y vive y crece, y tiene su existir y su latido. Luego se multiplica en cientos, en miles, en millones de pequeños sucesos diferentes que se pierden en el cosmos del tiempo para siempre. Mientras, yo dejo que las cosas pasen.
Y sigo jugando a ser feliz, y voy pintando cielos para ella, y a veces siento miedo por tenerla, y a veces siento miedo de perderla. Pero dejo que pase el viento por mi casa y dejo que el crepúsculo me hable, y sigo peleando por mi vida, y sigo combatiendo con la muerte.
Es lunes, ha llovido, el tiempo se estropea y no puedo dormir, pero eso me da igual porque yo ya no necesito nada. La quiero, la quise, la he querido. La querré hasta que el tiempo se detenga.
Lo sé, la vida está llena de historias, pero ahora, en este instante, sólo puedo pensar en ella. Quisiera escribir otro tipo de cosas: algo profundo y triste, algo que hable del sufrimiento, del cielo, del dolor, o de la muerte... Pero ahora no encuentro las palabras. Cada vez que lo intento mi mente regresa junto a ella. Sólo puedo pensar en su forma de ser, en su alma, en su alegría, en la forma que tiene de reír, o en la forma que tiene de enfadarse, en ese corazón tan suyo, repleto de misterios, en sus sueños y en sus anhelos, en su fuerza, en sus labios y en esa forma que tiene de quererme…
En fin, que no hay manera. Imposible escribir en este estado. Lo único que puedo hacer es recordarla. Y a todo el que me encuentro le digo que no dude, que luche, que camine, que no le deje espacio a la derrota, que no deje de ser valiente, que deje que las cosas pasen, que le haga un espacio en su vida a la esperanza, que salte al abismo del miedo sin dudarlo, porque nunca sucede nada. Que no crea que todo ha terminado, que la vida sorprende a cada instante…
En fin, ya no me extiendo más, resumiendo: que la cosa no pinta bien y yo no me relajo. Llevamos más de un mes y aún sigo igual de enamorado, y no me puedo concentrar, ni escribir nada. Sólo puedo pensar en ella esta mañana.