jueves, 30 de septiembre de 2010

1 de octubre de 2010

Algunas veces en la vida se alcanza un punto crítico donde todo se rompe y la realidad que uno ha conocido hasta el momento se tensa y estalla en mil pedazos. Entonces sientes que, como decía Nietzche: “la vida es una cuerda tendida sobre un abismo. Es peligroso pasar al otro lado, es peligroso avanzar, es peligroso mirar atrás, es peligroso pararse...”
Entonces, la grandeza del hombre está en la decisión que toma en ese instante, en esa valentía de hacer algo cuando cualquier cosa que haga se sabe que está abocada al fracaso.
La vida es camino y no un punto de llegada y todo en el hombre es muerte.
Esta noche pasada me he despertado con una sensación extraña de peligro y he comprendido que la vida no es más que eso: juego, peligro y decisión.
Ayer, mientras caminaba por la calle vi fugazmente a un hombre; era un vagabundo que empujaba una bicicleta. Tenía una barba gigantesca y vestía con harapos. Lo vi apenas una fracción de segundo y, no sé bien porqué, no quise mirar más. Tal vez fue sólo una visión. Tal vez se parecía a mí. No sé, pero no puedo quitarme su imagen de la cabeza.
Probablemente esto es una despedida. Ha sido bonito, muy bonito, de verdad, leer vuestros comentarios. Si puedo volveré, y por supuesto, siempre, siempre, seguiré escribiendo. Un abrazo.

El tipo de vida que quieres vivir

Repaso brevemente los últimos cincuenta años de mi vida y pienso: ¿qué he estado haciendo? Me duele la cabeza esta mañana y al final me rindo a la evidencia: no he hecho nada.
Soy un insatisfecho visceral. También soy un pesimista sin remedio. Me aburro de todo en poco tiempo y siempre necesito ir más allá. Lo único que me sigue a todas partes, desde hace muchos años, es mi escritura, pero: ¿para qué sirve esto? Supongo que tengo un problema de carácter. Me aburro.
Así que, ahora, esta mañana, cuando aún no ha amanecido, y el sol espera en algún lado su momento, me planteo: ¿qué tipo de vida quiero vivir?
Y no sé qué contestar a esa pregunta.
Y no sé qué contestar porque llega un momento en el que parece que uno ya conoce el final de todas las historias y te dices a tí mismo: y todo eso ¿para qué?, y uno comprende que las cosas pasan de largo, y apenas dejan rastro, y nada sirve realmente para nada, y sentir esa sensación de estar de vuelta de cada maldita cosa de la vida es bastante deprimente, la verdad, porque es como salir de una gran cueva después de estar mucho tiempo en la oscuridad, y al ver de nuevo la luz del sol no sentir nada.
Repaso brevemente los últimos cincuenta años de mi vida y comprendo que todo eso no es más que cobardía, y a pesar de que no encuentro ninguna respuesta convincente, miro la luz de este nuevo día que empieza y decido seguir luchando un poco más.

Qué hacer en un día de huelga

Decidirse a escribir con la mano siniestra mientras la diestra cuenta la historia a su manera y en el centro de todo vibra un dios apocalíptico que no sabe de gestos ni memorias y la pobreza brilla por encima de todo y el mundo gira y gira para nada. Punto. Me cago en todo este capital que nos oprime y claro, no consumas, me dicen, me aconsejan, pero yo estoy aquí, mirando como un tonto en ese escaparate, y no tengo trabajo entre los dedos y las uñas me crecen y se descascarillan pensando en como acabo el mes. Punto y aparte.
Y no me gusta esto.
Adónde vamos, dices, y eso ya no lo sabe nadie y me voy a hacer huelga esta mañana y no tengo dinero y me descontarán lo poco que me quede porque ese es mi derecho, y encima, por si esto fuera poco, seré el primero de la lista en mi trabajo.
Y todo esto es cultura y bienestar.
Todo acto de bondad resulta prohibitivo en estos días ciegos donde los maleantes viajan en primera, carteles en las calles que sí, que no, que sí. Cómo ha bajado esto cómo ha subido aquello.
Y dicen que hay que dar, que hay que empujar, que hay que arrimar el hombro y yo les digo a esos que mejor que se corten un poquito que roben menos y me dejen en paz. Punto y final.
¡Ah! ¡No! Que aún me dejo algo: y todos esos tipos y sus corporaciones, los fondos monetarios la bolsa los bancos Wall Street, me cago esta mañana en todos ellos, en sus economías, en sus cuentas ocultas en esos paraísos en todos los corruptos que revientan la vida y los mercados y en todos los corruptillos que no pagan impuestos ni los van a pagar, y los politiquillos que cambian sus principios cada vez que les cambia de dirección el viento, que no quiero ser yo el tipo que con su dinero arregle todo esto que ustedes se han cargado. Saquen su pasta, coño, y salven ustedes el planeta que a mi ya no me queda mas dinero.

martes, 28 de septiembre de 2010

Lo eterno

Amanecer de lluvia y esperanza. Dos corazones unidos bajo una manta. Ha regresado el frío y todo permanece en silencio. Siento que, escondida detrás de cada esquina, me espera una alegría. La vida continúa. Hay un sol, una luna, el brillo de unos ojos en medio de la noche, una mujer que aguarda un gesto tuyo, una determinada decisión, para acercarse a ti, tomarte de la mano, y llevarte a ese lugar único que existe y que te pertenece desde siempre. El sitio de la felicidad.
Pero hay que saber esperar, a veces hay que saber esperar toda la vida para llegar hasta un amanecer igual a éste. Hay que tener paciencia hasta que cada cosa respira de un modo acompasado, y crecen caricias a tu paso, y hay un momento extraño en el ambiente que sabe a hojas caídas, donde todo se encuentra en equilibrio, y así se pasa el tiempo.
La vida continúa esta mañana, y eso es gracias a ti, y yo te digo, mujer de labios transparentes, que eres como este amanecer de otoño en un bosque en silencio, y tienes el poder de transformarlo todo con tus gestos. Tú llevas el destino de mi vida, eres el corazón de este maravilloso sol que me ilumina a ratos. El espacio final donde todo se hace real, concreto, material.
Pero hace falta ser valiente para acercarse a este hogar tuyo que nunca tiene un nombre, seguirte por caminos, atravesar los prados, perderse en medio de la nieve en las alturas, y algunas veces, también hay que desafiar al mundo, luchar y comprender que esta lucha durará siempre, saber leer el rastro leve de tus pasos, perderle el miedo al frío y a la altura, para llegar a lo mejor de ti. Llegar al corazón de todo lo que eres.
Ahora lo comprendo: lo eterno duerme en ti, justo en tu centro.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La vida es algo extraño

La vida es algo extraño; aquella noche ella y yo caminábamos, siguiendo el curso de un río, por el fondo de una garganta. Hacía mucho tiempo que había oscurecido y el brillo de la luna teñía de un color plateado la parte alta de los acantilados. A nuestro alrededor, en el fondo de la garganta, todo era oscuridad. El aire olía a hierba, a bosque y a humedad, y un silencio absoluto cargaba el ambiente de misterio. Mirábamos al cielo sin hablar. Sirio nos contemplaba.
De repente todo se iluminó y una estrella fugaz enorme, inmensa, tal vez un meteorito, cruzó el cielo frente a nosotros dejando un rastro de luz impresionante. Yo nunca había visto nada igual. Cuando todo pasó y el cielo quedó a oscuras de nuevo, nos abrazamos y nos dimos un beso. Nos sentíamos pequeños y un poco vulnerables en medio de todo aquello.
La vida es algo extraño. Los dos éramos felices. Al doblar un recodo del camino un animal huyó entre la vegetación y al mismo tiempo se oyó gruñir a otro muy cerca. Los gruñidos eran muy fuertes. Sonaba como si un animal enorme estuviera atacando a un jabalí. Las paredes de piedra del cañón amplificaban los sonidos y toda aquella oscuridad se llenó con el ruido de sus gruñidos. Ella se apretó contra mí. De pronto hacía frío. Algo se abrió paso entre las copas de los árboles, tal vez una rapaz que alzaba el vuelo. Por el sonido debía tener un tamaño considerable. La oímos alejarse conteniendo la respiración. Luego, todo el ruido cesó de pronto, y volvió el silencio. Nos detuvimos a escuchar durante un rato. Nos sentíamos observados por multitud de ojos. Yo pensaba si habría perros asilvestrados por allí o cualquier otra cosa que pudiera ponernos en peligro. Ella se agarraba muy fuerte a mi brazo. “Si ves perros, o un jabalí, no des ni una sola muestra de miedo”, le dije, susurrando.
La vida es algo extraño; seguimos caminando. Poco a poco regresamos a la seguridad de alguna carretera que nos llevaría hasta un pueblo y, poco a poco, fuimos dejando aquel cañón atrás. Nos relajamos. Cruzamos el río por un puente de piedra. El tiempo de la vida transcurría. Yo la tenía a ella y ella me tenía a mí. Las estrellas cubrían el cielo y yo podía sentir en cada poro de mi piel como, a cada instante, nacían y morían mundos, mientras nosotros dos caminábamos cogidos de la mano por esa carretera. Vivir era algo fascinante. Éramos muy felices, tan felices como puedan llegar a serlo dos pequeños seres humanos que tratan de sobrevivir al caos de todo este mundo tan nuestro.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Historia de un medio aniversario de una historia de amor contada a toda prisa

Nos encontramos en uno de mis sueños. Yo le dije: “el verdadero cielo guarda sus llaves en el cajón segundo de mi armario”. Ella me miró fijamente un momento y luego sonrió. Yo pensé: te lo juro, te quiere, te quiere un poquito. ¡Caramba! No las tenía yo todas conmigo, la verdad, ¿cómo puede quererte a ti, un viejo amargado-demacrado-y-gruñón, una mujer princesa sirena que echa chispas de sus ojos marrones con calcetines a rayas impares discontinuas?, ¡pero qué luminosidad, amigos! Os cuento: el sol se ponía en las peceras del mundo tiñendo de colores las nubes y los peces (aunque los peces de colores siempre parecen estar teñidos, y eso, a ellos, también les da igual, porque están a sus cosas, pero esa es otra historia y no voy a contarles ahora –lo siento, de verdad, lo siento, no puedo-, sus secretos).
Era el veinte de abril del año dos mil diez a las diecinueve y veinticuatro horas de la tarde, y mientras dios, buda o la Naturaleza, estaban a su rollo, ocupados en teñir los peces de colores pasamos al siguiente valle, discutiendo un poquito –lo voy a contar un poco más abajo-, y ascendimos por un paisaje agreste (rocas, nieve y todo eso, tú ya sabes). Algunos pájaros cantaban a lo lejos, escondidos entre las copas de los árboles, y se decían todo ese tipo de cosas que se dicen los pájaros cuando no los molestan, y mientras tanto unos ciervos o lo que sea de eso que se oye pero que nunca se ve hasta que lo ves, ¿lo ves?, ¿lo ves?, escaparon corriendo, pero bueno, vamos a lo importante: ella me enseñó a caminar despacio entre los brezos. “Este es mi paraíso”, decía, y se la veía orgullosa (le brillaban los ojos muy adentro). Yo también observaba el lugar con mis mejores ojos de experto creidillo enterado color gris montaña, y al andar trataba de no aplastar los brezos, la hierba, ni ninguna otra cosa de su monte porque ella me miraba de reojo todo el tiempo. ¡Cuidado no la fastidies ahora!, me decía a mí mismo, entre dientes, mientras avanzaba. Un momento, que me tomo un café y continúo, ¡qué sueño!.. Ya está.
Había nieve. “Vamos por aquí, no; vamos por allá, que no: vamos mejor por aquí, por ahí no se puede, que sí, por allá… “¡Oye, que esta es mi montaña!”. Listilla. ¡Mi ángel! (un beso). Me quería. Seguimos. Hacía frío. Se nos hizo de noche. Te cuento: poco a poco fuimos subiendo hasta que nos bajamos y la nieve crujía. Muy abajo había un lago y aquello era la gloria, la verdad, y yo no imaginaba que un tipo como yo tuviera tanta suerte y la quería y hoy, esta mañana, a las siete cincuenta y nueve horas, medio muerto de sueño aún la quiero y por eso lo escribo y en fin… Fin.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Todo lo bueno

Aunque aún es de noche de pronto amanece en mi alma. Salgo a la calle. Respiro. Respiro hondo: hace fresco, pero puedo sentir de una manera intensa como por encima de estas nubes oscuras brilla el sol. Y empiezo este día con una sonrisa de esperanza entre mis labios y una buena canción, mientras todo este mundo loco despierta a mis sentidos.
Cada cosa que digo, cada cosa que hago, cada mínimo gesto, trabaja para construirnos un destino mejor. Y la vida transcurre ajena a esto. Las cosas continúan -todo llega, pasa y se va, camino de ninguna parte –los hombres, las mujeres, los días y las noches, los rostros, los paisajes…-. Somos tan poca cosa, pero ella y yo seguimos juntos de un modo misterioso. Y es tanto el destino que late en nuestros corazones que no existe un milagro más difícil, más raro, más extraño, que yo pueda encontrar que este permanecer unidos, juntos nosotros dos.
Y así pasan los días y así pasan las noches, mientras vamos dejando atrás un reguero infinito de demonios que no pueden seguir el ritmo que marcamos. Y la vida tiembla de vida, y la muerte tiembla de muerte, y se aburre y se marcha, y crece a cada instante nuestra felicidad.
Cada lucha ganada, cada lucha perdida, cada instante en el alma, nos hace más eternos, cada nueva palabra pronunciada en sus labios, nos hace mejorar. Y una vez, y otra, y otra, después de tocar cada cielo, regresamos de nuevo a este suelo nuestro de cada día, ponemos la ropa sucia en la lavadora y tratamos de continuar.
Y me digo a mi mismo: tranquilo, no te espantes, pequeño corazón lleno de miedos, todo tiene un sentido. Seguimos caminando. La vida es sólo esto, y todo esto no es más que un juego (un juego sencillo y complicado que nadie te puede enseñar a jugar).
Y me digo a mi mismo: no olvides escribir más tarde todo lo bueno que te va a ocurrir hoy.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cuando la lluvia te empapa el corazón

¡Qué difícil resulta escribir cuando la lluvia te empapa el corazón! Todos hablamos de lluvias, de tormentas, del final de un verano perdido en el tiempo, de las claves ocultas de todo lo sencillo que no comprenderemos nunca.
Llueve, es de noche, y no puedo dormir.
Y las cosas vitales del mundo se ahogan mientras yo miro al techo y espero que amanezca. Relámpagos de soledad iluminan el cuarto a intervalos. Todos los cuartos de esta ciudad. Todas las soledades.
Quizás sería mejor juntarse en noches como esta. Juntar nuestras tristezas y ahogar la soledad y todo este fracaso en agua.
El llanto también es agua.
Pero llueve esta noche y no puedo hacer nada. Sólo esperar, tratar de comprender, mirar al techo, sentir que nada importa, porque todo al final acaba de la misma manera. Tierra que arrastra el agua, hojas caídas, gatos sin nombre esquivando los charcos en un amanecer cualquiera.
¡Qué difícil resulta escribir esta noche de papeles mojados!

jueves, 16 de septiembre de 2010

Intercambio de textos

Intercambio de textos, febril actividad. Quisiera decir que os aprecio. Palabras que buscan el mar en las palabras, o tal vez algo más: conexiones de espacios en espacios, cansancios compartidos, experiencias, deseos, anhelos, ilusiones… Un desierto sin arena ni sal y dentro gente. Gente que busca y busca, que persigue sus sombras en la noche, y encuentra, al fin, en la distancia, todo lo que nos hace ser pequeños, y grandes, y pequeños –quisiera decir que os aprecio-, y así toda la vida. Siempre.
Y luego está la búsqueda, el reflejo del rostro en el cristal, y todo ese encuentro fugaz de nuestros cuerpos que ya no son sino palabras. Intercambio de palabras y gestos. “Se debería esperar toda una vida…” Escalofríos a solas en una carretera azul. Y al fin, cuando se pone el sol, sólo nos queda una pregunta. La única pregunta que es real y que se nos repite dentro: ¿donde estará el maldito interruptor que enciende la luz de nuestro cuarto? Quisiera decir que os aprecio.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Perder

Ella quiso ser fuerte y enterró sus recuerdos. Perdió sus lugares antiguos, cambió sus amarres. Hundió cada barco que llegaba a su puerto, se borró la memoria y escribió algunos versos. Pero luego, un buen día, despertó del silencio…
…Eran las cuatro de la tarde cuando abrió los ojos. No recordaba cómo ni cuándo se había dormido. Miró alrededor: la casa parecía diferente. El silencio era absoluto y se hacía pesado respirar. Si tuviera un amigo, pensó, si al menos tuviera un amigo…
Su hogar, ahora, era un lugar extraño, que no reconocía. ¿Dónde estaban los dioses que tanto había admirado en el pasado? Sobre la mesa había una fotografía rota. Miró el reloj, luego miró al suelo y vio la hoja de papel. Era una hoja de calendario; uno de esos calendarios de pared. Correspondía al mes de septiembre del año dos mil diez.
Quince de septiembre, murmuró. Quince de septiembre: mi cumpleaños. Alguien había marcado una cruz con un rotulador azul sobre este día. Alargó la mano y se sirvió un trago. Aún no se había incorporado totalmente y la postura de su cuerpo recordaba a una de esas personas que yacen, enfermas desde siempre, en la cama de un hospital. Bebió, tomó un par de pastillas. La tarde se precipitó en un pozo. Un pozo negro donde ella no encontraba su lugar. Estaba despeinada. Su imagen ya no se reflejaba en el cristal. Caía la tarde. La luz se fue apagando. La casa era un lugar extraño, vacío, absurdo, frío…
…Ella quiso ser fuerte y enterró sus recuerdos… Pasó mucho tiempo, pero luego, un buen día, despertó del silencio…

martes, 14 de septiembre de 2010

Cuento de invierno

Ella leía mis libros. Los días se sucedían. El verano pasó muy deprisa y ahora, enfundados en un par de mantas, nos disponíamos a pasar el invierno. Nuestro primer invierno sobre un planeta helado.
Yo miraba por la ventana y observaba la tristeza del mundo exterior, luego la contemplaba a ella. Su rostro era el lugar donde brillaba el último rayo de sol de aquel verano. Los días se acortaban poco a poco. Algunas veces veía pasar a un hombre solitario por la calle, otras, veía pasar a una mujer. La niebla lo cubría todo esa mañana. Ella cerraba los ojos y suspiraba en sueños. Yo pensaba: ahora duerme tranquila, y mientras tanto, la casa se enfriaba muy despacio.
Lo primero que observé fue que el agua del grifo salía mucho más fría: era duro fregar los platos. Las manos me dolían y tuve que dejarlo. Más tarde llegó el viento, las hojas de los árboles vinieron a posarse en la ventana. Se marcharon los gatos, la tortuga ivernó. Los cubos de basura permanecieron vacíos.
Algunos días después, todo el silencio del mundo nos fue rodeando en aquella puesta de sol definitiva. Los pájaros dejaron de cantar. Dormíamos abrazados. El hielo fue cubriendo los paisajes. Yo la quería a ella y ella me quería a mí. Yo creo que, al final, eso fue lo que nos salvó. Pasó el invierno, amanecimos solos. Murieron todos los demás. En el mundo no quedó nadie. Nuestra cama era el único lugar caliente del planeta.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Todo da igual

Era mujer, tenía cada cosa en su lugar. Hubieran sido necesarios trescientos cataclismos para que ella cambiara uno solo de sus asombros… Siempre con la mirada fija en ese mismo punto del espacio. Siempre.
Pero eso era el pasado.
Son las cinco de la mañana; pronto amanecerá. Los astros permanecen aún por un momento clavados en el cielo, como esas mariposas tristes en las vitrinas del museo de ciencias naturales. Yo espero, mientras tanto, sentado en una esquina de mi vida, a que todo amanezca.
Pero este mundo absurdo apenas me resulta triste esta mañana. Olvido mis problemas. Los seres que habitan el planeta aún no han despertado y yo camino ya entre mis recuerdos. Suspiros, despertares, amaneceres rotos junto a cientos, a miles de esperanzas. Sueños, proyectos, metas… Recuerdos de un pasado que no existe. Acabar la labor es complicado. Misiones de una vida que creía imprescindibles, no son más que montañas que viven sumergidas en el mar. No queda tiempo ahora. Ha comenzado a tomar forma la imagen de un destino inevitable y sin embargo aún quiero.
¿Dónde se esconde el ángel que guarda las mareas?
No soy más que un recuerdo colgado de un alambre, un suspiro fugaz que dobla la siguiente esquina, una sangre feroz derramada en la acera, un piano que no suena, un reloj que no anda, un pájaro demente que no sabe adónde emigrar.
A veces siento que no soy más que un árbol que cambia su corteza cada día. Y cansa, y duele y duele.
Pero todo da igual: aún me llega un poco de ese aire tuyo a los pulmones. Me caigo, me levanto, atravieso las horas de mi vida, le canto a las sirenas y a los perros, a todos los que un día volaron y ya no volarán. Preséntame esta tarde a una nueva desconocida, preséntame un dolor, un vértigo, un cansancio, un sueño que perdió sus alas, un tormento de dios, una nueva experiencia. Preséntame un nuevo deseo, una lucha que no pueda ganar, una experiencia intensa, un giro del destino, una nueva conciencia, un gesto en un rostro distinto, una luz de esperanza, una nueva belleza, y yo los guardaré bajo mi almohada igual que lo hice ayer, igual que lo hago hoy, ahora, esta mañana.
¿Dónde se esconde el ángel que guarda las mareas?

domingo, 12 de septiembre de 2010

Los sabios dicen

…Por que los sentimientos se tienen siempre demasiado pronto… Y un día se recuerdan y uno comprende que todo ese dolor podía haberse evitado. Los sabios dicen que todo ese dolor es fruto del desconocimiento. Dicen que si uno comprendiera la realidad final que se esconde debajo de cada uno de esos sentimientos sería imposible sufrir. Ahora, en medio de la niebla, bajo una luna oculta entre las nubes, comprendo una vez más que todo este dolor se pierde para siempre en el olvido. Da igual lo que suceda, hay que seguir y continuar viviendo. ¿Por qué o para qué? Lo ignoro. Nunca he sido capaz de contestar a eso.
…Miro a mi alrededor y observo y analizo las vidas de la gente. Esa es la tarea de un escritor, y a eso le dedica todo el tiempo. Tratar de comprender porqué sucede todo. Y más allá de eso, tratar de comprender su propio mundo. Un mundo que trasciende lo real y se interna de un modo irremediable en su imaginación, sus miedos, sus sueños más profundos, sus anhelos… Pero, ¿quién puede comprender a un ser humano? Sus sendas, sus caminos, se adentran en las selvas del lenguaje, allá donde las emociones dejan de poder expresarse con palabras, así, entonces, sólo queda un intento; probar a dibujar una silueta. La silueta de un dios, propio y desconocido, que vive, pequeño y desterrado, entre los hombres.
No sufras los domingos por la tarde; mantén tu corazón lejos de esas costas que llaman a la muerte. Navega mar adentro. Dedícate a vivir. No pienses demasiado. Siente con toda el alma, tienes que ser feliz, porque para eso un día te crearon.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Pero tú duermes

Algunas veces te miro y no consigo comprender. Eres el cielo de un perro solitario, la estrella que permanece siempre, el huracán gigante que anuncian las noticias, y que pasa de largo -sin rozar la cabaña, sin romper las ventanas, sin matar las nostalgias-, y deja un rastro de esperanza y alivio tras su paso. ¿Cómo has llegado aquí?
Las cosas se deciden siempre de un modo inesperado, en un momento urgente. Uno va y dice: “¿quieres permanecer?”, y otro responde: “hablemos de las cosas que vuelan y no se comen”. Y todo es tan extraño como eso.
Te miro y no comprendo qué haces a mi lado, qué te ha traído aquí. Y el mundo despliega un nuevo día y las cosas se hunden en sus cosas. Hay tanta gente mendigando una mínima parte de esto que guardo en una caja de madera, escondido en lo más profundo de mi corazón… Y el domingo se llena de cajas a medio desempaquetar, de libros, de esperanzas… Cada cosa de este universo finito resulta indispensable, y toda la creación se va posando despacio, muy despacio, sobre el cieno del fondo de mi propio destino y ahora se acomoda en ti, y encuentra de un modo inesperado su lugar. Llegará un tiempo donde el agua será tan transparente como lo es en este instante tu mirada.
Pero tú duermes mientras escribo esto y no puedo decirte lo que siento.
Y tú duermes con tus ojos dormidos, con tu pelo dormido, con tu rostro, tus manos, tus piernas dormidas, con tu cielo y tu infierno dormidos, con tus sonrisas, tu alma, tu brillo, tu pasado y tu vida, dormidos, ahora, a mi lado, y comprendo que las cosas se deciden de un modo inevitable en un instante, y la magia, el destino y la lucha encuentran de repente su lugar.
Y te oigo respirar tranquila, y una paz infinita se despliega sobre el mundo, y la noche crece, late, me abraza y se hace fuerte. Y se expande en mi corazón la esencia fulgurante de la vida, como una bendición de todo lo imposible.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

cada recuerdo

Cada recuerdo tuyo no era más que un reflejo en el agua del río y en el cielo se escribían, de pronto, las palabras eternas. Luego, cuando al caer la tarde, te enfrentabas a todo lo nuestro, las cosas ya no eran tan sencillas, y tu alma se llenaba de puntos y de comas. Y era el tiempo en que el cielo jugaba con nosotros, pero había que seguir, pertenecer al mundo, y por eso seguíamos allí, como siempre, luchando en la ciudad sin nombre, junto a los viejos perros.
Yo desaparecía en la bruma y el frío y a veces perdía el corazón; tú eras más alegre, te levantabas tarde, corrías junto al tren, y la vida corría tras de ti, hasta que todo se volvía azul y nevaba de nuevo el sol sobre tu cabeza. Pasaban las estaciones y seguíamos juntos, uno al lado del otro.
Yo empecé a escribir en un cuaderno el relato de cada instante feliz de nuestra vida. Escribí aquel cuaderno deprisa, saltando el abismo de mi desolación, sintiendo en mi interior que era fundamental que se salvara algo de lo que habíamos vivido cuando llegara la destrucción del mundo. Y escribía en pasado, como si algún desconocido fuera a leer aquello en el futuro, después de mucho tiempo. ¿Para quién escribía?
Un día regresaron los demonios, venían a buscarte y yo salté sobre ellos. Eran grandes y oscuros, pero los derroté –mi armadura, abollada y cubierta de sangre, y mis armas, antiguas y rotas, pero los derroté-, y seguí tu camino y tus pasos. Tú reías aquella mañana. Nos largamos de fiesta. Daba gusto verte sonreír y yo supe que nunca había querido a nadie de ese modo.
Y la tarde y la noche siguieron su curso, y construimos montones de castillos en la arena caliente de las playas, y esa era exactamente la forma más completa de la felicidad. Nos quitamos las máscaras, ya no había secretos. Te gustaban los gatos. Yo escribí en mi cuaderno: “le gustan los gatos”, no quería olvidarlo, y también aprendí a dibujarlos. Tú les dabas un nombre a cada uno de ellos; los llamabas: “deseo, cariño, viaje, cien besos…” Cada gato era un mundo, como tus sonrisas…

martes, 7 de septiembre de 2010

En un momento de la noche

Ella, con los ojos cargados de sueño, me dijo en un momento extraño de la noche: “encontraré la forma de andar nuevos caminos, aunque mi corazón se haya muerto de frío y la esperanza no deje oír su voz en el lugar del mundo en el que habito, y encontraré también la forma y el secreto de ser con toda el alma; de ser un poco más profunda, de ser alguien mejor, alguien que vuele alto, alguien que vuele libre.
¿Sabes? Las cosas de la vida contradicen de un modo atroz esto que digo, pero yo continúo, y lucho y sufro, y quiero y me persigo a través de las sombras y la noche, y ya no sé qué hacer para que no me arrastren al infierno mis demonios. ¿Conoces tú la clave? ¿Conoces tú el camino?”
Ella tenía un corazón extraño. Quería conocer, quería comprender. Yo le dije que no, que no sabía nada de caminos. Aquella noche la pasamos los dos, muy juntos, abrazados cada uno a sus estrellas. Ya no recuerdo bien, creo que nos besamos, lo que sí puedo recordar es que sentí que mis ojos estaban cansados de mirar. La luna esa noche ya no brillaba; las estrellas morían muy despacio, y el cielo no parecía un cielo hermoso de verano. Yo llevaba demasiado tiempo perdido muy dentro de mi corazón, buscando en todas partes, tratando de entender de qué iba todo este juego absurdo de la vida, y sin embargo, aquella noche en la que compartimos toda esa soledad y ese silencio, las cosas recobraron, de repente, aquel color extraño del pasado, ese color acogedor, suave y sutil, que tienen los cielos un instante, y que desaparece, como una maldición inevitable, justo antes de que llegue el nuevo día…

jueves, 2 de septiembre de 2010

Aquella tarde

Aquella tarde fuimos a un centro comercial. Por el camino llovía ligeramente y el aire olía a lluvia. Yo observaba a la gente. Veía pasar a algunas parejas de jóvenes recién casados, a matrimonios con niños, a hombres y mujeres solitarios que iban de un lado a otro, buscando aquí y allá, en los escaparates de las tiendas, algo inconcreto, abstracto e inmaterial para sus almas, algo que nunca podrían encontrar allí.
Vidas y vidas cruzándose conmigo a cada paso. Tantos destinos dejando su estela en aquel viento. Marcas de huellas, pisadas de alquitrán, vidas que vienen de muy lejos y van a no se sabe dónde.
Aquella tarde yo observaba a la gente y sentía que nadie era feliz. Sus caras reflejaban el cansancio, el vacío y la desolación, de unas vidas frustradas, de unos sueños perdidos, olvidados para siempre en algún punto lejano de sus vidas, en su pasado, muy lejos, muy atrás.
Y luego estaba yo. Caminando cogido de su mano esa tarde de lluvia.
Allí, en la puerta de aquel inmenso centro comercial, sentí que yo había dejado atrás cientos, miles de cosas. Respiré hondo. Sentí el vértigo del tiempo en mi interior y un escalofrío me recorrió la espalda. A mi lado estaba esa mujer y aquello era importante. Yo no era un ser humano más perdido en medio de los seres humanos. Yo era un privilegiado: amaba a esa mujer y eso me convertía en un hombre feliz, en alguien diferente. Había burlado a mi destino pues poseía el secreto de aquel que sabe y guarda en su interior la clave del misterio. Estaba, en ese instante, libre de aquella enfermedad mortal que mataba el alma de los seres humanos. Yo estaba enamorado y me sentía vivo, y era feliz aquella tarde; amaba a esa mujer con toda mi alma y eso me convertía en alguien que está cerca de Dios. Luego, unos cuantos pasos después, me dije que nadie puede burlar a su destino, pero en aquel instante una sonrisa de ella apartó de mi mente ese tipo de pensamientos. Era difícil sentir el peso del destino cuando ella estaba al lado.
Miré a mi alrededor: respiré hondo. Ella llevaba en una de sus manos un cacharro metálico: era uno de esos que se utilizan para escurrir verdura. Recuerdo que pensé: ¿Cuántas vidas puede vivir un hombre en una sola vida? Respiré hondo. Había refrescado, el aire olía a lluvia. Y seguí caminando.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Hoy respiro tu mundo

Hoy respiro tu mundo. Camino tras las huellas de tus pasos. Te recuerdo. Estoy solo apenas quince minutos y ya se van difuminando los recuerdos.
Por eso guardo tu imagen en mis ojos, en el bolso de piel, en la maleta. En el lugar donde las formas dejan de ser materia y se transforman en gestos, en sentimientos.
Hoy no quiero perderte.
Y respiro tu mundo. Tu piel que corre tras de mi piel, el sol, que nace y muere cada día. La razón última que mata y concede la vida a todo lo que existe bajo el cielo. Y me lleno de ti.
Y cada movimiento que hago cambia la trayectoria del planeta y te pienso y no soy más que un pez fuera del agua. Me marcho nadando hacia la luna y ya no sé volver. Me pierdo en la luz y en la belleza.
Pero todo termina sin ti esta mañana.
Hoy no comemos juntos; no sé si podré superar tanta distancia.