martes, 31 de agosto de 2010

Es difícil la noche

Es difícil la noche cuando el frío se instala en el alma y alcanza a apagar tu estrella preferida. Tal vez, en ese instante, cada rostro se envuelve en un manto de sueños y el resplandor de la luna se esconde para no contemplar tu dolor.
Nunca se puede regresar de ese viaje.
Pero cada suceso tiene una continuidad extraña en el resumen final de la vida y rodamos los mundos cabeza arriba, cabeza abajo, mientras la corriente nos arrastra de un modo irremediable en su viaje hacia el fondo del mar.
Y te quiero, está claro. Te quiero.
Pero, sin avisar, las horas se suceden y hay que quedarse a vivir en un punto del frío donde todo perece, o tal vez, conquistar la montaña más alta y luego bajar. Descender hasta el valle que siempre, siempre, siempre, existe, sin remedio, al otro lado. El lugar prometido donde reina el calor.
El calor. Tu calor.
Ese mundo irreconocible de los otros, donde todo se rige por la ley implacable de lo superficial. No cabemos en este mundo absurdo, incontrolable, que crea y que destruye lo bueno de los seres humanos.
Nos vamos. No entendemos.
Pero luego comprendo tus ojos; la mirada y ese brillo especial de tus ojos cuando observas mis gestos a través de la niebla. ¿Sonríes? Sí, sonríes: entonces cada cosa ocupa su lugar.
Mi mundo está en orden.
Te quiero.
Y mientras descendemos, yo te voy escribiendo poemas de amor sobre las piedras.
No te rías. Soy así. Y no tengo remedio y a pesar de que estamos en agosto aún hace demasiado frío.

viernes, 27 de agosto de 2010

Reflexiones en la incineración de un amigo

Nadie conoce a nadie ni sabe la razón del porqué cualquier amigo decide dejar de existir para el mundo en un momento concreto de su vida. Hacerse humo debe ser una sensación extraña; como un cambio de sexo o de color de piel.
No sé, pero creo que últimamente estoy leyendo demasiada poesía surrealista y eso me afecta. El problema es que no sólo afecta a mi escritura: también afecta a mi corazón. ¿Cómo se estropean las cosas?
Y hablando de cosas que se estropean: lo descubrí ayer, por casualidad: me había picado un insecto en el tobillo –mosquito, araña, pulga, qué sé yo…-, me fui a rascar y me dolía. Estaba inflamado. Estaba bastante inflamado. Tal vez no tanto, el caso es que yo no me había dado cuenta. Ahora dolía.
Esta mañana está mucho peor. Quizás por eso me he puesto a hacer recuento de todas mis pequeñas averías.
En los últimos meses se me han fastidiado los siguientes engranajes de mi cuerpo: un hombro, dos riñones, la muñeca derecha, dos dientes, unos pantalones vaqueros –que ya eran parte de mí, después de tanto tiempo-, y además de todo esto, un par de veces se me ha partido el corazón –una vez fue en el metro y me puse a llorar delante de todo el mundo ¡qué vergüenza!, pero es que eso sí que dolía de verdad-. Seguro que me dejo algo. En fin…
Mal asunto, me deprimo (no debería haber hecho este ejercicio).
Pero sigo en la brecha –me digo a mí mismo-, y me dejo crecer la barba porque me está saliendo una mancha con forma de paella de marisco en mitad de la cara –probablemente es un antojo de última hora, o tal vez es el último antojo de mi vida-, no lo sé, pero sigo en la brecha, -me digo a mí mismo-, aunque la verdad es que ya no sé muy bien qué hacer o qué pensar, pero sigo escribiendo.
No sé si es el paso del tiempo o la mierda de vida que he llevado. No sé… Tal vez es esta forma de ser o… ¿Qué estaba diciendo?: ¡ah, sí!: hacerse humo debe de ser una sensación extraña, como un cambio de sexo o algo parecido. En fin, es viernes y la vida sigue –sigue para algunos, quiero decir, para este amigo, no-. Y busco en mis bolsillos y creo, que entre otras muchas cosas, también he perdido esta mañana el ticket del aparcamiento. Miro a mi alrededor: la vida es más surrealista que toda esa poesía.

jueves, 26 de agosto de 2010

El silencio

Hace demasiado tiempo que viajo hacia dentro. Mi mente ha apagado todas las miradas y el mundo oscurece su rostro. He perdido el camino. ¿Qué dirección seguir a través de este infierno? Desciendo la empinada escalera que me lleva a mí mismo. Turbulencias en mitad de una noche sin fin de verano, y aquí, en esta esquina del mundo, encuentro tu silueta rota, desdibujándose azul, en la bruma.
No hay tiempo. Late demasiado fuerte el corazón. Ahora soy un desconocido para mí mismo. ¿Dónde están mis recuerdos? Tal vez quedaron muy atrás, rotos, muertos, esparcidos por el camino viejo del vacío.
Aquello que no existe era mi vida.
Es de noche, y de nuevo, el silencio atraviesa la calle como un suspiro. Duermes, y en tu respiración se esconde el sonido del mar. Me concentro: ¡qué bonito el silencio flotando en la paz de esta noche en calma de verano!
En el ritmo de tu respiración se esconde el misterio del tiempo, el paso de las horas, la corriente de agua, el deshielo de todas las estaciones. Te contemplo dormir y viajo contigo en tus sueños y percibo en mi alma el crujir de madera de los barcos antiguos, una estrella fugaz, el paso de la luna por el cielo. Eres cada rayo de luz que atraviesa el espacio, el misterio de todo lo que existe, el sonido del mundo, una sirena azul, que duerme sus anhelos, varada aquí, en este arrecife sin nombre de mi cama.
Te contemplo dormir y la noche también eres tú, y se mezcla la vida y la muerte, y también el instante sin fin de lo eterno.
Suspiro. Hace demasiado calor esta noche. Se prolonga el verano. Late demasiado deprisa el corazón. Me revuelvo y te beso en un hombro.
Me fascinan tus mundos, los demonios que habitan en ti, los abismos que se forman cuando beso tus labios y acaricio tu espalda. ¿Quién te trajo hasta aquí? No pareces real. Algunas veces pienso que no eres más que un sueño perdido en un lugar sin nombre de mis sueños.
Duermes y tu respiración trae a mi corazón imágenes de cielos al atardecer, de paisajes helados, de ríos, de flores, de prados, de bosques, de lugares de ensueño. A veces no pareces tú y sin embargo, quisiera rescatarte de tu invierno, pero no queda tiempo.
Y mientras tanto yo, dibujo tatuajes en tu espalda.
La noche se extiende sobre mi alma como un desierto negro; avanza sin cesar y algunos sentimientos inundan de nostalgia el cuarto en el que habito. Cada cosa que pienso me atraviesa y se pierde de un modo irremediable en el olvido. Todo queda definitivamente atrás, y sin embargo, algunas veces me asomo a los abismos de tus labios y decido que no hay ningún lugar mejor que este que ahora comparto.
Aunque ya no me queda casi nada de ti.
Me duermo yo también. El silencio atraviesa mi mundo y navego en la noche, y me dejo llevar, como un barco fantasma a la deriva.

martes, 24 de agosto de 2010

Fragmentos de infinito

Un rayo de luz se filtró entre las hojas de los árboles. No te quedes habitando en la tristeza, pensé, y el olor de la hierba llegó hasta mi alma atravesando directamente el corazón. No te quedes habitando en la tristeza...
Caía la tarde, se ponía el sol. Corrientes de aire caliente se alzaban desde el valle y ascendían por la ladera de la montaña. Podía sentir en mi piel toda esa fuerza del planeta regenerándose a través de un instante infinito. El pasado no existe, el futuro tampoco, sólo existe el momento en el que vives. No pienses; ahora no merece la pena recordar…
El mundo, mi mundo, una eterna cadena de sucesos, de olvidos, de encuentros y de sensaciones. Sentir con toda el alma me había destrozado y sin embargo… ¿Quién puede conocer el fin, el resultado, de todo este camino de experiencias? Llevaba demasiada vida a mis espaldas y ahora todo pesaba en mí de un modo insoportable. Pesaban los recuerdos, pesaba la amargura, pesaba el respirar, todo este respirar de nuevo a solas en el mundo.
Miré a mi alrededor: todo aquel mundo… El sol se ponía en el horizonte. Sentí una ternura amarga. Cada cosa estaba en su sitio, cada partícula ocupaba su lugar. Todo seguía un camino. Era el gran plan establecido, el orden natural que pasaba a través de mí, de las cosas, de todos los seres que vienen y van a alguna parte. Y sobre todo era el tiempo. Miré en mi corazón y sentí el dolor desgarrador del paso del tiempo. Hay un tiempo y hay un lugar donde sucede todo. Luego el momento pasa y tú pasas con él. Yo no era más que un destello fugaz, como uno de esos rayos de sol que jugaban entre las hojas. Miré a mi alrededor. Caía la tarde. Sentí que aquel era el instante de mi primera vida y sin embargo resultaba tan doloroso dejar toda aquella felicidad atrás.
Respiré hondo y me puse de nuevo a caminar. La bóveda del cielo cambiaba de color a cada instante. Violetas, amarillos, rojos, anaranjados, malvas, azules infinitos, colores y colores sucediéndose en un espectáculo febril que me envolvía. Sentí en mi pecho el latir de mi viejo y cansado corazón. Toda la belleza del mundo iba quedando atrás. Aquello era la vida.

Su abismo

Aquella mañana, yo escuchaba su voz y analizaba cada uno de sus deseos, su pasión; la historia de esos hombres y mujeres que habían construido los mejores instantes de su vida. Ella había venido hasta mí siguiendo un camino tortuoso. Su vida estaba construida como una catedral al borde de un abismo y ante ese precipicio, ella se debatía siempre. Yo recordaba historias parecidas de otros seres humanos, hombres, mujeres, niños, que, a menudo, venían a mí, pero tal vez ninguna antes había sido tan intensa, febril y desproporcionadamente abrumadora, como su historia. ¿Por qué me había turbado oír el tono de su voz precisamente esta mañana?
Pero ahora todo eso daba igual: a pesar de mi altura yo podía sentir su contacto, la pasión de sus gestos, su olor, y sobre todo, esa manera extraña que tenía de electrizar el ambiente, y en un instante fugaz sentí que iba a entrar en contradicción conmigo mismo. Estaba agotado después de los últimos diez mil intentos de salvar ese pequeño mundo azul perdido en medio de la nada que ahora ella habitaba con esmero para mí. Traté de tomar distancia.
Abajo, muy lejos de donde me encontraba yo, la Vía Láctea seguía luciendo como siempre. Ese pequeño río de luz en una esquina del firmamento. Siempre me había hecho gracia contemplar esa pequeña muestra de mi imaginación. Esbocé una sonrisa y luego se me humedecieron los ojos y tuve que parpadear. Al final los cerré, cegado por mi propio, oscuro precipicio de la Nada. Traté de recordar cómo empezó mi historia, pero no recordaba nada más allá del principio de todo lo que existe.
¡Cuántas cosas llegaban hasta mi corazón desde la eternidad sin nombre que ella llamaba a veces, con su mejor sonrisa, el tiempo y la distancia! Costumbres adquiridas, gestos de amor, locuras de juventud, defectos impropios de alguien que existía y cobraba vida en todas partes, a cada instante, en cada animal y en cada objeto creado. Y luego, claro, también estaba mi corazón. Tener un corazón, sentir, cuando todo queda fuera de ti, resulta tentador, pero es un gesto inútil. Ahora comprendí que yo también anhelaba un contacto. Tal vez había llegado el momento de detenerse a escuchar el sonido de este universo que me había rodeado siempre, desde el principio de los tiempos, pero hasta eso resultaba tremendamente complicado. La vida y yo éramos uno, el universo y yo, esa mujer y yo, los astros, los planetas, el mar y el sol del nuevo día que ella amaba tanto cuando lo veía alzarse limpio y renovado, cada mañana, como un nuevo milagro de mis manos… Todo era yo y era como quererse a solas. Y me desesperé. Sentí que no existe un dolor más inhumano que esta soledad terrible en la que vive Dios y deseé tan sólo ser uno más de esos diminutos seres humanos que sienten cada cosa, cada uno de los días de su vida. Sentir como uno de ellos era algo que nunca alcanzaría a poseer, aunque fuera yo mismo el que los había creado. Ser Dios era aburrido, era algo absurdo, porque al final, todo me resultaba indiferente, excepto, tal vez, esa mujer que electrizaba todo con su mirada. Yo era capaz de amar, estaba claro, pero era una forma de amor perfecta, tan perfecta que resultaba fría, ajena, impersonal. Sin embargo, algunas veces, me sorprendía ante un pequeño gesto suyo y entonces pasaba horas enteras contemplando su vida, tratando de entender esa manera extraña de sentir que la arrastraba siempre al borde de su abismo sin fondo, sin salida.

domingo, 22 de agosto de 2010

Después de mucho tiempo

Pasados muchos años comprendió que sólo hay un camino que lleva al cielo, y ese camino empieza aquí, justo donde te encuentras tú en este momento. Ese día comenzó a caminar. ¿Cuántos años se necesitan para entender las cosas sencillas de la vida?
Eran las seis de la mañana y él estaba escribiendo. En la línea del horizonte empezaba a clarear un nuevo día. Había refrescado un poco y el aire se podía volver a respirar. Las cosas le llamaban por su nombre. Un pájaro cantaba en un árbol cercano, se oía correr el agua de un arroyo, y de vez en cuando crujía el tronco de algún árbol del bosque. Su alma estaba en paz. Miró hacia arriba y dejó que su ser se fundiera en esa inmensidad azul. Amanecía.
Desde muy lejos regresó a él un buen recuerdo. Sus ojos sonriendo, su sonrisa. Ella estaría allí, en alguna parte de ese inmenso mundo que existía más allá del fondo del valle. Tan lejos y tan cerca. Este mundo maravilloso que un día, burlándonos del destino, hicimos a la medida de nuestros deseos.
El agua del río lanzaba destellos plateados en su camino hacia el fondo del valle, la brisa mecía suavemente las copas de los árboles y un aroma de flores silvestres inundó sus sentidos. Ella y su pasión por las flores… Se perdió en sus recuerdos. Ella y ese mundo feliz, indiferente, que existe por encima de todas nuestras cosas pequeñas, atravesando el tiempo de la vida…
Pasó mucho tiempo sentado en esa roca, pensando en todo eso. Había apagado en su corazón la llama del deseo, el apego a las cosas del mundo, sus anhelos, sus temores… Todo lo que le ataba al mundo de los hombres se había ido extinguiendo en su interior y ahora, ya casi no quedaba nada que pudiera considerar como algo suyo. Dentro de él habitaba el vacío. Esa forma de vacío esencial que lo contiene todo. Pasados muchos años comprendió que sólo hay un camino que lleva a nuestro cielo, y ahora había empezado a recorrerlo. Ya sólo quedaba esperar a que su alma se llenara de todas las cosas importantes. Ella vendría a él, desde muy lejos, y ahora, después de tanto tiempo, su alma en paz por fin podría recibirla. Sonrió, desde un lugar remoto de su corazón llegaban a él tantos buenos recuerdos…

jueves, 19 de agosto de 2010

Mal tiempo

Aquella mañana las cosas no estaban nada claras: en el jodido infierno del vivir llovía copiosamente y yo andaba perdido entre un tráfico atroz de sentimientos. El conductor del taxi quería darme conversación, pero yo no estaba por la labor de hablar de nada. Eran las nueve: plena hora punta. A la entrada del aeropuerto habían colisionado un par de coches y el atasco era monumental. Yo miraba el reloj: aún tenía tiempo. Por suerte, ya no era capaz de encontrar una sola razón para amargarme más. Respiré hondo, traté de no pensar.
Atrás quedaban diez días de aislamiento emocional en un lugar extraño, cuatro bellos recuerdos, una historia de amor inesperada, una migraña, y un vacío febril, interminable. Miré en mi interior y todo lo que vi quedaba lejos. Sentí que me costaba respirar. ¿Quién soy? Sentí que era sólo un jodido ser humano, perdido, estúpido, sombrío, absurdo y amargado. Miré por la ventanilla del taxi: tenía cuarenta años, se me estaba cayendo el pelo y ya estaba acabado. Por fin llegamos a la terminal. Recordé su mirada, la forma en que me dijo adiós. A su manera, probablemente me había querido un par de días. Nunca podría saberlo de verdad. De nuevo sentí esa sensación profunda de vacío, de soledad. Necesito sentir que sigo vivo, -pensé-. Necesito encontrar una razón para continuar.
Pagué al taxista –me estafó, como siempre-, y entré en la terminal. Fui hasta los mostradores. Se había formado un buen follón. Habían cancelado muchos vuelos. Daba lo mismo; estaba solo. No me esperaba nadie. Me senté en un sillón. A mi lado estaba sentada una mujer. Era alta, rubia, tenía aspecto de ser inteligente, y estaba tan sola como yo. El día iba a ser largo.
-¿Vas a Madrid? –le pregunté.
-Si –contestó.
Me contó que trabajaba de ejecutiva de cuentas en una empresa multinacional, que pasaba su vida en los aeropuertos, que no tenía tiempo para nada. Yo le dije que era poeta. Ya sabes, uno de esos tipos “cagapoquito” que escriben cosas tristes. Ella rió al oír aquello. Nunca antes había conocido a un poeta –añadió-. Charlamos, cancelaron el vuelo, nos fuimos juntos a un hotel. A la vuelta regresé solo al aeropuerto. Llovía. El tráfico estaba fatal. Yo miraba el reloj: aún tenía tiempo. Lo cierto es que era una mujer inteligente.
Sentí un vacío inmenso, respiré hondo, traté de no pensar…

martes, 17 de agosto de 2010

El tiempo

¿Y si después de todo lo que hemos luchado..? Tú me decías que no podías comprender, que era imposible, que no tenía sentido, y sin embargo un mundo de oscuridad impenetrable crecía entre nosotros. Cada paso llenaba mi alma de un dolor infernal, pero el cielo era azul. Tal vez eso aún era el amor, aquella sensación de que existe una fuerza que puede equilibrar el universo. ¡Cuántas noches mezclándose tu rostro en las estrellas! Y nosotros tan solos, dejándonos llevar corriente abajo.
Los días se cargaban de cansancio; de esa forma de tiempo indiferente, y el silencio crecía y crecía. El verano se prolongaba al infinito y tú buscabas en vano. ¿Dónde se esconderán ahora los gatos sonrientes del pasado? Cada pensamiento producía una sensación de vértigo y vacío. Y el cansancio ganaba las batallas.
Recuerdo aquel apartamento: yo miraba esa casa y pensaba en una posibilidad de hogar, pero no había hogar, ni futuro, ni siquiera un espacio común donde poder guardar nuestro tesoro. El tiempo… Los tiempos de la vida llegaban cada amanecer y arrasaban con todo. Esos tiempos nuestros, tan diferentes… Cada noche, mientras yo iba muriendo, tú me decías que no podías comprender. Tú querías vivir y yo estaba cansado de intentarlo. Ahora, mientras escribo esto, se pone el sol, cae la tarde, y otro día termina. La gente nace y muere; fracasa o tiene éxito en la vida, pero todo da igual, todo eso no es real, sólo es una ilusión que se hunde con el tiempo, y sin embargo, aunque es muy tarde ya, el cielo aún es azul, y yo te sigo amando.

lunes, 16 de agosto de 2010

Una puesta de sol

Aquella tarde fuimos a ver una puesta de sol. Caminamos un trecho bajo un firmamento escondido. Caía la tarde y los objetos tenían ese color de las flores que mueren. No hablábamos mucho. Flotaba en el ambiente una atmósfera pesada de derrota. En las calles estrechas el olor a orín hacía irrespirable cada paso. Era agosto y la ciudad olía a cadáver de perro, a rata aplastada sobre el asfalto, a vómito de borracho, a excremento, a comida podrida en algún contenedor. Recordé cada abismo abierto entre nosotros, las manos extendidas a la memoria, los besos en los labios del invierno, cuando todo era blanco y se abarcaba en un único abrazo.
Pero ahora se habían reunido los demonios y todos luchaban entre sí. Aquello era una fiesta, una gran cacería, un desastre. ¡Qué lejos se escondía nuestra felicidad! Yo te dije que se nos acababa el tiempo y le pregunté la hora a un muchacho de piedra. Tú tratabas de sonreír pero aún no podías. Yo miraba hacia atrás y observaba las palabras de amor que morían despacio en la estela que ibas dejando tras de ti al caminar.
Sólo era una tarde sin nombre de verano. Todo era normal: la gente se había reunido a charlar en la hierba, a la sombra, en los parques, en los bancos deshechos de la plaza, donde dos ambulancias no dejaban morir a un par de ancianos que ya habían dejado de luchar, y algo muy sutil se había roto en tu interior y ahora nada ni nadie podría repararlo. Caminamos a solas, sin alma, dejando nuestra vida atrás. Pasaba el tiempo y las calles se hacían más estrechas, las paredes crecían, hasta que en un momento se cerraron definitivamente. No se podía respirar, y nosotros, perdidos sin remedio, buscábamos desesperadamente, a ciegas, una puesta de sol.

viernes, 13 de agosto de 2010

Viernes, 13

Hoy amanece una mañana diferente; el cielo entero explota en un color malva rabioso. Es un cielo bravío, enfurecido, donde las nubes galopan y se arañan. Es el cielo de nuestro último día, el cielo donde se agitan tus demonios, y se agitan los míos.
Repaso lo que he escrito. Se ha levantado viento. El instante de luz ha terminado y las cosas regresan a su sitio. Cada infierno a su infierno, cada frío a su frío, y en mi mente se instalan estos versos: “tengo el recuerdo, de un recuerdo donde todo era rostro de rocío, sol íntimo entre los dedos, río puesto de rodillas para recibir una caricia. Tengo el recuerdo de un recuerdo donde eras precisa y pura, y ahora es el poema quien invita al suicidio, porque según respiro…”
…Da igual si esta mañana hermosa, amanece o se acaba definitivamente el mundo. Mi corazón se ha helado, está roto, cansado. Este cielo, este viento, este destino, traen el dolor más grande, ese inmenso dolor de estar perdido.

jueves, 12 de agosto de 2010

Mi alma

Aquella noche él regreso de nuevo, llegó a mi corazón desde el otro lado del silencio, donde había permanecido esperando mucho tiempo. Nos observamos sin decir nada, mientras a nuestro alrededor el universo se convertía en piedra. Estaba frente a mí, no había cambiado nada. Tenía el mismo aspecto de siempre. Traía en su alma los fantasmas de otras vidas pasadas, los instantes perdidos, la nada, el reflejo fugaz de una estrella en el agua del mar, los recuerdos, las mentiras, los errores, las tragedias, las muertes… Todo lo falso, lo terrible, lo vacío y absurdo de la vida. Y traía también ese viejo dolor. Extendió su mano y me entregó todo aquello. Ya casi había olvidado esa otra forma del dolor. El dolor inhumano, desgarrador y profundo que no se consigue superar. Yo le observaba. Habló y me dijo: “…porque, tarde o temprano, en la vida, todo desaparece y se tiñe de amargura, y los recuerdos, la existencia y el mundo, se transforman en derrota y amargo destino, he vaciado esta noche mi alma de todo lo que fui y he venido a verte. Te entrego lo que había en ella. Ahora no soy más que un recipiente vacío, un abismo sin luz, una sombra, una noche infinita en la que nunca conseguiré dormir…”
Miré a mi alrededor tratando de encontrar algo a lo que aferrarme –una palabra, un gesto, un resquicio de luz, un terremoto, una pequeña esperanza, unos ojos, una caricia, un cuerpo, una dulzura azul reconfortante…-, pero no había nada. La noche era una esfera líquida de un espeso color negro-dolor atormentado. Mientras tanto él hablaba.
Aquella noche me contó muchas cosas: cosas que yo ya había oído antes, pero que, ahora, escuchadas de sus labios, tenían una intensidad mucho mayor: pesares inimaginables, desastres que destrozan una vida. En sus ojos traía el gran dolor de todo lo que había visto. Me dijo que mirara en su interior. Allí había un niño y estaba todo él cubierto por una especie de lodo negro. Su rostro estaba manchado de carbón. Tenía una mancha de sangre en la nariz. Había también una mujer, estaba enferma. Toda esa soledad les rodeaba, se los comía. Sentí que me estallaba el pecho y no pude mirar. Ya no veía. Las lágrimas no me dejaban ver. Todo aquello era una loca cabalgada hacia un final inevitable. Traté de respirar pero no pude. Nada tenía sentido. ¿Cómo seguir viviendo con todo ese dolor? Me sumergí.
Aquella noche él regresó de nuevo, después de mucho tiempo. Hablamos. Me contó muchas cosas. Yo le escuché en silencio. Miré en el fondo de sus ojos y allí no conseguí encontrar una sola razón para seguir. Nada tenía sentido. Yo nunca encontraría las palabras, yo nunca encontraría una sola razón para existir. Me dijo que mirara en mi interior: entonces comprendí que mi alma también era un recipiente vacío. ¿Qué iba a hacer ahora con todo ese dolor?

martes, 10 de agosto de 2010

sobre ella

Madrugada: la luna ya está alta en el cielo y el mundo permanece en calma. Se ha levantado una ligera brisa que mueve las copas de los árboles. El bosque murmura historias indescifrables que hablan de cosas que sucedieron hace ya mucho tiempo. En el valle, sin hacer ningún ruido, se deslizan los pájaros. La vida detiene su respiración. Yo escucho: es la gran melodía del mundo. El paisaje resplandece bajo el silencio absoluto de esta luz plateada. Brilla el agua del río. Misterio.
A mi lado, ella duerme. Su pelo huele a tierra mojada, a tormenta de verano, a una mezcla de hierbabuena y menta.
La observo dormir: es hermosa, infinita, es eterna. Bajo la luz de la luna toda ella se despliega en mi mente y la imagino como un animal perfecto, descansando en la escarcha del cielo. No hay palabras, no hay sueño capaz de contener esto que siento. El tiempo de la noche se estremece mientras yo la contemplo. Silencio: ella duerme, suspira, sonríe. Duerme profundamente. Yo la observo.
Ella trae consigo, en su cuerpo, los caminos del bosque, las lunas del mundo, las noches, los ríos, los peces, las nubes, el color de la gran primavera , el viento de todas las latitudes, la bondad, la inocencia y la calma esencial, la palabra, las horas, el tiempo… Ella es la gran fascinación que se esconde en todo lo que existe, la belleza, el misterio, de las olas del mar, el sabor de la sal, los paisajes primeros, el pasado, el futuro, la fiebre.
Ella duerme tranquila; no lo sabe: desconoce su propio poder, sin embargo, infinita y perfecta, ella, a cada momento, hace posible toda esta gran transformación de mi universo, es el canto, la risa, la alegría, la luz, el color de la hierba; es la luna y el viento, es lo eterno, el latir de los tiempos de mi corazón.

lunes, 9 de agosto de 2010

En mi alma

Mi alma es una casa donde habitan algunas especies animales –abisales marmotas, jilgueros acabados, ratones eruditos que no saben leer…-, tal vez por eso me baño en cada río, me bebo en cada fuente, me entierro cada noche de verano, mientras el bosque ruge, los árboles se agitan, el mundo se estremece, y tu cuerpo también. No sé, algunas veces siento que en mi alma se esconden tantas cosas que creo que he perdido las ganas de entender.
Pero el espacio azul reclama a cada paso mi presencia. Lo escribo y me despliego en un intento vano de hallar un equilibrio, pero hasta el infinito se me queda pequeño. Nunca sucede nada, mientras todo sucede en realidad.
Y continúo aquí, siguiendo mi camino cada día, y sigo y sigo y sigo, y todo se transforma. Se crea, se destruye, se vuelve muy pequeño y más tarde se pierde muy atrás. El tiempo es un enigma que no consigo descifrar.
Hace demasiado calor para intentar vivir esta noche así que permanezco mucho tiempo bajo el agua. Pasan las horas, me tomo otro analgésico. Tú duermes. Mientras tanto, mi cerebro escribe sin lápiz ni papel. Aún no sale el sol y sin embargo, a ratos, el mundo se ilumina en nuestro cuarto. No queda ni un rastro de vida alrededor. Al otro lado de la persiana el mundo entero es un desierto. El aire se transforma en arena irrespirable, la noche entera es una duna que hay que superar. El tiempo se detiene. Solos, los dos, a la luz de la luna, navegamos en un mar sin agua, rodeados de estrellas. Te miro: sonríes. Con tus ojos me dices: mientras brillen todas esas estrellas debemos seguir.

jueves, 5 de agosto de 2010

Impresiones

Ha empezado la noche. Palabras deslizándose despacio, calle abajo, como el cansancio que de tanto repetirse, ya no se hace notar. La vida continúa. Sigo, seguimos, siguen. Ella y yo caminamos, estamos juntos, permanecemos aquí, a oscuras, sobre la roca. La gran roca final, la roca en que vivimos. Compartimos el mundo. Y la noche se prolonga hasta el infinito.
Amanece. Promesa de un día de sol sobre la tierra. Intento escribir esta mañana. Colores. Ella me llama, parece feliz, se sumerge en su cielo: dice cosas hermosas que hacen que se ilumine cada rincón del mundo. Colores. Amanece y el templo sigue en pie. Ella, mi templo. Yo me hago a mí mismo una promesa: intentaré acabar el día siendo un poco mejor. Reúno los últimos recursos que tengo y se los regalo envueltos en una partitura compuesta para ella. Impresiones de un viernes de verano.
Es de noche: me he sentado a esperarla en uno de esos bancos de la calle. La gente pasa, todos ellos tan diferentes… Se suceden las historias, las vidas… Soledades en marcha, corazones perdidos, rotos… Felicidad fugaz. Fugaz felicidad. Escarcha que trae hasta la arena de mis pies la sangre del destino de esa gente. Y luego están las cosas; el banco de madera, el maniquí, los vestidos en los escaparates, la calle en medio de la noche, el basurero, la joven de piernas infinitas que espera a su amante de turno con todas sus armas preparadas, justo junto al cajero. Él llega y se carga de billetes los bolsillos. Policías, taxistas, golpes, carreras, motos… Prostitutas, borrachos, mujeres que besan a mujeres, hombres que besan a hombres… Mientras yo leo un libro alguien pierde su corazón sobre la acera. Es pronto, y sin embargo, ya es demasiado tarde para todo. La noche tiene fiebre, ella regresa, sonríe, continuamos. Ración de cualquier cosa en una pizzería. Migraña, perros, gatos. Manojos de llaves, escaleras. Calor, destino, lucha. Amor, sudor, cansancio. Insomnio mezclado con proyectos. La contemplo dormir. Ella es mi templo. Calor y más calor, pobreza. Sueños.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Perdido entre tus cosas

Me he estrellado esta noche en la luna y he soñado que no sé volar. ¡Qué calor esta noche!: te recuerdo entre sábanas dulces, te recuerdo en los cuentos perdidos. Me duermo. Silencio: por favor apagad las estrellas. Dejadme: me alejo; eres el caracol oscuro, la ensalada del mundo, la sombra en la entrada de mi caverna. Pero dime: ¿porqué llamas en este instante ante mi puerta? ¿No sabes que he perdido el último resquicio de mis manos? ¿No sabes que he extraviado mi alma entre tus cosas y ahora no puedo dormir?..
Yo bebo de tus labios el aire de la noche, el viento que me arrastra.
Eres el caballo veloz, el reguero de polvo de estrellas que yo atrapo al vuelo, la palabra que brilla, el silencio, pero dejemos eso; tenemos que arreglar el coche, gastarnos el dinero en el dentista, comprarte unos zapatos y una falda, saltar la estratosfera azul y no matarnos. A veces me pregunto como cabemos juntos bajo un mismo paraguas…
Ahora comprendo que he olvidado la forma, el lugar, y hasta el momento. Los pájaros que llegan cada año con su puntualidad atroz, la nevera que se quedó vacía y en silencio. El monótono y persistente canto de los grillos. Lo he olvidado todo sólo para pensar en ti…
Se oyó un frenazo en la calle: tú y yo íbamos caminando juntos, cogidos de la mano. Nos volvimos. Recuerdo que era agosto y por la tarde. Tú estabas preocupada por algo del trabajo. Era una tarde sucia. La gente se arremolinó, se oyeron gritos. Bajo el coche yacían destrozados: un unicornio gris, dos ballenas azules y trescientas promesas de futuro… Los gritos se hacían más intensos.
Tú no querías mirar. Nos fuimos de allí muy despacio. Yo pensaba en nuestros problemas, en las cosas que tanto nos duelen cada día. Tras de nosotros se oían aún los gritos a pesar de que estábamos muy lejos. Llegaron ambulancias. El unicornio gris y esas ballenas… Ellos sí que tenían un problema…
La bóveda del cielo requiere ser pintada cada tarde, como cualquier habitación que un hombre sin familia alquila en un cochambroso edificio del centro de una ciudad poco amigable. Requiere ser pintada –ya lo he dicho-, pero a veces resulta ser demasiado grande y uno solo no puede. Entonces se busca un superhombre –tal vez alguien que pertenezca a una de esas otras ciudades que no visita el sol, una del norte-, o busca una mujer, o cambia de cielo y de trabajo, o simplemente espera con paciencia a que todo eso le caiga encima, y mira hacia otro lado, deseando, eso sí, que, a ser posible, todo eso suceda mientras duerme…
Pero todo da igual, la noche se prolonga eternamente. En medio del calor y de la noche tú te quedas helada. Mujer de curvas infinitas, no te escondas bajo las sábanas salvajes. Sígueme a mi escondite y juntos, comeremos de nuevo indescifrables setas en ese restaurante chino de tu barrio. Y no temas, de pronto, a que llegue el olvido y nos atrape. No llegará a alcanzarnos cuando se acabe el sol en la tarde sombría. Mi hogar es un punto perdido en el espacio y los perros sin nombre del pasado esperan en la esquina de mi vida –me duele el corazón y sin embargo, algunas veces todo esto me recuerda que estoy vivo-. Ya ves, ando perdido entre tus cosas. Ya ves, ando perdido.

Y eres

Esta mañana pienso en ti, y siento que eres un gran jardín contradictorio, un viaje entre las nubes, una esfera de luz, un signo, una llamada. El misterio final que se esconde detrás de cada creación, el calor de un deseo, un aroma, un espejo, una luz, un asombro, un espacio, un lugar, y eres también esa sonrisa azul que al final de la tarde anuncia una tormenta de verano… Y siento que eres tú tantas cosas entre todo lo triste de este mundo, que ya no sé qué palabras usar para encontrarte, pero sé que te quiero, lo sé, porque eres, de entre todas las cosas conocidas, lo mejor de esos mundos que nunca he vivido, un viaje al origen de todo, y eres hambre, eres sed, y eres risas… Y palabras, y frío y heridas, y eres viento, y tormento, y azúcar, y sal, y también, en algunos momentos, un desierto de escarcha en el mar.
Pero todo da igual, son palabras, son sólo palabras. Resumiendo: lo que quiero decirte es que esta mañana no ha amanecido aún y estoy pensando en ti.

martes, 3 de agosto de 2010

Mi vida, nuestras vidas

Aquel verano comprendí que no existen los límites, que no hay una sola razón para dudar, que no hay un sólo espacio en todo el universo que sea inalcanzable. Cuando supe todo esto con certeza, retrocedí en mi mente y revisé todos y cada uno de los anhelos, temores, y luchas de mi vida. Regresé a los rincones más recónditos de mi pasado, me sumergí en ellos, y en el proceso, me sentí como una serpiente que se entierra para mudar de piel en la arena caliente del desierto. Aquel verano, despacio, muy despacio, dudé, repasé y puse en orden, uno a uno, el resto de mis conocimientos.
Mientras hacía esto, la vida me llamaba a cada paso. Aquel verano hacía un calor insoportable en esa casa. No se podía dormir. Yo pasaba las noches en blanco, con los ojos abiertos, mirando al techo, pensando en ella. Trataba de imaginar como sería el futuro, los días que vendrían, las noches, los amaneceres y las puestas de sol. Esos cientos, miles, de amaneceres y de puestas de sol que verían nuestros ojos en cientos, miles de sitios diferentes… No tenía proyectos, ni tenía un futuro hacia el que dirigirme. Mi mente se desplegaba en blanco hacia la nada, y sin embargo, intuía que esa nada era una especie de recipiente capaz de contenerlo todo. La vida era un salto al vacío. La gran incertidumbre del vivir me fascinaba. Sentía todo esto y se me aceleraba, de pronto, el corazón.
Aquel verano comprendí lo que era amar a alguien de verdad y también comprendí, con una claridad inesperada,, que la felicidad no es más que otra aventura, un salto decidido hacia el futuro, o dicho de otra forma: un viaje formidable hacia ese territorio inexplorado de la nada. Esa nada infinita que todo lo puede contener. Cuando lo comprendí sentí que debía darme prisa, que no podía esperar ni un minuto más.
Mientras ella dormía, sin que ella lo supiera, guardé para siempre en mi corazón como equipaje, cada caricia de sus manos, cada gesto, cada mirada, y en mi imaginación caminé junto a ella hacia una nueva encrucijada de mi vida.
Mi vida, nuestras vidas… Este inmenso camino de la vida. La verdadera vida. La vida vivida de verdad. La única forma de vida que uno debe vivir. Esa vida que da sentido y justifica todo lo que supone el existir en este mundo increíble en que vivimos.
Aquel verano comprendí lo que era amar a alguien de verdad, y decidí seguir, seguir en el camino siempre, hasta que el camino llegara a alguna parte.

lunes, 2 de agosto de 2010

Otro día

Otro día para el amor y la esperanza. Amanece, es lunes. Estamos en el mes de agosto y es verano. Tú duermes todavía y en tus sueños, todo el brillo de esta primera luz se acerca a contemplarte. Cada cosa que tocas se transforma y hay un viento de nieve en medio del verano. Se elevan en el aire los deseos, una brisa atraviesa el prado de montaña y revive de repente un corazón.
Hay un ángel sentado en una piedra. Bajo este mundo azul te sonríen los peces. En tu rostro dormido existe un universo que vibra, y vive, y crece, y da vida a todo lo que existe alrededor, y puedo percibirlo claramente con toda la perfecta intensidad de mis sentidos.
Amanece de pronto esta mañana, el mundo está en silencio y el cielo despliega sus colores. Hay violetas, azules, grises, malvas… Rojos, anaranjados, blancos, grises… Toda está música se esparce en el ambiente como un aroma suave y amarillo. Respiro y reconozco que estoy vivo, Intensa y rematadamente vivo. Respiro y siento que te quiero sin remedio, por encima de cualquier otra cosa. Te quiero como quieren las estrellas, los peces de colores, las tortugas… Los árboles del bosque, los mejores versos de amor de los poetas… Es lunes, amanece. Suena el despertador y es duro levantarse de la cama, dejar la vida atrás, dejar el mundo, perder la perfección total de tu mirada.