lunes, 3 de noviembre de 2008

Natalie

Natalie hoy cumple veinte años y pasea sola, en el parque, a la orilla del lago. Camina unos metros. Se sienta. Lleva el pelo muy corto, teñido de rubio muy claro.
En su rostro afilado destacan unos ojos inmensos, inocentes y azules, como el cielo que llena de vida la tarde. Lleva puesta una holgada camisa, una falda vaquera muy corta, unas botas de ante, unas medias muy negras, y un bolso muy grande de color dorado.
Natalie camina unos pasos y se sienta de nuevo. Parece cansada. Son las cuatro. El sol brilla. Hace un día perfecto de otoño. Natalie se queda pensativa, mirando el paisaje. ¿Qué piensa? Espera un buen rato. Se levanta y camina otro trecho. Mientras anda, su bolso cuelga de su mano de un modo descuidado, casi roza el suelo. A veces se detiene, y contempla el paisaje apoyada en la barandilla de hierro. Luego continúa, despacio, con la forma lenta de caminar del que no va a ninguna parte.
Al cabo de un rato llega a un lugar donde la pradera de hierba se extiende hasta la orilla. Se sienta. Mira alrededor. A esta hora apenas hay gente en el parque. Natalie contempla durante largo tiempo el reflejo del sol en el agua. Luego se queda pensativa, mirando el cielo.
Pasa el tiempo. Natalie se ha tumbado de lado. Tendida en la hierba, su cuerpo sin formas, no parece existir, como si dentro de esa camisa sólo habitara el espíritu de alguien que fue y que ahora no existe. Ha recogido un poco las piernas contra su cuerpo. Sus piernas… Tan delgadas, que no parecen de ella. Natalie ayer no comió. Hoy tampoco ha comido, y sólo a duras penas conseguirá comer algo mañana. Natalie se ha quedado dormida sobre el prado de hierba. Mientras la contemplo, pienso en cómo su rostro aún no ha perdido esa increíble belleza que tenía hace apenas dos años. Eso es casi lo único que queda de ella, el resto ya ha muerto. Cae la tarde. Se ha levantado un viento frío. Natalie duerme su desolación en la orilla del lago. Natalie… Tan infinitamente sola, tan infinitamente frágil, tan infinitamente enferma. Su bolso dorado duerme junto a ella, solitario y perdido también, como si alguien lo hubiera olvidado sobre la hierba.

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