miércoles, 5 de noviembre de 2008

Silencio

Tres de la madrugada. Al otro lado de los cristales sólo hay oscuridad y frío. Dentro, nosotros dos. En la radio suena una canción. Es una voz de mujer, poderosa y sensual. Rebeca tararea la canción mientras mueve la cabeza al ritmo de la música y golpea el volante con las manos. Yo miro, ensimismado, al exterior. A los lados del coche, la oscuridad es total excepto por algunas luces que flotan en esa nada negra. Delante de nosotros se suceden las líneas de la carretera, las curvas, las señales...
-Escucha esta canción -dice Rebeca-, es la mejor canción del mundo.
Presto atención durante unos compases. Luego pregunto el título.
-El título da igual -responde-. Tú sólo escúchala. ¿No es la mejor?
Escucho un poco más. Miro hacia el exterior. La oscuridad lo envuelve todo. La voz repite varias veces una frase. Dice en inglés: “permaneceré junto a ti”, o algo parecido. Lo repite muchas veces.
-¡Mierda! -grita, de pronto, Rebeca, mientras da un brusco giro de volante.
Miro hacia atrás. La oscuridad se traga a un perro atropellado. Durante un breve instante sus ojos han brillado a la luz de la luna. Ha sido un destello fugaz, como el que deja la estela de un cometa.
A los lados del coche, algunas luces flotan en esa nada negra. Rebeca ya no canta. Mira la carretera. La música ha dejado de sonar. El silencio es total. Miro el reloj. Falta mucho para que amanezca.

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