viernes, 30 de abril de 2010

Demasiado feliz

Demasiado afortunado, demasiado feliz como para escribir cualquier cosa estos días, me limito a moverme en el viento, a salvar las distancias del mundo, a abrazar cada cosa, a vivir cada hora, a observar a la luna, a encenderme en la noche, a sentir esta vida, y despacio, en silencio, como el protagonista de un sueño creado por un ser perfecto, esta madrugada me siento en una ladera de hierba y me dedico a contemplar las luces que esta ciudad despliega bajo las estrellas mientras una mujer de ensueño me dice susurrando en mi oído que todo esto que tengo existe y es real y es todo para mí, y en ella encuentro un paraíso de sábanas revueltas, y al borde de su piel pierdo el sentido, y voy y vengo dando vueltas, y no sé por donde saldrá la luz del sol mañana, pero eso me da igual porque se acaba abril y ella sigue conmigo, y alguna vez me hace volar a tanta altura que me pierdo en las nubes, y el cielo y el infierno, y lo bueno y lo malo, y el salto a ese vacío del pasado, todo eso queda atrás perdido en el olvido. Y sé que soy un tipo afortunado y sé que debo dar gracias a dios, pero ahora estoy demasiado ocupado, demasiado feliz, para hacer estas cosas, así que ando en la vida con lo puesto, siguiendo la huella de sus pasos, perdiéndome en sus ojos, bebiéndome sus labios, y soy demasiado feliz como para escribir cualquier cosa que cuente esto que siento.

martes, 27 de abril de 2010

Cada amanecer

Cada amanecer sucedía lo mismo: los fantasmas de la realidad regresaban a mi y me apabullaban con sus gritos. Yo miraba a otro lado, trataba de recordar, cavaba agujeros profundos en la tierra y me ocultaba. Luego, cuando presentía que ya se habían marchado, salía a la luz y me arrastraba a tientas, en un aire espeso como el aceite, mientras trataba de avanzar a lo largo del día. Así pasaban las horas infinitas y llegaba la noche, y de pronto de nuevo hacía calor, y su cuerpo dormido tenía la calidez de una tierra cargada de misterio, un océano abisal, un universo azul impenetrable.
En mis sueños yo veía en cada pequeño detalle de su cuerpo las formas infinitas de la Vida, los misterios sagrados de la muerte, el comienzo y el fin de todo lo que es bello y tiene un espacio de luz y eternidad en este mundo. Y la noche se iba llenando con su cuerpo y aquel era mi único lugar, lejos de cualquier cosa real o imaginada.
Todo se detenía entonces en medio de la noche. El tiempo se paraba en ella y en la penumbra de aquella habitación su piel se destacaba nítida y blanca, como un nevero en medio de la oscuridad, y había algo salvaje e indescriptible en ese cuerpo tan cargado de Vida. Y yo la contemplaba sintiendo en lo más hondo de mi viejo y cansado corazón que nunca más después de aquello podría volver a sentir de un modo tan intenso. Quería a esa mujer de un modo irremediable.

lunes, 26 de abril de 2010

Escribir o vivir

Alguien dijo que no se puede vivir y escribir al mismo tiempo. Yo, aquella temporada, me había dedicado a vivir. Vivía con toda el alma como alguien que conoce e intuye con la profundidad tenaz de todos sus instintos que esa forma de vida no puede prolongarse mucho tiempo. El día no se diferenciaba de la noche, ni la noche del día. Apenas podía distinguir el sol de la luna o de las estrellas. El cielo clareaba de repente y tan pronto el mundo se convertía en luz, como se fundía en una oscuridad total sobre el blanco azulado de la nieve. Y luego estaba el mar: era hermoso aquel mar. El viejo mar de siempre que yo no había vuelto a ver desde que mi infelicidad llenó de niebla el horizonte. Era tan fascinante el mar… El mar con su mirada, el mar con su vaivén, el mar con su suspiro de inmenso dragón enamorado, y todo aquel espacio latía para mí.
Yo me movía de instante en instante y las cosas cantaban su melodía eterna. La música del mundo corría por mis venas, el cielo se entregaba, y el mar, la roca, el viento, cobraba vida y se hacía mujer a cada paso. Mujer de carne y hueso, mujer de sangre y fuego, mujer de agua de mar y arena de la playa. Mujer de luna y noche, mujer principio y fin de cada sentimiento.
Algunas veces mi alma se paraba a contemplar toda esa gran complejidad del mundo y entonces me sentía vivo. Terrible y extremadamente vivo, y al rato me fundía en una maravillosa sensación de paz. Sus ojos me llamaban, sus manos me querían, todo era todo en ella y el salto a ese vacío era un misterio extraño lleno de eternidad. Yo podía decir que había vivido. Ya todo daba igual: el pasado, el presente y el futuro. Yo podía decir que había vivido.
Aquellos días no pude escribir una palabra, lo único que hice fue vivir, vivir con todo el corazón y toda el alma, y a cada gesto suyo yo la quería más, la quería con la tenacidad salvaje de un viejo animal acorralado. La quería con cada poro de mi piel y sin embargo, ya notaba como la realidad empezaba a ganarnos la partida.

jueves, 15 de abril de 2010

En mitad de la noche

Eran días de soledad y lluvia. Yo dedicaba todas mis fuerzas a sobrevivir a tu ausencia. Hubiera querido no sentir, pero era difícil, y a cada instante me encontraba pensando de nuevo en ti. Los objetos que me rodeaban cantaban continuamente una canción triste que me hablaba de todas esas tardes que habíamos pasado juntos, y escuchándola yo perdía el camino de vuelta a mi tranquilidad. Era duro sentir todo aquello. Recordaba tus gestos, tu pelo, tu carácter, la forma de tus ojos, tu rostro, tu personalidad, y también recordaba tu cuerpo dormido en mitad de la noche. Cada instante contigo era un viaje al lugar donde el cielo se funde con el mar y había tanto de aquella sensación en los días pasados... Pero tú ya no estabas, y yo escribía historias para intentar mantener esos recuerdos vivos. No quería dejarlos morir. Pensaba que si no conseguía encontrar las palabras, se desvanecerían en el aire, como se desvanece todo si uno no lo transforma de un modo único en algo trascendente e intemporal, algo como esa melodía que sonaba dentro de ti y que nadie había conseguido descifrar.
Luego, mientras escribía estas cosas, recibía un mensaje tuyo desde el otro extremo del mundo, lo leía y sabía que no te iba a olvidar, que ahora te quería de un modo irremediable, y sabía también que eso era algo definitivo, algo que nunca iba a cambiar. Sentía que estaba enamorado de una mujer que ahora, en mitad de la noche, no podía abrazar, y era duro, infinitamente duro, sentir aquella sensación. Era como si el tiempo se hubiera detenido en ti, y ya no hubiera nada más, excepto este dolor de no poder estar contigo.

Sobre el amor y el tiempo

Esta mañana llueve: el invierno ha venido de nuevo, y de pronto, la casa está fría, en silencio. Toda la soledad del mundo ha venido a posarse aquí, sobre mi alma, mientras escribo esto.
Las horas pasan lentas estos días y siento como una capa de melancolía se pega a las paredes sin remedio. La espera se me hace interminable y no encuentro ni una sola razón para existir sin ti. Si tú no estás aquí todo pierde el sentido y el tiempo se escapa, se desliza y se pierde, de un modo irremediable, calle abajo. Mi corazón se muere de tristeza en este mundo gris, mojado y frío.
Esta mañana llueve y yo miro por la ventana y pienso en estas cosas del amor. Comprendo que el verdadero amor, ese amor infinito y profundo que se da raramente entre dos almas que ha unido algún destino extraño, no tiene fin, no acaba nunca. Ni siquiera la muerte o el tiempo tienen la fuerza suficiente para apagar su luz.
Esta mañana llueve; el agua de la lluvia resbala sobre el cristal de esta ventana abierta hacia el vacío y el cielo entero parece llorar nuestra separación. Esta mañana llueve, y de pronto comprendo, con una intensidad indescriptible, que el amor es entrega total, es disculpa, es perdón, es paciencia, es ternura… Es convertir los anhelos del otro en tus propios anhelos, es hacerla feliz, es sentir lo que siente, es amar cuando ama, es sufrir cuando sufre, es perder cuando pierde y ganar cuando gana, entender sus razones, comprender sus motivos, desear sus deseos, compartir sus promesas, su dolor y sus sueños.
Esta mañana llueve: es un día gris, un día triste. Un día de separación y lejanía. Afortunadamente, el verdadero amor es lo único que está por encima de toda esta lluvia, de toda esta distancia, de toda esta separación. Tal vez por eso este amor es algo tan fascinante e inmenso, tan capaz de esperarte sin pensar en el tiempo.

martes, 13 de abril de 2010

La vida se abre paso

La vida se abre paso. La vida se abre paso. A través de las horas y el tiempo, de las noches de invierno, de las grandes tragedias, de la desolación, la muerte y la amargura. La vida se abre paso.
No cedas, no te rindas, prepárate para el día en que la felicidad te alcance. Remonta cada río, sube cada montaña, que la vida te encuentre preparada. No te dejes morir detrás de los detalles. Aunque llueva y te sientas agotada, aunque todo el dolor del mundo te haya desgarrado el corazón en el pasado, mira a tu alrededor, abre los ojos. La primavera espera, escondida en las hojas de los árboles. Ya queda menos, resiste un poco más, todo está en ti, esperando. La vida se abre paso muy despacio. No destruyas la fuerza de ese maravilloso sentimiento que te ha crecido dentro. Da lo mejor de ti, sigue luchando, no pierdas la esperanza. El día que va a cambiar tu vida ya está cerca.

Unas palabras para Bea

Una vez conocí a una mujer. No se parecía a ninguna otra, tal vez por eso resulta tan difícil contaros cosas de ella. Recuerdo que nunca tuve tiempo de amarla toda entera, tan grande era mi amor que la quería por partes. Una noche amaba sus manos, otra noche su pelo, otra noche sus labios… Tenía que dedicar todo el tiempo del mundo para amarla. Cada puesta de sol, cada instante de luz, cada paisaje… Su piel tenía el sabor de un helado de tarta de nata con frambuesas, un parque en un día de sol de primavera, un beso con amor bajo la almohada. Ella me hacía vivir de acuerdo a unos principios elevados. Junto a ella yo era alguien diferente, un tipo con talento, con alma y sin dinero –para decirlo claro: un tipo pobre, pero jodidamente enamorado-.

Ella, con su mirada, apagaba las llamas del infierno. Tenía entre sus manos el destino final de mi universo, la sangre de mis días, los sueños de mis noches. De eso hace tanto tiempo ya ─dos días han pasado desde que la perdí la pista─, que casi no puedo soportar este dolor profundo que siento al recordarla.

Una vez conocí a una mujer: de esto hace mucho tiempo. Había algo escondido en el fondo de sus dos ojos infinitos, un misterio final, una respuesta. La magia de un sueño inalcanzable. Yo miraba en su rostro y hallaba las respuestas: ella era la esperanza, el calor de mi sangre, el vértigo de todo lo que existe, lo que es bueno y es sabio, mi paz y su alegría, el río que nos lleva hacia la eternidad. En cada rincón de su cuerpo se escondía la rosa de los vientos, la espuma de la mar, la lentitud del día y el sueño de mil noches…
En fin, para decirlo claro, mientras miro ese par de zapatillas que se ha dejado tiradas por mi casa, llego a la conclusión de que, ¡joder!, estoy enamorado hasta las trancas.

domingo, 11 de abril de 2010

Cuando ella se fue

Cuando ella se fue lo único que hice fue sentarme en una mesa frente a una taza de café y escribir mil formas diferentes de hacerla feliz. Pero ella se había ido y aquello no tenía vuelta atrás. Daba igual lo que escribiera. Cuando terminé, salí de allí y caminé sin rumbo por las calles. Eran las doce de la mañana y el sol brillaba entre las hojas de los árboles. La primavera seguía haciendo de las suyas, pero ahora era un espectáculo que sólo disfrutaban los demás. De nuevo me movía en un mundo distante; un mundo que contemplaba con una despersonalización total. Ella seguía allí. Notaba su presencia en todas partes, en el árbol y el cielo, en la nube y el pájaro, en el agua de la fuente, en el rayo de sol... Aquello iba a ser duro. Demasiados recuerdos marchando tras de mi. Ahora se trataba de aguantar. Buscaba su mirada en los rostros de las mujeres esperando encontrar un gesto parecido, pero no había nada. Ella se había ido y ya no había vuelta atrás. ¿Que hacer? Nada se parecía a ella. La cosa no era tan sencilla como meter un mensaje en una botella y lanzarlo al mar. Aquello era un naufragio diferente. Un naufragio sin isla, sin botella y sin mar. Me había quedado absolutamente vacío. Pensé en aquellos días pasados y entonces comprendí que nunca antes me había dolido tanto una separación. Por la noche, ya en casa, seguían apareciendo esas pequeñas notas suyas que decían: “te quiero”. Las había dejado en todas partes y aparecían siempre, cuando menos te lo esperabas, en los sitios más insospechados: dentro del tarro de azúcar, en la funda de las gafas, en el ordenador, en el bolsillo de un viejo pantalón, entre la ropa interior, en los zapatos... Había notas de esas por todas partes. Cuando encontraba alguna, me quedaba pensativo mirando el pequeño fragmento de papel; entonces recordaba que ella se había ido y cada una de esas notas dolía como un disparo en el centro del corazón.

jueves, 8 de abril de 2010

En las llamas del misterio

Estábamos en el mes de abril y las cosas estaban en su sitio. El invierno había quedado atrás. La ciudad era un hermoso mar color turquesa; un mar en calma, donde era fascinante navegar. Nunca antes había visto esta ciudad con esa sensación azul, de permanencia. Pasábamos el tiempo en nuestras cosas: amarnos detrás de cada esquina, comernos un helado, tirarnos en la hierba, ver los coches pasar… Y yo, de tarde en tarde, subía hasta el techo del mundo para, una vez allí, desde ese lugar privilegiado, contarle mis secretos a ese cielo tan nuestro. Tú estabas en todas las cosas –en la roca, en el pájaro, en el viento; en el paso de cebra, en los escaparates y en cada parada de autobús…-, la idea de vivir sin ti era una pesadilla, pero eso era otra historia. Lo sagrado, lo hermoso, lo que es bueno y amable, estaba en el instante, y todo vibraba en torno a ti. Tú eras el centro. El universo entero era un canto a la perfección aquella primavera. Todo era diferente en ese estado. Crecer, despreocuparse, saberse vivo y sentir como el tiempo del mundo se posaba en cada detalle... Yo me quedaba dormido en un banco del parque. Cerraba los ojos muy despacio, y en mis sueños aparecías tú, tumbada al sol sobre la hierba, mecida por la brisa, y cada cosa entonces estaba en su lugar, cada pieza encajaba. La belleza reía en cada uno de tus gestos. Yo había atravesado cien galaxias para llegar a ti. Y ahora estaba a tu lado.
¿Qué cataclismos habían sido necesarios para encontrarnos? Me gustaba pensar en eso. Me producía vértigo sentir en cada poro de mi piel todo este caos, que ahora se había ordenado de repente y se había detenido aquí, justo en nosotros. Yo te quería más y más a cada instante, y vivía en esa luz, con el mismo anhelo feliz del viajero que se acerca de un modo irremediable a su destino. Y luego, en medio de la noche, tus ojos brillando en las llamas de todo este misterio. No había solución: yo te quería, y aquello no tenía vuelta atrás. Me había enamorado sin remedio…

miércoles, 7 de abril de 2010

Palabras

Ella, esta mañana, nada más despertar, me ha dicho: “hola vagabundo”, y en sus ojos dormidos he visto reflejada una escena feliz, y he permanecido allí, en el centro de su universo un rato, y por un instante, he dejado de existir. Y he comprendido que soy un vagabundo que vive en un juego sin reglas; en un mundo imposible formado por palabras. Un extraño sin nombre y sin hogar que guarda en su interior un mundo oscuro que un día, después de mucho andar, se llenará de un poco de la luz que brilla en esos ojos.
Pero las palabras no son más que palabras y a veces se las lleva el viento, aunque otras se quedan grabadas para siempre en el corazón de las personas y permanecen allí, y crecen sin cesar, y se hacen carne y sangre, y dan forma a los rostros, y crean sentimientos, y entonces comprendes que es bueno tener gente que te quiera, porque eso es lo más parecido a ser el propietario de una casa sobre las olas, un hogar en medio de la espuma del mar. Algo imposible, que no se compra con dinero.
Y el mundo sigue dando vueltas hoy a la velocidad de siempre, las cosas se suceden –esos amaneceres rojos-, y todo continúa mientras yo voy de cielo en cielo, buscando una manera de explicar todo esto que me pasa. Quizás es primavera, no lo sé, quizás es que estoy vivo y que te quiero.

lunes, 5 de abril de 2010

Esta noche

Esta noche he soñado palabras que salían de mi alma, como peces plateados, y dejaban mensajes de fuego en el cielo. Y en la puesta de sol bajo el olivo he comprendido que amar es siempre hacerse mundo para entregarse a otro, que no hay nada mejor que ese ofrecerse. Y crecer y vivir con esa dignidad profunda del hombre de espalda plateada que descansa a la sombra de un árbol centenario en la orilla del río de la vida.
Me detengo en las cosas, y en el atardecer del mundo, con mis cinco sentidos, atravieso los estados del tiempo y el de todas las formas, y aprendo que nada sabe aquel que aún no ha perdido en su vida algo importante, de un modo definitivo y sin remedio. Y la vida es viaje a través de ese conocimiento y el dolor y el sufrimiento también parecen ser de alguna forma necesarios y juegan su papel en el viaje que lleva hacia la Gran Felicidad; esa felicidad que sólo algunos pocos, tercos, valientes, soñadores, han sido capaces de encontrar.
Ayer sólo creía en la belleza, hoy creo, sin embargo en la bondad, que cae como una lluvia, serena y muda, empapando de vida los campos, en la fuerza infinita del amor y, por Dios, claro que sí, también en el talento. Y creo en ti, pequeña, que te guardas el cielo y la puesta de sol en el bolsillo cada tarde y te lo llevas contigo hasta tu casa.