martes, 30 de junio de 2009

Entre charcos de nieve

Era invierno y una ola de frío aplastaba la rutina diaria de las gentes. Yo lo había perdido todo y caminaba sin rumbo por una ciudad desordenada y sucia. Todo estaba cargado de nieve y de tristeza, tanto, que hasta costaba respirar el aire, cortante y pegajoso, de esta ciudad helada. Recuerdo cómo la soledad llenaba de dolor cada pequeño paso, cada mínimo espacio, cada rincón del mundo, cada uno de aquellos oscuros pasadizos por los que transitaba ahora arrastrando todo el peso de mi pasado. Recuerdo como esa soledad se convertía en barro junto al aparcamiento, en la puerta de las iglesias, alrededor de los bares del centro y del mercado. Yo recorría las calles, hundido en mi interior, pensando en cómo sobrevivir a este maldito invierno. Un invierno donde todo moría de un modo irremediable entre charcos inmundos de nieve derretida. Caminé muchas horas, hasta que oscureció. El aire helado me pesaba en los hombros tanto como el pasado, y los dos se colaban por cada ranura de mi abrigo, hasta que todo se mezclaba allí, y se instalaba, en un punto profundo de mi alma. Cuando no pude más me senté en una escalera que bajaba a un aparcamiento. Cerré los ojos y recordé cómo un mal día de diciembre, debido a la codicia de algunos empresarios, perdí mi puesto de trabajo. Luego todo se vino abajo, perdí a mis hijos, mi mujer y mi casa. Había fracasado. Respiré hondo y sentí como un agotamiento helado me corría por dentro. Soñé con un café caliente, con un café caliente sujeto entre mis manos. Aquella misma noche, un par de horas más tarde, mi alma se hundió para siempre, entre charcos de nieve y cajas de cartón.

lunes, 29 de junio de 2009

Un instante

¡Qué curioso resulta observar a esta mujer! Arrastra un trágico universo detrás de ella y sin embargo posee la alegría en el alma y el brillo de toda la magia femenina en la mirada. Sus ademanes, la forma de sus manos, cada mínimo gesto de su cuerpo, es una lección de armonía. Cuando atraviesa la habitación parece caminar con unos zapatos de cristal. Yo la admiro desde lo más profundo de mi ser. Me había cruzado en su camino una mañana por casualidad, y por casualidad también, en ese mismo instante, me había embarcado en la aventura genial de conocerla. Ahora yo la contemplo mientras riega con una jarra de cristal las plantas del balcón. Afuera hace rato que ha amanecido. La habitación está en silencio. La ciudad parece dormir y, auque es verano, no hace calor aún. El sol se refleja en el cristal de la ventana y el agua de la jarra despliega una infinita gama de destellos que me hacen entornar los párpados. Cuando se agacha, su cuerpo se curva como el trigo, de un modo inconfundible, frente al azul del cielo y el verde de las plantas. Todo es quietud en este instante. Cuando ve que la observo, me mira, sonríe levemente y el cielo se despliega en su mirada. Su rostro se ilumina y mi alma se pierde entre sus labios. Siento vibrar el aire alrededor de ella, como se puede sentir vibrar el corazón frente a una obra de arte.
Ahora ella acaricia cada una de las hojas de la planta, las quita el polvo muy despacio, con un pequeño trapo de color rojo. Intensamente concentrada en lo que hace, con cuidado infinito, como si de ello dependiera el futuro del mundo o la supervivencia de todos los seres humanos.

domingo, 28 de junio de 2009

Aquel verano

Aquel verano solían pasar las noches tumbados en la hierba. Ella miraba las estrellas, y él la miraba a ella. Los dos eran muy jóvenes y no puede decirse que hablaran demasiado. Él acariciaba su pelo y ella se limitaba a dejarse acariciar. Nunca hubo dos personas que estuvieran tan juntas sin hablar.
Una tarde rompieron la rutina y fueron juntos a una sala de cine. En la pantalla salieron unos pájaros y ella apretó su mano fuertemente. Resultaba algo extraño verla tan asustada. Él miró dentro de sus ojos y encontró en ellos una forma nueva y desconocida de terror. En ese instante su instinto le advirtió de que algo irremediable acababa de empezar.
Salieron de aquel cine como si no hubiera pasado nada. Nunca hablaron de eso, pero los dos sabían que ya nunca sería nada igual. Algo oscuro, siniestro e inhumano había sucedido en esa sala y él supo que iba a cambiar el curso de sus vidas para siempre. Algo que él percibió como una maldición, se había apoderado del alma de esa chica y allí se quedaría y no se iría jamás. Vivieron aquel año como si fuera el último. Se quisieron a muerte, desesperadamente. Él la quiso con toda el alma y ella le quiso a él. Luego, por Navidades, una noche igual que cualquier otra, de pronto, todo aquello terminó.
Él se casó con otra. Ahora tiene dos hijas y una casa en una playa de moda. Ella vive ingresada en un psiquiátrico. Él a veces aún piensa en ella. Hace muchos años que no va a verla, no puede soportar verla en aquel lugar.

viernes, 26 de junio de 2009

Tres niñas

Son tres, y en cada una de ellas, fluye el océano del existir a su manera. Cada gesto que nace de ellas es un gesto y nada más, como el dibujo de un círculo perfecto en el cielo. Sólo la luz del día puede estar a su lado, mientras nosotros nos alejamos, perdidos entre las sombras. Etéreas, indescifrables, perfectas en su existencia. En sus ojos esconden indescifrables luces, juegos sin reglas, historias por escribir. La esencia de la sabiduría que nosotros perdimos en un instante extraño del pasado. Cuando las ves comprendes que un misterio las guarda a salvo de todo lo que es más nuestro, ese pozo de olvido que hemos cavado en la tierra donde un día sólo tenía sentido la ilusión. En su existir son frágiles y al mismo tiempo tan fuertes. Ellas tres son la esperanza, la lucha tan necesaria. Son nuestra resurrección. Ellas nos mantienen vivos. Eso es lo más fascinante: ¿cómo han conseguido eso? Ese es su enorme misterio, el enigma de su existir. Por eso, inconscientemente, los diez mil ojos del mundo las miramos asombrados.

jueves, 25 de junio de 2009

Recuerdos desde mi galaxia

Vivían absolutamente tristes, pero despreocupados, como seres que hubieran perdido la memoria, sin recordar nunca lo que había hecho su civilización en el pasado, sin mirarse a la cara, sin contemplar jamás su propia imagen reflejada en los espejos, sin pensar tampoco en su futuro. Así eran ellos, los hombres y mujeres de ese mundo. Se reunían en inmensos asentamientos que llamaban ciudades. Espacios claustrofóbicos donde el planeta se llenaba de humo, de prisa y de violencia, y donde el desencanto impedía que pudiera desarrollarse cualquier forma de vida real y verdadera. Quedaban muy pocos entre ellos que supieran mirar alrededor y comprender el drama que estaba generando todo aquello. Gastaban más en armas que en alimentos, empleaban más tiempo en trabajar que en vivir de un modo aceptable el corto tiempo de sus vidas. Lo que más me llamó la atención en aquellos días ─entonces yo apenas sabía nada de ellos─, era su forma sumisa y despegada de aceptar todo aquello. Se limitaban a estar en el mundo mientras caminaban de un modo seguro y decidido hacia su destrucción, sin luchar contra ello, convencidos de que no había solución, sometidos a todas las formas posibles de la injusticia que eran capaces de imaginar un grupo de ellos que manejaba el destino del resto. Una tarde del mes de junio de su año dos mil nueve me materialicé en un lugar que ellos llamaban Wildeernhosse. Tomé unas muestras ─un, hombre, una mujer, un anciano y un niño de cada uno de sus sexos─ y regresé a la nave. No he vuelto nunca a ese punto perdido del universo. Supongo que ya se habrán extinguido. Por lo demás, todos mis estudios no revelaron nada que fuera interesante. Esos seres carecían de casi todo lo necesario para conseguir sobrevivir durante mucho tiempo más en su planeta.
Aquí, en mi nave, he construido para las muestras recogidas, un ecosistema similar al que tenían en su lugar de origen. Dos se han reproducido ─curiosamente, el más anciano de ellos─, otro ha tomado el mando y tiene sometido al resto de su grupo ─ha conseguido fabricar un arma primitiva pero letal─. Yo estudio su comportamiento cada día, no quiero intervenir para no desvirtuar el resultado del experimento, pero me temo que, si no hago algo, en breve perderé todas las muestras.

miércoles, 24 de junio de 2009

¡Que cosas!

Eran las doce de la noche y lo encontré borracho, tirado entre unas cajas de cartón. Hablaba con acento francés y a pesar de que estábamos a más de treinta grados llevaba puesto un grueso abrigo. Su cuerpo apestaba de un modo insoportable. Me senté junto a él y le ofrecí un trago. Nos pusimos a hablar. Nos sentamos en la calle, justo enfrente de la cristalera de un restaurante chic, con sillones tapizados de blanco y gente de esa que cena un viernes por la noche con chaqueta. Había mujeres bien peinadas, todas mirando sus platos en silencio. De pronto, el hombre se incorporó, bebió otro trago, y con voz de borracho, mirando hacia la cristalera, empezó a gritar: “¡Vosotros, capullos nacidos en el barro, torpes carentes de significado, rellenad los impresos, haced todos los cursos, no escatiméis los medios para hacer del futuro una jaula de cerdos! ¡Y vosotras, nacidas de costillas y entresijos, buscad un buen marido con dinero. Casaros, tened hijos, rellenad vuestros pechos antes de los cuarenta, y cumplid con todos los horarios. Debéis llegar gordas y bien extenuadas a los cincuenta, y así, junto con el asno que habéis tomado por marido, podréis crear un infierno perfecto en cada cama y en cada habitación de vuestra casa! ¡Cumplid con la hipoteca y con el banco. Multiplicaos a gusto, como dice la Santa Madre Iglesia. Respetad a los jefes y a toda autoridad absurda que se cruce en vuestro camino. Haced el miserable, pedazo de capullos, hacedlo a fondo, no os toméis un descanso, que la vida es muy corta y hay que subir muy alto! ¡Tened un coche grande y un corazón pequeño, que la vida se pasa y apenas nos da tiempo para morir despacio!”. Luego continuó desvariando, como uno de esos predicadores locos, diciendo a gritos cosas por el estilo. La gente, al otro lado del cristal, nos miraba sin comprender. Probablemente, dentro del restaurante, no oían nada. Yo empezaba a ponerme nervioso. Todos habían dejado de comer y nos observaban haciendo muecas de asco. Entonces el tipo se levantó de pronto, cruzó la calle, y con grandes aspavientos, desplegó su abrigo y se puso a orinar contra la cristalera del restaurante. Un par de mujeres se levantaron de sus mesas y fueron al servicio a empolvarse la nariz. La gente comenzó a arremolinarse en la acera, riéndose de él, y un joven le tiró una lata de cerveza. Le dije al tipo que parara cuando vi al maitre salir a la puerta y llamar a un coche de policía que pasaba en ese instante por allí, pero él continuó gritando. Un policía se bajó del coche, vino hasta nosotros, se puso los guantes y con un gesto de asco lo levantó en vilo, agarrándole por el cogote y por la solapa del abrigo. Lo arrastró calle abajo propinándole patadas y empujones. Al rato aún se le oía gritar a lo lejos: “¡Mamones! ¡Gilipollas! ¡Muertos de hambre! ¡Desechos de mierda y de basura! ¡Borregos! ¡Tragapollas!.. ¡Si no os joden hoy os joderán mañana!”
¡Qué cosas!; cuando me fui de allí, el maitre le decía a uno de los clientes que, el tipo éste, antes de perder la cabeza, fue presidente del Banco Central Europeo. Un cargo bastante importante, según me han comentado luego.

martes, 23 de junio de 2009

Manos

Manos que se alzan y golpean, que rompen los vestidos, que empuñan armas y que levantan muros. Manos que no acarician vidas, sino que las corrompen. Manos de unos seres siniestros que le roban al ser humano el alma. Manos que nos machacan. Manos que cada día arrebatan al pobre sus derechos. Manos que arrasan tierras y quitan al campesino lo que le pertenece desde que el mundo es mundo. Manos que tienen en sus manos todo el poder del mundo, y viven sólo para que vivan ellos. Manos de los explotadores que nos roban la tierra, el agua y el alimento. Manos que venden armas, que forjan guerras, que matan niños, que arrasan campos. Manos de la codicia y de la muerte. Manos que nos quitan nuestro trabajo, nuestros recursos, nuestra esperanza. Manos del hambre y de la miseria. Manos que destrozan las selvas, que arrasan nuestro planeta. Manos que manejan los capitales y hunden los continentes. Manos de los banqueros y de los traficantes, que se revuelcan en el oro negro de su riqueza. Manos, oscuras manos, que, en sus manejos, mantienen este dolor que nunca acaba, profundo e inabarcable, de todas esas otras manos pequeñas que sobreviven a golpes, del terror, de las guerras y la desesperanza. Manos anónimas, manos desesperadas, de hombres, mujeres, niños. Manos de cientos, de millones de inocentes, que, en este mundo salvaje, injusto y sin moral en que vivimos, para ellos, valen menos que nada.

lunes, 22 de junio de 2009

El azar y los sueños

Tumbado en la hierba de este maravilloso día de verano todo parece sencillo. El cielo tiene un color azul turquesa que emborracha los sentidos y las copas de los árboles se mecen de un modo imperceptible a causa de la brisa. Algunos sueños vuelan de rama en rama y bajan a posarse junto a mí. Hay un azar que reordena el mundo de todos estos sueños, y siento como a cada instante regresa de la muerte un corazón. Yo permanezco a la espera, atento a cada gesto de la naturaleza, con todos mis sentidos en lo eterno, y mientras observo el mundo, percibo con toda claridad el misterio esencial de este fascinante cambio. En los ojos de una muchacha encuentro un viejo hogar que me llena el alma de dulces sentimientos y en el andar pausado de un anciano reconozco un gesto conocido, que casi había olvidado ya, y que sólo ahora empiezo a comprender, después de tanto tiempo, del modo como se comprende, en el fondo del corazón, una puesta de sol callada, hermosa y triste.
Una vez más se fue la primavera y de nuevo, los locos malditos de la tierra, hemos sobrevivido a toda esta explosión de vida. Ahora, nuestros espíritus, antes atormentados, luchan por regresar al tiempo, pausado y descendente, que lleva hacia los valles, donde el clima es más suave y los gestos más largos. Hay un rumor calmado que llena todo el paisaje, y se percibe en el crecer de la hierba y en la nube, en el canto del pájaro y también en el agua del río. El azar me ha traído esta mañana hasta este lugar apartado, y no puedo quejarme. He dejado restos de mi alma en el camino pero aún conservo un poco de aquella intensidad de antaño en mi mirada, y si cierro los ojos aún recuerdo el sabor de aquel mar en tus labios, cuando estabas conmigo.

domingo, 21 de junio de 2009

El vacío

Aquella noche salió a la calle y caminó durante mucho tiempo, sin rumbo, sin pensar en nada. Sentía un gran vacío en su interior. Todo dolía demasiado, su vida, su pasado, el recuerdo de aquella despedida, el frío del invierno y el calor del verano. Caminó y caminó hasta que dejó su casa atrás, su ciudad, su pasado y su vida. El alba lo encontró en la cima de una montaña, al borde de un inmenso abismo. Estuvo allí parado durante mucho tiempo. Miraba fijamente ese espacio vacío que se abría a sus pies. Su mente trataba de encontrar desesperadamente una sola razón para existir. No encontró nada.

jueves, 18 de junio de 2009

Conjuntivitis

Había que haber estado muerto para no verla. Pasó frente a mí deprisa, cabalgando sobre unos zapatos de color rojo con unos tacones imposibles. Sus piernas acababan a la altura del tercer piso de la casa de enfrente, justo donde empezaba su minifalda. Llevaba un microtraje de verano de color negro, pegado al cuerpo. La seguí con la mirada hasta que dobló la esquina. Tenía el pelo muy claro, largo, rubio y brillante, y andaba con el estilo propio de una modelo profesional. Su imagen se me quedó grabada en las pupilas toda la noche.
Hoy no he ido a trabajar. Me he despertado con un dolor extraño. Tengo los ojos rojos, inyectados en sangre, me escuecen y apenas consigo ver. El médico me ha dicho que puede ser una conjuntivitis fuerte, o tal vez una subida de tensión, o el polen, o las migrañas, que hay que esperar un tiempo a ver qué pasa. Yo, por mi parte, me he hecho el firme propósito de no volver a mirar a esa mujer, aunque, claro, de alguna forma, eso también me está matando.

miércoles, 17 de junio de 2009

Nada

Sentado en la barra del bar escribió una serie de notas inconexas: palabras atrapadas en palabras, gestos, miradas, olores, formas de andar... Buscó entre aquella gente el rastro de algún remoto sentimiento, pero no consiguió encontrarlo. Allí no había nada.
Cuando salió era muy tarde. Sobre la acera dormían algunos vagabundos. Un perro se acercó hasta él, pero alguien lo llamó y el perro se marchó corriendo.
Cruzó una plaza. En los bancos se había congregado gente. Un viejo, ebrio, gritaba. Una pareja fumaba una pipa de crack. Buscó en sus corazones, allí tampoco había nada.
Caminó calle abajo, una mujer gritó. Un hombre la arrastraba cogida del brazo. Un coche de policía interrumpió sus gritos. Un policía se bajó del coche y se dirigió hacia ellos. La mujer dejó de gritar y en ese instante comenzó a llover. Él escribió unas notas. Se refugió bajo un andamio. Ahora llovía más fuerte. Las gotas de lluvia caían extrañamente frías. Miro a su alrededor: el agua había borrado la tinta del cuaderno. Salía vaho del asfalto caliente. No sintió nada.
Decidió regresar a su casa, pero enseguida comprendió que no existía eso que él, alguna vez, había dado en llamar su casa. Pensó hacia donde dirigirse. Al doblar una esquina un hombre vestido de negro le entregó una tarjeta. Era la tarjeta de un club. Desde el pedazo de cartón una mujer, desnuda, sonreía. Era rubia y sus ojos miraban a la nada. Caminó calle abajo hasta llegar a una avenida. Se sentó en un banco y escribió: “Caer desde el cielo hasta el lugar secreto donde entierran los barcos. Caer al lugar de la arena incendiada en la noche. Caer, como caen los animales, tranquilos y en silencio, atravesando el dolor con la mirada”. Se quedó pensativo después de escribir eso y de pronto sintió asco y ganas de vomitar. Estaba mareado. En una esquina de la plaza, nervioso y jadeante, un animal le observaba. Se había escondido bajo uno de los bancos. Era el perro de antes. Se acercó. No te asustes, le dijo, pero alguien le había clavado una navaja entre los ojos y aunque intentó tranquilizarle, el animal no le reconoció. Lanzó una dentellada al aire y le manchó de sangre. En los ojos del perro se materializó la muerte y cayó al suelo. Él recogió la muerte con cuidado. Era una especie de frágil objeto de cristal. Miró a su alrededor. Ahora estaba en la barra de un bar, pero no había nadie. Notó el aire cargado de humo en el ambiente y suspirando se arrancó con su mano derecha el corazón. Aún antes de sacarlo de su pecho ya había dejado de latir. Lo sostuvo en su mano y se quedó mirando aquel objeto. Era como una especie de manzana podrida y manchada de sangre, tal vez era otra cosa ─no conseguía verlo bien─, tal vez aquello no era sangre y el líquido sólo era alguna especie de salsa o caramelo. No parecía suyo aquel maldito jodido, asqueroso corazón.

martes, 16 de junio de 2009

Madrugada de junio, llueve

La calle está desierta en esta madrugada de lluvia repentina. Un perro duerme junto a la puerta vieja. Mientras camino, espero que suceda el milagro que sólo llega a mí en esta hora extraña. El perro levanta su cabeza y olfatea en el viento pesado y pestilente. La ciudad se sumerge en el sopor de un verano que aún no ha comenzado y sin embargo ya se ha cobrado algunos gestos de mi vida. Los ojos de este perro son profundos y negros, como pozos sin fondo, y ocultan el horror, como todas las cosas negras. Continúo mi camino y atravieso los campos de batalla. Hay miradas vacías en la plaza, soledades sin rumbo que se hunden en la noche. Es muy tarde: en el solar, el vagabundo ha muerto. Velan sus restos los hierros de un andamio y dos cubos de basura. Los barrenderos riegan, a pesar de la lluvia y del silencio. El reflejo del agua me trae a la memoria su recuerdo. El vagabundo era un pez atrapado en su pecera, una estrella de fuego en la frontera. Creció entre la miseria y la desolación, en el lugar donde se juntan todos los ojos negros. Cuando perdió su luz y la locura vino a robarle el alma, le encontró bien dispuesto, con los brazos en cruz y los ojos brillantes, agradecido al fin de que acabara aquello. Vuelve a llover, la ciudad no respira. Duermen los ojos negros de ese perro. A solas y en silencio, como la muerte.

lunes, 15 de junio de 2009

Creación

Es de noche, muy tarde, leo un libro. Palabras, regueros de palabras, frases que se entrelazan. Magia, dolor, belleza… Misterio que transforma lo que alcanza. La vida y la muerte suspendidas en un instante de intensidad total. Es el Arte, la Creación. La búsqueda que no termina nunca. Un camino que se prolonga al infinito. Desde lo más pequeño a lo más grande, desde lo más grande a lo más pequeño. ¿A dónde vamos ahora?, parece gritar cada palabra, y su grito es locura y destello, caricia, gesto, anhelo. ¡Vamos, no te pares ahora! Me gritan las palabras. Y yo busco un camino hacia lo más profundo de cada una de ellas, y desciendo y desciendo, hasta el frío o la muerte, si hace falta. No temas, me dicen las palabras. Otra página más y el espíritu se turba y se estremece. Las palabras parecen cobrar vida y se alzan de pronto, como seres inmensos, surgiendo del frío y las tinieblas, y se elevan hasta alcanzar ese lugar inhóspito donde los corazones apenas consiguen respirar y se quedan conmigo el tiempo suficiente como para hacerse palabra muy adentro; milagro de palabras que transforman la piedra de mi alma en corazón.

domingo, 14 de junio de 2009

En el último año

En el último año de mi primera vida mi Dios es un perro que olfatea por las esquinas, un encuentro en la noche, un viaje en el cielo, un reflejo en un charco. Una muchacha china que ofrece sus latas de cerveza y sonríe: “¿cerveza?, ¿cerveza?”
Y no hay nada más que esperar de la existencia que este extraño silencio que nos regala la lluvia de repente, y el cobijo del árbol, y el canto de un hombre que viene de muy lejos y toca una guitarra.
El mendigo vomita su carga de dolor sobre la acera; alguien nace, alguien muere, y en los charcos se sigue reflejando la misma luna de siempre. La misma luna que hizo soñar a nuestros muertos y que ahora, en tus ojos, cansados de mirar, mujer, esconde un paraíso. Respiro hondo y miro a mi alrededor y entre el olor a muerte y a tristeza reconozco a mi Dios. Mi Dios, que había muerto, y esta noche regresa a la vida.

jueves, 11 de junio de 2009

Despedida

Bajo el árbol inmenso, allá donde no llega la lluvia, estamos juntos en la noche, uno al lado del otro, rodeados de gestos de silencio y primavera. Hay un cielo de soledad y despedida, un murmullo de adiós sobre la hierba, un recuerdo que se disolverá en el viento.
Lo sé, todo tiene su tiempo, y a cada instante de felicidad le sigue su instante de amargura. Se secará la tierra y el aire se llevará estos sentimientos. Tal vez volverás a sentir tus labios en los míos, quizás en otro amanecer, o en otra despedida. Regresarás de nuevo, cuando el destino te marque su momento, y estrecharás tus manos en las mías. Tú parecerás tú y creerás que eres la misma, pero ya nada será igual. Yo nunca volveré a ser yo bajo el árbol inmenso. Tú nunca serás tú en este momento. Se habrá secado mi alma, se habrá acabado el tiempo. Es demasiado corto el instante que dura nuestra vida.

martes, 9 de junio de 2009

Nos quedan las palabras

Da igual que se acaben las horas, que choquen los planetas, que el cielo se desgarre en las esquinas, somos parte de un mundo que avanza al infinito. ¿De qué sirve reír, llorar o lamentarse? Nos quedan las palabras y debemos usarlas.
Camino, busco y siento, y en medio de la soledad de este mundo en que ya parece que nunca queda nada, siempre acabo en el mar de tu esperanza. Hay un sitio a la espera, escondido en algún lugar de la memoria, donde todo regresa, y existe un camino cargado de magia y de misterio que me lleva hasta ti. Tú, siempre tú, la gran desconocida, que camina también entre la niebla. ¿Dónde quedan tus huellas? ¿En qué lugar habitas? Tal vez en un desierto o en una playa. Da igual que a cada paso nos engulla el abismo, no pares, continúa. La vida nos acerca. Mientras tanto nos quedan las palabras.

Si por algo me gustas

Tú que llegas cuando cambian los días
y las horas se alargan y el viento sopla caliente desde el mar
y creces y te multiplicas en las llamas
de una puesta de sol y de silencio.

Tú que eres tan siempre tú
cuando caminas
donde se abraza el agua con la arena.

¿Quién vendrá tras de ti a llevarte al mundo
donde crecen los gestos de amor y las pasiones?

Tú, que guardas un sitio para cada uno de tus sentimientos
y luchas y trabajas para que nadie pueda borrar jamás
las huellas de todo lo que eres y el gran proyecto de lo que serás.

Tú, siempre tú, pequeño pez de plata entre las olas,
si me gustas por algo, es porque
siempre sabes sobrevivir cuando la muerte aprieta.

lunes, 8 de junio de 2009

Millones de personas

Cientos, miles, millones de personas buscando cada día su camino. Me emborrachaba de historias. Demasiados impactos directos en mi mente. Todo era tan intenso, indescifrable. Caminar entre olas de un mar embravecido. Los jóvenes, los viejos, los hombres, las mujeres... Todo ese sufrimiento por el que planeábamos cada noche, sin apenas mancharnos. ¿Cómo era posible no sufrir, no padecer por eso? Había una carga tan fuerte de dolor en el ambiente que a veces me costaba respirar. La anciana china, que apenas podía agacharse a recoger sus cuatro cosas cuando venía la policía. ¿Hay que vivir una vida para acabar así? De día en una calle, de noche en otra. Todos y cada uno de sus días. ¿Qué somos los que pasamos junto a ella, en qué nos hemos convertido? La gente pasaba y nadie la veía. Era como si nuestras mentes hubieran aprendido a borrar cualquier rastro de culpabilidad. Cientos, millones de personas buscando su camino entre las ruinas de una sociedad neurótica, enfermiza, terrible en su abundancia y trágica en su debilidad. ¿En qué nos hemos convertido? Hay otra mujer china. Cuando paso a su lado me sonríe, sus ojos brillan, luego sigue llorando. Cada noche, siempre en la misma esquina. ¿Qué hacemos? ¿Es que ya estamos muertos? ¿Es que ya no sentimos? ¿En qué nos hemos convertido?

domingo, 7 de junio de 2009

En la noche

Es muy tarde para casi cualquier cosa y sin embargo la avenida se agita con su carga de triste humanidad. Ha llovido y el suelo está mojado; inesperadamente ha regresado el frío a la ciudad como un hermano enfermo que volviera de pronto de muy lejos, en el peor momento.
Dos policías empujan a un hombre ebrio contra el cierre metálico de un comercio que suena con estrépito. El hombre cae al suelo y otro intenta ayudarle por detrás. El policía se vuelve y grita algo. La gente sigue su camino sin ver apenas una fracción de lo que va a ocurrir. Habrá una puñalada, un muerto, un niño sin un padre, dos juicios, tres condenas, un infierno sin fin de vidas que han colisionado en un instante…A cien metros de allí hay una prostituta negra, estilizada, con un cuerpo que se eleva directo hacia los cielos. Está mojada y en su piel se reflejan los deseos del mundo. Los dioses y demonios de media humanidad. Hay una religión que vibra en esa piel, un mundo que se agita, un desierto sin fin y un paraíso, un refugio, una cárcel, misterios, historias, perdiciones… La mujer china corre y esconde su bolsa de mercancías ─cuatro latas, dos bocadillos y tres paquetes de tabaco─, entre la rueda y el tubo de escape de una moto. A su lado, una anciana intenta recoger unos paquetes y marcharse de allí, pero ya es demasiado tarde, un policía la coge de la manga. Todo resulta demasiado tarde en su mundo cargado de años y miserias. En la noche se agitan las historias, la vida y la muerte caminan de la mano, bailan un vals enloquecido con la felicidad y la desolación. Mientras tanto, ella pasa volando, ajena a todo este escenario, seguida de su ángel, como alguien a quien no pudiera transformar todo este gran dolor.

jueves, 4 de junio de 2009

Existir

El señor Wilcott deja a un lado el libro, se quita las gafas y mira por la ventana. El barrio sigue como siempre: una anciana cruza la calle camino de la panadería; con infinito cuidado, el frutero coloca los tomates en sus cajas junto a la puerta de su establecimiento. En el balcón de enfrente, la vecina tiende la ropa, igual que lo hace cada día. Todo está en orden, como si el mundo fuera un lugar eterno, ordenado, inmutable. Si todo esto es así, ¿porqué siente ahora, de pronto, esas ganas inmensas de dejar de existir? El señor Wilcott toma una hoja de papel y comienza a escribir. La vida ─escribe─, es un lugar ajeno a mí: queda a millones de años luz de donde habito. Algunas veces, si se dan las condiciones adecuadas, puedo llegar a verla y a percibir su brillo, como el que ve a través de un telescopio las lejanas estrellas, pero eso no es suficiente. Cuando uno ha visto el cielo de esa forma, aunque sólo sea por un instante, desea verlo todo el tiempo, y ese deseo ya no desaparece nunca; permanece en su corazón eternamente. Uno pasa los días esperando que llegue la noche y quiere que ese instante en medio de la oscuridad no tenga fin.
La anciana regresa con el pan, su marido la espera en una esquina. Ella levanta la mirada hacia su ventana, le ve, y sin hacer un gesto, prosigue su camino. El señor Wilcott recuerda aquel año, lejano, en que se amaron. El tiempo, siempre el tiempo ─piensa─, luego sigue escribiendo. El mismo barrio siempre, siempre la misma gente.

miércoles, 3 de junio de 2009

París

El mismo día que perdió su trabajo cumplió cincuenta y cinco años, fue a una oficina de viajes y reservó un vuelo para París. Siempre había deseado ver París. Llegó al mediodía, tomó un autobús y se bajó en un punto cualquiera de la ciudad. Caminó por una avenida durante un buen rato, arrastrando tras de sí su maleta, de pronto, al doblar una esquina, vio entre unos edificios el río Sena, y un poco más allá, la torre Eiffel. Estaba lejos, demasiado lejos para ir caminando. Hacía calor. Miró a su alrededor, no había nadie. Se sentó en un banco, se tapó el rostro con las manos y lloró. Lloró por todo; lloró durante mucho tiempo.

martes, 2 de junio de 2009

Quizás

Tal vez yo ya he perdido la esperanza
no sé,
tal vez tu estás igual que yo
cansado o cansada de esperar
a que algo cambie
y nunca cambia nada
y los años, la gente y los errores
se suceden,
y en tu rostro quizás ya se ha grabado para siempre
ese gesto de adiós y de tristeza
que pone el desaliento,
la falta de esperanza,
la ausencia de un futuro acogedor.

Tal vez amigo, amiga mía,
ya no suceda nada
¿que podemos hacer?
¿seguir en el camino eternamente?
Yo no sé qué pensar,
quizás nunca encontremos la respuesta
quizás fuera mejor no haber buscado tanto,
no haber sentido tanto
no haber querido tanto
quizás fuera mejor no haber nacido.

lunes, 1 de junio de 2009

Todo en ella

Aquella tarde, mientras la observaba bañarse en el río, podía ver con toda claridad como en su cuerpo estaba contenido todo el carácter y la profundidad de su lejana tierra, el alma de su pueblo, su mundo, su historia y su pasado. Por sus venas corrían las aguas del Mar Báltico, el viento del Mar Negro, el frío azul y la tormenta gris que hace crecer la tempestad en las costas del mar de Barents. Su pelo se perdía en las ondas del Lena, del Volga, del Amur. Todo en ella era una promesa de encontrarse en el límite de una Tierra Nueva desconocida, un archipiélago de luz en un lugar que nadie había descubierto aún.
Aquella tarde, mientras la observaba bañarse en el río, sentí en mi corazón, con una intensidad insospechada, esa fuerza ancestral que emergía de ella, el alma de aquellos bosques, la taiga en las noches de invierno, la luz de la luna que pinta de hielo los Urales, el cielo perfecto de Siberia, los ojos de los lobos hambrientos, batallas, invasiones, muertes y nacimientos, imperios, dinastías, palacios, puentes, pueblos. Músicos y escritores, zares, príncipes y princesas, reyes, revoluciones, dioses, hombres, mujeres, niños, estepas interminables... La belleza de la vida, la fuerza y la libertad, la sangre de sus antepasados, el futuro y la esperanza, todo dentro de ella.