miércoles, 12 de noviembre de 2008

Una mujer con un vestido verde

Fernando miró el reloj: las nueve. La luna brillaba frente a él cubierta parcialmente por unos nubarrones negros. No viene, pensó, ¿porqué iba a venir?
Hacía mucho frío. La ciudad seguía su ritmo, igual que cada noche, ajena a sus pensamientos. Los coches avanzaban hasta llegar a la plaza, y luego, después de rodear la fuente, se perdían a su derecha, cubriendo el asfalto de humo y luces rojas.
No va a venir, pensó. Miró el reloj de nuevo. Pasaban diez minutos de las nueve. De pronto comenzó a llover. Se refugió en un soportal de un banco. Dos adolescentes japonesas llegaron corriendo junto a él. Reían. Fernando las miró. Sacaron una cámara de fotos y le pidieron por señas que les hiciera una. El flash lanzó un destello. Les devolvió la cámara y entonces ellas se pusieron a hablar en japonés.
Se dio la vuelta. Miró el reloj: eran las diez. No va a venir, pensó. Había parado de llover. Las chicas se marcharon. Fernando esperó un rato más. Las diez y media. Miró a su izquierda y luego a su derecha. No va a venir, pensó. Sólo la había visto un día. Se paró en esa esquina, con un vestido verde. De eso hacía ya más de quince años. Fernando salió del soportal. Cruzó la calle. Miró hacia el cielo. La luna ya no estaba.
Da igual, pensó, tal vez mañana venga. De nuevo comenzó a llover.

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