jueves, 15 de abril de 2010

En mitad de la noche

Eran días de soledad y lluvia. Yo dedicaba todas mis fuerzas a sobrevivir a tu ausencia. Hubiera querido no sentir, pero era difícil, y a cada instante me encontraba pensando de nuevo en ti. Los objetos que me rodeaban cantaban continuamente una canción triste que me hablaba de todas esas tardes que habíamos pasado juntos, y escuchándola yo perdía el camino de vuelta a mi tranquilidad. Era duro sentir todo aquello. Recordaba tus gestos, tu pelo, tu carácter, la forma de tus ojos, tu rostro, tu personalidad, y también recordaba tu cuerpo dormido en mitad de la noche. Cada instante contigo era un viaje al lugar donde el cielo se funde con el mar y había tanto de aquella sensación en los días pasados... Pero tú ya no estabas, y yo escribía historias para intentar mantener esos recuerdos vivos. No quería dejarlos morir. Pensaba que si no conseguía encontrar las palabras, se desvanecerían en el aire, como se desvanece todo si uno no lo transforma de un modo único en algo trascendente e intemporal, algo como esa melodía que sonaba dentro de ti y que nadie había conseguido descifrar.
Luego, mientras escribía estas cosas, recibía un mensaje tuyo desde el otro extremo del mundo, lo leía y sabía que no te iba a olvidar, que ahora te quería de un modo irremediable, y sabía también que eso era algo definitivo, algo que nunca iba a cambiar. Sentía que estaba enamorado de una mujer que ahora, en mitad de la noche, no podía abrazar, y era duro, infinitamente duro, sentir aquella sensación. Era como si el tiempo se hubiera detenido en ti, y ya no hubiera nada más, excepto este dolor de no poder estar contigo.

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