jueves, 22 de julio de 2010

De noche, a la espera

Se ha apagado la luz de la calle, y en mitad del silencio, regresa muy despacio hasta su casa el último hombre de la tierra. Tú duermes arropada en tu colcha de estrellas y en tus manos aún guardas espíritus y lágrimas. Yo te observo en silencio y en tu cuerpo oigo como respira el universo. Es un sonido profundo, ancestral, que me lleva muy lejos. Siento que en ese respirar te alejas de un modo irremediable hacia ese gran misterio de lo eterno, y un repentino escalofrío me recorre la espalda. Mi corazón se pierde para siempre en tus esquinas. No quiero que te marches nunca de este mundo.
Es una noche de verano, silenciosa y profunda. El tiempo parece haberse detenido en el rayo de luna que ilumina el espejo. Tú duermes por encima de todo lo que existe. Duermes en el río de luz que le da intensidad a nuestra Vía Láctea, duermes en el sonido del pájaro nocturno, en el cuerpo del gato que persigue fantasmas, en el canto del grillo que llega hasta mi oído desde el fondo del mar o del estanque.
Todos estos sonidos me recuerdan a ti, pero ahora, se ha apagado la luz de la calle, y, de pronto, en mitad de la noche, me despierto y mi alma, permanece a la espera y te observa. Todo es cambio, todo es transformación; nos marchamos a cada momento. Nos marchamos sin ninguna esperanza, nos marchamos despacio, de un modo irremediable hacia lo eterno. Te contemplo dormir y pienso que no debo olvidar este momento. Ahora abres los ojos, sonríes, y al instante, regresas de nuevo al océano profundo de tus sueños. La vida es un viaje y nosotros estamos en camino desde siempre.

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