martes, 20 de julio de 2010

Ella viene

Cae la tarde en el patio de luces de mi casa. Cantan los pájaros. Es la hora, me marcho. Ella ha llamado. Ha llamado de lejos, dice que está en camino, y al oír su voz yo he sentido de nuevo renacer esa agradable sensación de que todo en esa mujer es camino y destino, lugar de regreso y punto de partida. Morir y renacer de nuevo en un lugar desconocido.
Algunas tardes, en la hora en que el cálido viento del sur dobla la esquina, ella llega al desierto reseco de mi vida y siento que me crece dentro una especie de árbol de amor y de infinito. Cuando sucede esto, intento pensar con claridad, pero todo se me transforma en bruma, en niebla y en silencio, y me escuecen los ojos, y en el fondo de mi alma, se me encarama un animal extraño con rostro de dragón y ojos de fuego.
Pero dejemos eso: ella viene esta tarde, regresa de muy lejos. Viene con el sonido de una campana azul fundida en su pequeño corazón, viene con un olor inconfundible a prado empapado de rocío y a hierbabuena verde. Trae la orilla del río en sus manos, la arena del lago, el destello de luz de un gran amanecer en calma.
Ella viene. Regresa cargada de sueños. Ahora ya es de noche, apenas queda espacio ya en el cielo. Yo la espero en silencio, estoy en el vestíbulo de la estación, observando pasar a la gente, pensando, intentando no echar a volar hacia su tren antes de tiempo.

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