Estaba en su naturaleza ser de ese modo: salvaje, violenta y arriesgada. Tal vez no fue su corazón el que se congeló en una noche de invierno, fueron sus pies, sus manos o su vida. Yo la recuperé de entre las nubes, cuando todo el silencio la llamaba, pero no lo recuerda, a pesar de que se lo dicen cada tarde los animales.
La recuerdo correr de un modo etéreo, internarse en las olas sin rozarlas, deshacerse en espuma y en sal, mientras su corazón se ensanchaba en un vuelo que se hacía de mar hacia todas las cosas.
La recuerdo envolverse en una manta azul, hecha con hilo de oro y de tristeza. La recuerdo subir y bajar, y no hablar, y llorar y llorar, y estremecerse, hasta que se encontró una noche de frente con la luna.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y alcanzar cada sueño, y crecer y escapar y perderse en un mundo de luz.
Los ángeles del cielo la querían, los ángeles de la tierra también. Los dioses, los lagartos, los gatos y las plantas la adoraban. Estaba en su naturaleza ser querida.
Yo pasé aquel verano de mi vida contemplando el milagro de tenerla a mi lado, de saber que existía, de observar cada gesto que escondía en sus ojos, de escuchar cada llanto, de vivir cada risa.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y salvaje y violenta y arriesgada. Yo la quise de una manera extraña, hasta el punto de que ya no sabía distinguir que parte de mi cielo no era ella.
La recuerdo correr de un modo etéreo, internarse en las olas sin rozarlas, deshacerse en espuma y en sal, mientras su corazón se ensanchaba en un vuelo que se hacía de mar hacia todas las cosas.
La recuerdo envolverse en una manta azul, hecha con hilo de oro y de tristeza. La recuerdo subir y bajar, y no hablar, y llorar y llorar, y estremecerse, hasta que se encontró una noche de frente con la luna.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y alcanzar cada sueño, y crecer y escapar y perderse en un mundo de luz.
Los ángeles del cielo la querían, los ángeles de la tierra también. Los dioses, los lagartos, los gatos y las plantas la adoraban. Estaba en su naturaleza ser querida.
Yo pasé aquel verano de mi vida contemplando el milagro de tenerla a mi lado, de saber que existía, de observar cada gesto que escondía en sus ojos, de escuchar cada llanto, de vivir cada risa.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y salvaje y violenta y arriesgada. Yo la quise de una manera extraña, hasta el punto de que ya no sabía distinguir que parte de mi cielo no era ella.
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