miércoles, 7 de julio de 2010

En su naturaleza

Estaba en su naturaleza ser de ese modo: salvaje, violenta y arriesgada. Tal vez no fue su corazón el que se congeló en una noche de invierno, fueron sus pies, sus manos o su vida. Yo la recuperé de entre las nubes, cuando todo el silencio la llamaba, pero no lo recuerda, a pesar de que se lo dicen cada tarde los animales.
La recuerdo correr de un modo etéreo, internarse en las olas sin rozarlas, deshacerse en espuma y en sal, mientras su corazón se ensanchaba en un vuelo que se hacía de mar hacia todas las cosas.
La recuerdo envolverse en una manta azul, hecha con hilo de oro y de tristeza. La recuerdo subir y bajar, y no hablar, y llorar y llorar, y estremecerse, hasta que se encontró una noche de frente con la luna.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y alcanzar cada sueño, y crecer y escapar y perderse en un mundo de luz.
Los ángeles del cielo la querían, los ángeles de la tierra también. Los dioses, los lagartos, los gatos y las plantas la adoraban. Estaba en su naturaleza ser querida.
Yo pasé aquel verano de mi vida contemplando el milagro de tenerla a mi lado, de saber que existía, de observar cada gesto que escondía en sus ojos, de escuchar cada llanto, de vivir cada risa.
Estaba en su naturaleza ser feliz, y salvaje y violenta y arriesgada. Yo la quise de una manera extraña, hasta el punto de que ya no sabía distinguir que parte de mi cielo no era ella.

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