lunes, 26 de julio de 2010

Una vez

Una vez conocí a un hombre que no llegué a ver nunca. No sabía si era real o era tan sólo un personaje que nació en algún lugar desconocido de mi imaginación. A veces me escribía cosas, me dejaba mensajes, que venían de lejos. Eran pequeñas notas cargadas de destino, de vida arrancada a la vida, de experiencias maduradas paso a paso, bajo un sol de justicia o un frío aterrador. Pequeños destellos de dolor, cansancio existencial, sabiduría…
Yo le leía en silencio cada noche. Trataba de entender su voz, el tiempo de su narración, el peso de sus palabras, la forma que adoptaban sus cielos; la mirada cargada de dolor de sus demonios, el tono de su voz... Detrás de todo aquello había un pasado extenso, cargado de experiencias, de mundos, de caminos. De preguntas que aún, después de tanto tiempo, esperaban respuestas.
Una vez conocí a un hombre que no llegué a ver nunca. No sé muy bien porqué, pero en lo más profundo de mi mente yo me lo imaginaba en una carretera solitaria, rodeado de montañas, avanzando bajo la nieve, sobre una bicicleta. Tras él arrastraba un pequeño remolque cargado de pasado. En él llevaba todo lo que un día vivió. No sé muy bien porqué, pero yo me lo imaginaba así –es curioso la forma que adoptan a veces nuestros sueños-.
Una vez conocí a un hombre que nunca llegué a ver. Algunos días se cruzaban de un modo misterioso nuestras palabras, de modo que a veces apenas podía distinguir que parte de sus notas eran de él, y qué parte eran mías.

No hay comentarios: