martes, 15 de junio de 2010

El pescador de sueños

Esta mañana he salido temprano a navegar. Aún no había amanecido y la costa se desplegaba limpia bajo la aurora. La eternidad callaba en ese instante; el sol, la luna, el viento… Todo me recordaba a ti.
Tú estabas en tu mundo, durmiendo tu esplendor sobre la cama. Yo recordé tu cuerpo, ese desfiladero último donde van a parar todas las cosas: desembocaduras de ríos, selvas amarillas, peluches silenciosos, gatos sin nombre, besos…
El aire olía a mar. Las gaviotas jugaban con el barco. Sus voces te llamaban. Un fragmento de ti flotaba aún sobre el malva del cielo.
Las redes de mis sueños se hundían en el agua. He sentido una sensación inexplicable. Solo, desnudo en mi interior, perdido en medio de este mar inacabable, he visto regresar la eternidad. La muerte, el nacimiento, cada resurrección... Las olas de la vida, el firmamento.
Sólo un día sin ti y ya me muero.
El aire huele a sal, voy rumbo al mar del Norte. La vida sin tu amor no es más que una extensión de mar helada. La tinta de las horas se pierde entre sus aguas. La luna se ha marchado y sin embargo, cada noche oigo latir tu corazón sobre mi almohada.
Palabras que se pierden entre la soledad del brezo. La tierra queda atrás, cada vez más lejana. En la espuma se esconden, silenciosos, el monstruo de las nectarinas, la araña, la ortiga y el ciempiés. Las redes de mis sueños se hunden en el agua. Un agua tan profunda, tan fría, tan extraña… Tengo miedo por ti, mi amor, no salgas de la cama.

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