jueves, 10 de junio de 2010

Tristeza de lluvia

Llueve: esta mañana el mundo tiene una apariencia gris, y mi alma se impregna de una húmeda melancolía. La lluvia lo empapa todo: la hierba, el árbol, la calle, los zapatos… Hasta mis sentimientos tienen el ánimo empapado.
Hace días he visto a un buen amigo. Le había alcanzado la tristeza. Lo supe cuando vi en su rostro aquella melodía que tuvo en el pasado. Ahora, cargada de desolación y de amargura.
Llueve: esta mañana la casa de la intranquilidad arde entre brumas y no hay piedad que recomponga un gesto. Mi amigo conoce y persigue su camino, dice que no le queda tiempo, que ella está muy mal, que tiene pocas probabilidades de futuro.
Llueve: si el destino decide poner punto final en el peor momento, ¿porqué no aprovechar este día de vida? Hoy mi alma me pide que entierre la tristeza, que no me hunda en esta melancolía. Hay que vivir, no queda mucho tiempo. Hay que vivir por encima de todo, hay que romper la inercia de la vida.
En el prado empapado pasta un viejo caballo. Un caminante sube por el camino. La vida continúa en todas partes. Se respira el silencio, traspasado de lluvia y de amargura. En el cielo las nubes presagian la tormenta. Debes partir, amigo mío, debes partir hoy mismo, comienza a caminar, no queda mucho tiempo. Tienes que ser valiente, lanzarte a corazón abierto a ese abismo final de tu destino. No dejes de vivir ni un solo instante, no dejes de crecer y de buscarte.
La vida viene y va, como un sueño intranquilo, hasta un punto final, mientras nosotros –perdidos, pequeños, desolados-, buscamos en nuestro corazón una salida. No se puede hacer más: no hay forma de volver la vista atrás, no se puede rectificar, lo único que podemos hacer es continuar, buscar en nuestro corazón una salida.

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