jueves, 12 de noviembre de 2009

Despedida sin luz

Quizás no supe comprenderte, quizá tuviste tú la culpa, o tal vez fue el destino, pero el caso es que ahora ya no estás y yo, lo único que siento, es añoranza. Cada noche recuerdo tu sonrisa y caen del cielo pedacitos de luna que se hacen añicos en la cama destartalada en la que duermo. En esta soledad la muerte se ha hecho un hueco frío, y en mis manos no queda una sola esperanza. Sé que no volverás, que todo está perdido, pero hay un mundo ahí fuera que está a un paso de aquí, donde miles de corazones laten buscando una respuesta. El cielo sigue azul, aunque no es primavera. El agua busca el mar y el mar sabe esperar, repleto de espuma y de alegría. La ciudad duerme ahora, el templo de mi alma permanece cerrado. La eternidad se apaga en algún punto extraño, en medio del vacío. No hay colores, ni vida, ni un dios al que rogar. Tan sólo hay amargura. Animales salvajes dentro de un decorado de piedras de cartón. Quizás no supe comprenderte, quizá tenías razón, pero nadie puede cambiar -un infierno no se puede apagar sólo con un cubo de agua-. Yo sigo galopando a ciegas y sé que me he ganado llegar a algún lugar. He caminado mucho y aunque me sangre el alma no pienso dejar de caminar. En cuanto a ti, comprendo: ya terminó este cuento. El tiempo te ha cambiado y te cambiará aún más. Nuestra luz se ha apagado. El espejo en el que te reflejabas no me devolverá tu imagen nunca más.

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