martes, 10 de noviembre de 2009

El paso del tiempo

Parado al borde del abismo, sin un pasado al que aferrarme, ni un futuro en el que ver reflejado mi destino, pienso que en las puestas de sol de invierno las cosas no son lo que parecen. Hay una luz en el cielo: parece una esperanza, pero sólo es una ilusión que se esfuma al instante. Caminar por el campo, sumergido en el silencio brutal de esta naturaleza inquietante. Caminar hacia adentro, hacia el frío. Caminar hacia lo más profundo del alma de las cosas y acabar enterrado en el barro de un campo de batalla en el que fracasé en este intento loco de encontrarme a mí mismo.
Cada día una historia y el recuerdo de aquello que no permanece ni existe, porque ha entrado a formar parte de tu pasado y no regresará. Toda esa sensación, mezclándose en el alma, junto a este gran dolor de seguir vivo. Existir en las cosas que forman la inmensa cicatriz del mundo. Y contigo, a tu lado, al final, las palabras. Pero ¿cómo habitar las palabras? ¿Cómo hacer que la vida regrese con cuatro palabras? No hay palabras tan fuertes, que sean capaces de realizar el milagro.
Parado al borde del abismo, en este atardecer del mundo, ahora en silencio, aquí donde desaparece el sol y al fin, la oscuridad, planeando sobre todas las cosas, reclama su momento, comprendo que existe un horizonte sin remedio que se hace de fracaso y se materializa en este transcurrir del tiempo, y en su rostro muestra la inmensa cicatriz que los seres humanos reconocen como el definitivo paso hacia la muerte.

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