jueves, 5 de noviembre de 2009

El anciano y la vida

Misteriosa y desconocida, sutil y ajena a las cosas que contenía la tierra, la mujer del anciano se alejó entre las sombras y dejó la ciudad. Se murió un día frío y oscuro del mes de enero del año mil novecientos setenta y dos. El cielo tenía un color blanquecino y un manto de escarcha cubría la hierba. Esa mañana, el anciano recorrió en sus recuerdos los lugares que habían sido escenario de algunos momentos clave de su vida: el mar en calma donde un amanecer tranquilo comprendió algo que iría con él toda la vida, un claro del bosque empapado de rocío, las paredes heladas de la inmensa ladera norte de una montaña, lo que un día supo que era su hogar en la piel, en los labios y el rostro de su mujer ya desaparecida…
Después de recordar aquello, el anciano se fue también, definitivamente. Encontraron su cuerpo sentado en una silla, en la cocina. Se fue sin decir nada. Se fue sin hacer ruido, como se van las almas de todos los que un día, en el pasado, fueron seres humanos de verdad.

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