lunes, 17 de mayo de 2010

Aquella noche

…Aquella noche, mientras ella dormía en mis brazos, comprendí que no hay nada imposible, que sí existe el futuro, y que todo se mueve en una dirección.
Mientras la sentía respirar, con su rostro profundamente hundido en mi pecho, yo miraba la noche y el vacío, y allí, en esa habitación sin luz, inhóspita y repleta de silencios, sentí el latido eterno de todas las cosas. Entonces comprendí que nunca pasa nada, que nunca acaba nada, ni hay nada que temer. Aquella noche la vida era una inmensa aventura cargada de misterio, un viaje hacia un horizonte azul, repleto de luz y de esperanza; una ascensión sin fin hacia ese mundo extraño donde los deseos se transforman en una paz profunda, ilimitada, y el cielo ya no se distingue de los cuerpos, ni la tierra del aire, ni el aire del agua del mar.
Aquella noche, mientras ella dormía, oí la gran melodía del mundo; una melodía perfecta donde se interpretaban las notas de la más dulce canción. Quizás permanecía aún lejos de poder comprender el latido infinito de la vida, pero daba lo mismo, oyendo su respiración, notando el calor de su cuerpo, sentí que seguía un sendero que llevaba hacia una forma fascinante de la felicidad, un sendero arriesgado, difícil, exigente. Un sendero que se elevaba siempre, en medio la noche y de las nubes, por encima de los deseos, los miedos y la fatalidad. Un sendero estrecho que iba ascendiendo, despacio, hacia la vida… Quería a esa mujer, la quería por encima de cualquier cosa… Me iba repitiendo esas palabras mientras lo recorría…

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