jueves, 20 de mayo de 2010

Demasiada tristeza

Era por la mañana: una brisa cargada de futuro mecía las hojas de los árboles. Hacía un día de sol que no dejaba abrir los ojos. La vida seguía en todas partes y yo podía sentirlo en la arena del suelo, en el charco, en el tronco del árbol, y hasta en la alcantarilla. Y sin embargo mi alma se había instalado en la tristeza.
Miré alrededor: en la calle el destino tiraba con una fuerza descomunal hacia el abismo. Curioso mundo este, curiosa multitud de escenas y ese terror oscuro atravesando el asfalto. Un niño lloró en alguna parte. Se oyó frenar un coche y un grito de mujer. No pasó nada. Hubo una discusión y luego todos siguieron su camino. El día continuó cargado de esperanzas, de sol y de sonrisas. La vida celebraba este canto a la primavera, y sin embargo, mi alma se había quedado atascada en alguna parte.
Algunas veces pienso de donde viene toda esta maldición. Esta forma de estar de paso, este vivir absurdo en las cosas que no llegan a ser jamás –aceras que se pierden calle abajo, cadáveres que se pudren al sol, muertos en vida…- Mundo de muertos muertos. Muertos jodidamente muertos. Y yo, al final del pasadizo, hundido en la desesperanza de este presente atroz, vulgar, indescifrable, que observo a contraluz. Soy un cadáver más de esta desesperanza y aún hoy, algunos días, oigo la voz de tu locura gemir desde el infierno. Hoy es un día triste. No hay ninguna razón para ello, y sin embargo, morirse y desaparecer sería un descanso.
Demasiada tristeza para tan poca vida.

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