lunes, 31 de mayo de 2010

A tu lado, en la noche

Y luego, aquella tarde, sin darnos apenas cuenta, alcanzamos el mar. Los elementos del mundo se asomaban a aquel espejo azul y luego se precipitaban dentro. Tú te asomaste también, y su respiración te alborotó el cabello. Poco a poco se nos hizo de noche. Yo te observaba. Te movías sobre las rocas con la dulzura del aire mientras sobre nosotros brillaba una luna de silencio. El tiempo era una nueva bendición que yo desconocía. Entonces supe que el cielo era estar a tu lado.
Yo miraba hacia el horizonte y me preguntaba si habría alguna manera de atravesar aquella inmensidad azul y quedarme contigo para siempre. El mar suspiraba por ti como un gigantesco dragón dormido. El mar, la luna, el cielo… Toda esa configuración perfecta iba instalándose en mi alma, encajando cada una de sus piezas dentro de mi corazón, revelándome sus misterios. Y todo llevaba a ti.
Tal vez aquella Vía Láctea que me crecía dentro no era más que el reflejo de tus ojos o el tacto de tu piel brillando sobre el acantilado. Yo te observaba. Te movías sobre las rocas muy despacio. Un pájaro cantó en la noche. El dragón dormía profundamente. Dentro de ti crecían horizontes infinitos, mares azules, vientos, misterios indescriptibles… Sonidos del universo, misterios que me arrastraban lejos, al otro lado del mar, a algún lugar de tu mundo. La noche entera dormía sobre el lomo del dragón y en algún punto del cielo yo te besé en los labios.

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