martes, 7 de septiembre de 2010

En un momento de la noche

Ella, con los ojos cargados de sueño, me dijo en un momento extraño de la noche: “encontraré la forma de andar nuevos caminos, aunque mi corazón se haya muerto de frío y la esperanza no deje oír su voz en el lugar del mundo en el que habito, y encontraré también la forma y el secreto de ser con toda el alma; de ser un poco más profunda, de ser alguien mejor, alguien que vuele alto, alguien que vuele libre.
¿Sabes? Las cosas de la vida contradicen de un modo atroz esto que digo, pero yo continúo, y lucho y sufro, y quiero y me persigo a través de las sombras y la noche, y ya no sé qué hacer para que no me arrastren al infierno mis demonios. ¿Conoces tú la clave? ¿Conoces tú el camino?”
Ella tenía un corazón extraño. Quería conocer, quería comprender. Yo le dije que no, que no sabía nada de caminos. Aquella noche la pasamos los dos, muy juntos, abrazados cada uno a sus estrellas. Ya no recuerdo bien, creo que nos besamos, lo que sí puedo recordar es que sentí que mis ojos estaban cansados de mirar. La luna esa noche ya no brillaba; las estrellas morían muy despacio, y el cielo no parecía un cielo hermoso de verano. Yo llevaba demasiado tiempo perdido muy dentro de mi corazón, buscando en todas partes, tratando de entender de qué iba todo este juego absurdo de la vida, y sin embargo, aquella noche en la que compartimos toda esa soledad y ese silencio, las cosas recobraron, de repente, aquel color extraño del pasado, ese color acogedor, suave y sutil, que tienen los cielos un instante, y que desaparece, como una maldición inevitable, justo antes de que llegue el nuevo día…

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