jueves, 30 de septiembre de 2010

Qué hacer en un día de huelga

Decidirse a escribir con la mano siniestra mientras la diestra cuenta la historia a su manera y en el centro de todo vibra un dios apocalíptico que no sabe de gestos ni memorias y la pobreza brilla por encima de todo y el mundo gira y gira para nada. Punto. Me cago en todo este capital que nos oprime y claro, no consumas, me dicen, me aconsejan, pero yo estoy aquí, mirando como un tonto en ese escaparate, y no tengo trabajo entre los dedos y las uñas me crecen y se descascarillan pensando en como acabo el mes. Punto y aparte.
Y no me gusta esto.
Adónde vamos, dices, y eso ya no lo sabe nadie y me voy a hacer huelga esta mañana y no tengo dinero y me descontarán lo poco que me quede porque ese es mi derecho, y encima, por si esto fuera poco, seré el primero de la lista en mi trabajo.
Y todo esto es cultura y bienestar.
Todo acto de bondad resulta prohibitivo en estos días ciegos donde los maleantes viajan en primera, carteles en las calles que sí, que no, que sí. Cómo ha bajado esto cómo ha subido aquello.
Y dicen que hay que dar, que hay que empujar, que hay que arrimar el hombro y yo les digo a esos que mejor que se corten un poquito que roben menos y me dejen en paz. Punto y final.
¡Ah! ¡No! Que aún me dejo algo: y todos esos tipos y sus corporaciones, los fondos monetarios la bolsa los bancos Wall Street, me cago esta mañana en todos ellos, en sus economías, en sus cuentas ocultas en esos paraísos en todos los corruptos que revientan la vida y los mercados y en todos los corruptillos que no pagan impuestos ni los van a pagar, y los politiquillos que cambian sus principios cada vez que les cambia de dirección el viento, que no quiero ser yo el tipo que con su dinero arregle todo esto que ustedes se han cargado. Saquen su pasta, coño, y salven ustedes el planeta que a mi ya no me queda mas dinero.

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