jueves, 9 de septiembre de 2010

Pero tú duermes

Algunas veces te miro y no consigo comprender. Eres el cielo de un perro solitario, la estrella que permanece siempre, el huracán gigante que anuncian las noticias, y que pasa de largo -sin rozar la cabaña, sin romper las ventanas, sin matar las nostalgias-, y deja un rastro de esperanza y alivio tras su paso. ¿Cómo has llegado aquí?
Las cosas se deciden siempre de un modo inesperado, en un momento urgente. Uno va y dice: “¿quieres permanecer?”, y otro responde: “hablemos de las cosas que vuelan y no se comen”. Y todo es tan extraño como eso.
Te miro y no comprendo qué haces a mi lado, qué te ha traído aquí. Y el mundo despliega un nuevo día y las cosas se hunden en sus cosas. Hay tanta gente mendigando una mínima parte de esto que guardo en una caja de madera, escondido en lo más profundo de mi corazón… Y el domingo se llena de cajas a medio desempaquetar, de libros, de esperanzas… Cada cosa de este universo finito resulta indispensable, y toda la creación se va posando despacio, muy despacio, sobre el cieno del fondo de mi propio destino y ahora se acomoda en ti, y encuentra de un modo inesperado su lugar. Llegará un tiempo donde el agua será tan transparente como lo es en este instante tu mirada.
Pero tú duermes mientras escribo esto y no puedo decirte lo que siento.
Y tú duermes con tus ojos dormidos, con tu pelo dormido, con tu rostro, tus manos, tus piernas dormidas, con tu cielo y tu infierno dormidos, con tus sonrisas, tu alma, tu brillo, tu pasado y tu vida, dormidos, ahora, a mi lado, y comprendo que las cosas se deciden de un modo inevitable en un instante, y la magia, el destino y la lucha encuentran de repente su lugar.
Y te oigo respirar tranquila, y una paz infinita se despliega sobre el mundo, y la noche crece, late, me abraza y se hace fuerte. Y se expande en mi corazón la esencia fulgurante de la vida, como una bendición de todo lo imposible.

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