jueves, 17 de diciembre de 2009

Abrirse al mundo

Abrirse al mundo, atravesar las cosas. Sentir como la escarcha cubre la hierba con su maravillosa capa de agua y de cristal. En la ciudad, el humo de los coches se agita en el aire de un modo vehemente. La gente se apresura. Siete de la mañana. A trabajar. El tren de cercanías llega hasta la estación. Copos de nieve en el foco de luz. En la avenida un autobús no espera. Carreras. Sube el último pasajero. El autobús se va. Semáforo en rojo: parar. Pasa la gente. Las cosas se suceden. El caos avanza, la multiplicidad. Los fenómenos se mezclan. Una mujer hermosa. Chirriar de ruedas. Un viejo. Dos niños cogidos de la mano. No hay pájaros. Nieva.
Abrirse al mundo. El silencio, la espera... No hay tal silencio. Ruidos en el pasillo, murmullos de una conversación entrecortada. Caótica escalera que da acceso a un patio central. Muros. Carga y descarga. No aparcar. Todos corren: llegan tarde. Trabajo. Oscurecer a solas las cosas y la vida. La hora de comer. Ruido de bandejas. Gritos, risas, llamadas. Entrar, salir, entrar, salir. Torre de vigilancia. Entrar. Se pone el sol. Abrirse al mundo. Atravesar las cosas. Desplazarse de un instante hasta el siguiente. Aurora Boreal en algún lado, seguramente en otra parte, inalcanzable, demasiado lejos de aquí. Ruido de rejas que se cierran. Seis mil años a oscuras. Correr detrás de todo. Se resquebraja el alma. Silencio. Apagan las luces. Hoy he pensado en ti. Abrirse al mundo. Ruido de pasos. Frío. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Huir del tiempo y del pasado. No pensar. Abrirse al mundo. Atravesar las cosas. Salir de esta prisión que tú mismo has creado. Vivir, soñar, amar, vivir, vivir…

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