lunes, 14 de diciembre de 2009

La cantante de Jazz

Aparece en escena y en su melena rubia aún lleva enredadas las notas de una melodía que ayer interpretó al piano. Va vestida de negro y tiene su alma atrapada en la nube de alguna maldición. Conoce la dureza del suelo que pisa y tal vez por eso, quizás tal vez por eso, cada cosa que pasa a su lado se esfuma en un susurro y al instante se transforma en canción. Cuando uno la tiene delante comprende que todo en ella es alma y sentimiento. Sentada frente a un gran piano, mira hacia atrás ligeramente, levanta un poco la mirada, cierra los ojos y comienza a cantar. Muy suave, de un modo misterioso y dulce, que hace vibrar el aire, abre su corazón y saltan a la bóveda del cielo las notas tristes de una canción. Todo es perfecto en ella. Todo es pasión; pasión y música en ese cuerpo que ha perdido en algún punto extraño del pasado su calor. El mundo no respira mientras mueve sus manos. Acaricia las teclas del piano y cada nota es un cielo que la acoge sin prisas, su país y su lengua, su principio y su fin. No habla nunca con nadie, sólo vive con eso. Esa fuerza que se agita y la envuelve de una forma salvaje en su interior. No se deja besar, nadie duerme con ella. Hace tiempo que ha desaparecido en su música y no tiene pensado regresar.

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