miércoles, 9 de diciembre de 2009

Tacheles

En el Tacheles de Berlín hay poca gente. Las salas, los pasillos, están completamente vacíos. Subo hasta el garito de la azotea y encuentro a tres personas. Observo la ciudad sumergida en una nube de oscuridad y frío. Berlín parece una ciudad perdida en el pasado y rodeada de sombras. Hay algo de catástrofe flotando en el ambiente mientras subo por la escalera. A un lado y otro, cientos, miles, millones de pintadas de colores cubren el techo y las paredes. Tantas manos anónimas haciendo su trabajo. Cerebros de artista, que en su búsqueda de expresión han transformado este antiguo edificio en un lugar ajeno a nuestro mundo, una especie de decorado de ciencia ficción, caótico, siniestro, hermoso, apocalíptico...
Estoy un rato allí, en esa terraza, y luego de nuevo desciendo a los infiernos; montañas de papeles tirados por el suelo, paredes desconchadas, ruidos de sierra que corta, desgarra, rompe y da una nueva forma. Chispas, fuegos de soldadura, martillazos, estruendo. Son los artistas del hierro y del metal; lo más extremo de todo este mundo infernal de catacumbas, corredores y puertas. Todo parece demoníaco y sin embargo, hay algo que impregna de un halo de hermosa intensidad cada rincón de este lugar, cada mínimo espacio. Este edificio es un punto perdido en el espacio, un sitio de búsqueda, de intento, de camino. Murmullos en la oscuridad. Algo se cuece en el ambiente en una de las salas. Habitaciones oscuras, bombillas rotas, pasillos que no llevan a ninguna otra parte. Salgo por este soportal de un mundo extraño. Me voy de allí despacio, sin comprender muy bien que dejo atrás, que sensaciones he experimentado. He llegado a este sitio desde la oscuridad y ahora regreso a ella. Mientras camino por las calles bajo una lluvia helada pienso que esta noche Berlín tiene el alma llena de soledad, de lucha y de pasado.

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