lunes, 14 de diciembre de 2009

Lánguida y azul

Lánguida y azul se despliega la noche. Hay un manto de escarcha y de frío. El mundo sería un lugar desolador sino fuera porque en sus ojos se esconde un destello fugaz, una chispa encendida, una luz, un latido, un pequeño rincón de calor. Caminamos despacio, uno al lado del otro, rodeados de niebla. Caminamos, como lo hicieron desde el principio de los tiempos los hombres y mujeres de este mundo. Hay algo esencial, primitivo y eterno, en este caminar nuestro a través de la noche. Caminamos despacio, intuyendo el camino, navegando en la atmósfera helada, con el alma encogida, escuchando el silencio cargado de olvido.
Yo la observo y comprendo que algo en ella ha cambiado con el paso del tiempo, y ahora, esta noche, me parece aún mejor.
Es muy tarde: en el bosque no se ven las estrellas, ni la tierra, ni el cielo, y hasta el pasado y el futuro se han perdido de pronto en un punto, en mitad del vacío. La luz de mi frontal rebota en la pared de niebla. Dentro de la capucha de su abrigo, ella se ha tapado la cara con un pañuelo blanco. Sólo se ven sus ojos ahora completamente negros y un mechón de su pelo mojado. Bajo mis pies noto el latir mundo. Da vueltas la rueda de la vida. Me mira y sus ojos ríen como sólo pueden reír unos ojos cargados de lo eterno. Ríen sus ojos y todo el universo ríe también con ellos. Los cielos y la tierra se estremecen mientras atravesamos el bosque solitario, siento el latir del mundo, y de pronto comprendo, con una intensidad inesperada, que en este mismo instante todo gira en el infinito sólo para nosotros dos. Sonrío yo también, al ver esos ojos tan repletos de vida. Todo en ella lleva el signo de lo que es especial y es diferente. Esta noche, en mitad de la niebla y el frío, en un instante extraño, comprendo que es perfecta.

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