miércoles, 2 de diciembre de 2009

Al Norte

He estado de viaje. Una huida hacia el norte. Hacía frío. Aeropuertos, ciudades, carreteras y gente -esa gente infinita que sobrevive y existe, y ama y envejece igual en todas partes-. Y allá, en ese lugar del mundo tampoco he encontrado nada especial. Dolor y soledad, y muros. Los mismos muros de siempre, destrozados por el paso del tiempo, pero aún en pie, eternamente en pie. Lo irremediable mezclado con un extraño deseo de esperanza. El sabor y el dolor de otro desastre. No hay nada que resulte tan triste como una navidad a solas en una esquina del mundo. Tres músicos: un hombre, una mujer y un niño, tocan sus instrumentos y esa música es un canto a la soledad.
Hay una muchacha sentada en una acera. Tendrá unos veinte años. Mira al suelo. Tiene el pelo rubio y se cubre el cuerpo con una manta. La gente pasa a su alrededor sin verla. Ya he visto a esa muchacha antes. Es la misma olvidada en todas partes, la pequeña mujer que perdió su vivir en un instante cargado de maldición y de destino. Hace frío. La última noche que pasé en la ciudad seguía allí. Estaba sola, sentada en la misma calle ahora desierta. Era de madrugada y hacía demasiado frío como para vivir o respirar. Un hombre se paró a su lado, le dio un puntapié y ella se levantó. Se fueron juntos. Dejó una pequeña mancha de sangre sobre la acera.

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