lunes, 21 de diciembre de 2009

Sentir de otra manera

Regreso al sitio donde vivo. No tengo prisa: la ciudad duerme. En mitad de la noche el viento me trae a la memoria escenas del pasado. La nieve helada cruje bajo las ruedas de la bicicleta. Avanzo en medio de la noche, la nada y el vacío. Avanzo hacia ningún lugar. No voy a ningún sitio. Tampoco regreso de ninguna parte. Sólo me muevo, avanzo. Intento no pensar. Mis pensamientos salen de mi cabeza y van quedando atrás. Sobre la ciudad se ha desplegado un cielo completamente blanco que sobrecoge el alma. Vuelve a nevar. No hay un alma en las calles. Ni siquiera la mía. La ciudad duerme.
Algunas veces desearía ser alguien más normal. No hacer este tipo de cosas. Salir y entrar como cualquiera. Sentir de otra manera. Pero eso -ahora ya lo sé y estoy seguro-, nunca sucederá. Recuerdo tantas crisis navideñas. Respiro hondo y descargo gran parte de mi desolación en los pedales. Tan sólo el alma de mi bicicleta me acompaña. ¿Cuántas veces, si busco en mi pasado, se ha repetido esta maldita escena? La noche es larga y fría. La nieve llena el espacio de luz que dejan las farolas de la calle. La bicicleta es mi único nexo de unión con el planeta. Siento por cada poro de mi piel como esta forma de vivir es un continuo deslizarse por un camino helado que sigue y continúa en medio de la noche y no lleva a ninguna parte. Mientras, transcurre el tiempo, y yo hago lo único que sé, y que he hecho desde siempre, que es resistir al frío de la soledad hasta el día siguiente.

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