martes, 7 de abril de 2009

En una esquina de la Gran Vía

Es de noche: en una esquina cualquiera de La Gran Vía una mujer joven de ojos rasgados llora su desesperación junto a una caja de cartón y unas cervezas. Resulta demasiado doloroso ver una escena así, uno apenas puede aguantar las ganas de morirse o desaparecer de este mundo rabioso que destruye la vida.
Mientras contemplo sus ojos diminutos, empequeñecidos aún más por el dolor, pienso en el sentido final del sufrimiento. ¿A qué viene todo esto? ¿Qué maldita razón se oculta tras todo este dolor?
La mujer china me mira y, sollozando, me cuenta lo que pasa con sus cuatro palabras: “yo toda noche aquí, mucho dinero, y él dice yo mala ─señala a un hombre que hay sentado al lado─”.
Ni ella ni él hablan ningún idioma. Sólo ese idioma suyo que aquí no sirve para nada. El hombre está también desesperado. Hay mucho más de lo que se puede expresar con sus cuatro palabras. Ella se aprieta el pecho en medio de su crisis de ansiedad, casi no puede respirar. No puede más: son dos seres al límite, agotados. Dos seres humanos en un callejón sin salida. Ella sigue llorando, con rabia, con una desesperación que excede cualquier otro dolor que yo haya conocido antes. Sobre la acera, a sus pies, se calientan las latas de cerveza. Llega un chaval, le pide una, y cuando ella se la entrega, le da menos dinero. La mujer, sin dejar de llorar, dice por gestos que no está bien, que le ha pagado menos, el chaval le dice que la maldita lata está caliente; ella dice que no, con gestos le dice que pague lo que falta. El chaval, a regañadientes, le paga el resto, luego se vuelve, me mira, y dice sonriendo: “¿no es lista la puta de la china?
El hombre me mira desde el suelo y me dice que no con la cabeza. La vida, el universo se derrumban, se apagan las estrellas. Todo es dolor y sufrimiento y muerte. Crece la soledad y el mundo y la noche se llenan de silencios. Le toco el brazo al hombre. Me señalo los ojos, le digo: “observa”, y luego le acaricio el pelo a la mujer con toda la dulzura que soy capaz de componer en ese gesto. El hombre dice no, y baja la cabeza. También está llorando. Lloran los dos. Cuando me marcho, ella me da un paquete de chicles de regalo. No tiene nada, sólo tiene su desesperación, pero ella me da un paquete de chicles de regalo.

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