domingo, 19 de abril de 2009

Un claro entre lluvias

Nos conocimos en un claro entre lluvias. Los dos desconocidos y al mismo tiempo unidos por alguna misteriosa atracción. Ella traía la fuerza del trabajo y de la lucha, el intenso conocimiento de la vida, y el frío de un lejano lugar. Tenía la mirada de cristal y el peligro de un canto de sirena. Me dijo que en su tierra todas las camareras eran filósofas también. Pasamos unas horas intercambiando gestos, mientras a nuestro alrededor, la ciudad se perdía para siempre en su rutina. Yo iba camino de la nada y ella cargaba con un inmenso bolso lleno de libertad. Me habló de cómo se atraían ciertas partículas elementales, de cómo lo único que existe es la energía, de las fuerzas que mantienen en equilibrio el universo, del orden de las nubes, del misterio del sol. Me habló de su trabajo y de sus manos, me dijo: “ya ves, tengo estas manos, no necesito más”, me habló de la felicidad que existe en cada cosa, de todo lo sencillo y complicado. Yo, mientras la escuchaba, pensaba en el misterio que esconde cada encuentro, en el tiempo y el mundo, en el orden y la belleza, en el intenso encanto que oculta cada ser.
Es una pena que yo ya no sea poeta, sino le escribiría una hermosa canción de amor para una camarera.

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