jueves, 2 de abril de 2009

Ismael y la lejanía

Aquella tarde Ismael sintió en su corazón toda la soledad del mundo. Hasta entonces nunca se había parado a contemplar el largo camino de regreso hasta su casa. Las ciudades eran sitios hostiles, el campo ya no era acogedor. Bajo una higuera descubrió el cadáver de un pequeño roedor y sintió que ese cuerpo sin vida también era un fragmento de su cuerpo y un símbolo del mundo; de un mundo acogedor que un día había sido suyo y que ahora se alejaba partiendo desde su corazón hacia un lugar desconocido y frío, como algún tiempo antes lo hicieron sus ideales, como luego, más tarde, lo hicieron sus sueños, lentamente.
Ismael caminó sobre las luces de la puesta de sol, el cielo se oscurecía y un mundo de tonos claro oscuros se dejaba vencer por la melancolía. Ismael comprendió que ya no iba a regresar jamás, supo en aquel instante con certeza que su camino de vuelta se había borrado para siempre, que nunca más tendría un espacio al que su corazón pudiera contemplar como un hogar. Ismael se había perdido en un paraje atroz y sin embargo, aquella tarde, justo un segundo antes de que se ocultara el sol, el calor regresó a su corazón y unos ojos brillantes de mujer le hicieron olvidar su vida y su pasado, su mundo y sus caminos, su muerte y su dolor.

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