jueves, 8 de octubre de 2009

Entre la nada y la noche

Eran las cuatro de la madrugada y en el cielo no brillaba ni una estrella. El Centro Nacional de Meteorología había anunciado tormentas y las nubes me parecían cuerpos de vacas muertas, manchadas de barro de un sucio color gris. Desde la puerta de un bar llegaba una canción a golpes. Sobre nuestras cabezas, en la cúpula del cielo, flotaba un presagio de acabamiento, el peso de un recuerdo, una tristeza. Todo era soledad, vacío, abandono total, desesperanza. ¿Qué somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué nos ha derrotado? Se nos acaba el tiempo, las fuerzas, la esperanza… Caminamos despacio, calle abajo, los dos sin decir nada, cada uno arrastrando su pasado. Todos nuestros demonios iban junto a nosotros. Yo miraba hacia el suelo y sentía esa sensación, ese vacío horrible del que no tiene nada. En ese mismo instante me coges de la mano. Sonríes levemente. Te miro, estás cansada, tienes los ojos tristes; los ojos más tristes del mundo. De pronto lo comprendo: entre la nada y la noche, tan sólo existes tú, y tú eres la respuesta. Te quiero con toda mi alma aunque eso ya no nos sirva de nada.

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