domingo, 25 de octubre de 2009

Un deseo, un temor

Miré el reloj: eran las tres de la madrugada. Una hora extraña en la que puede suceder cualquier cosa. Sobre el suelo mojado se desplazaba, despacio, un gusano de color blanco. En este rincón en medio de la nada, me había construido mi propia sucursal de un infierno que había ido creando con el tiempo, yo mismo, a mi medida. Un infierno donde tenían cabida todas las formas del desconocimiento y del dolor humano. Allí vivía yo y allí pasaba la mayor parte del tiempo. Eran las tres de la madrugada, llovía, hacía frío y no quedaba ya ni un resquicio para la desesperación. A pesar de que no podía verlas, las estrellas seguían atravesando cada noche el cielo. Un cielo perdido entre andamios, escombros y montones de basura. Fuera de mi rincón, casi todas las almas dormían sus sueños. Eran las tres de la mañana y recuerdo que pensé que la vida, igual que sucede con los sueños, no es más que un deseo o un temor.

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