lunes, 26 de octubre de 2009

Siempre la noche

Siempre la noche, envuelta en su mundo de oscuridad, y ese dolor de todo, que no termina. El frío va ganando terreno a la cordura mientras el resto de la humanidad se refugia en sus casas. La soledad reina en la calle y el frío retoma su forma original, y es un cuchillo que despedaza el alma de los que lo han perdido todo en el pozo sin fondo de sus vidas. Vidas que se prolongan sin esperanza alguna. Deseos de extinción que acaban con cada amanecer, y un vaho que sale de lo más hondo de los buenos recuerdos y que es calor que se marchita y se pierde en el aire. Olor a vino y sangre y mugre de trescientos sesenta y cinco días. Todos tuvimos un momento en el que fuimos algo antes de no ser nada. Y alguna chimenea arde en un acogedor salón, en este mismo instante, y todos lo sabemos y ella también lo sabe, y en su locura, mira con rabia y le grita al policía. Se la llevan de nuevo, la loca, la histérica, la demente, la agresiva. Las cosas pasan, los hombres, las mujeres... Ella hace tiempo fue una mujer hermosa, pero ahora todos miran con repugnancia, pasan, y nadie se detiene, sólo el dolor que precede a la muerte, pero esta noche la muerte no alcanza a la comunidad de los que han sido derrotados por la vida. La muerte llega lenta, se toma sus tragos muy despacio, sabe que tiene todo el tiempo, que ya no va a existir un renacer, ni la aurora del mundo brillará nunca en la esquina, por eso la muerte esta noche no tiene prisa. Y me miro a mi mismo y pienso en cuantas veces, envuelto en este frío, perdido para siempre en mis recuerdos, he regresado a ti; tú, la perfecta, la gran desconocida, rostro con rostro, labios con labios, palabra con palabra, pupila con pupila, y todo este dolor del mundo se me mete esta noche en el cuerpo, junto con la terrible soledad que trae este frío, pero la noche es noche, siempre la misma noche, que no termina.

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