miércoles, 27 de mayo de 2009

En la penumbra de la madrugada

Camino en la penumbra de la madrugada. Aún no ha amanecido, se ha levantado viento y por el sendero que desciende hasta el torrente, observo el día oscuro y gris. Cuando parecía que todo había terminado de nuevo ha regresado el frío. Oleadas de nubes descienden por la ladera, rasgando las ramas de los abetos centenarios, y en el cielo enfurecido, sobre el claro del bosque, los pájaros han dejado de cantar. Hay un rumor confuso entre los troncos de los árboles, una conversación indescifrable, de roca, de río y de madera. Mis manos y mi mente se han helado. Se me hace demasiado largo tanto invierno. En el remanso transparente del arroyo, donde después de su quehacer diario, acaba la tarde su momento, una carpa nada en la eternidad inmaterial del agua; también ella parece triste, aunque no sabe de estaciones. Ingrávida como una estrella o un misterio de luz, en cada aguja de abeto brilla una gota de agua. Bajo mis pies descalzos se esponja el suelo. El bosque huele a espera y a amargura. Es la vida que pasa. Pronto aparecerá la luz, o tal vez no, todo es instante, una ilusión que se hunde en el abismo. Bajan las nubes y cubren la ladera, todo se hace humedad, oscuridad y frío. Perdido en esta soledad, rodeado de silencio, bebo un sorbo de agua y regreso de nuevo a la cabaña.

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