miércoles, 20 de mayo de 2009

Sólo una mala racha

Tal vez aquello era sólo una mala racha, o tal vez no, pero Alejandro no podía sentirse peor. Acababa de cumplir cuarenta años, había dejado a su mujer, a su familia, no tenía donde ir, y su trabajo… Mejor no pensar en su trabajo. Ocho o diez horas de su vida gastadas cada día en ese infierno durante los últimos quince años ya era demasiado.
Alejandro tomó un desvío, salió de la autopista y condujo por una carretera comarcal. La carretera ascendía un puerto de montaña y en una de las curvas se percató de que iba demasiado deprisa. Redujo la velocidad y un poco antes de coronar el puerto aparcó el coche en el arcén, junto a un camino. Salió: hacía frío; restos de nieve del pasado invierno se hallaban esparcidos, aquí y allá, dando a la escena un toque algo irreal. Estaba amaneciendo. Había conducido casi toda la noche. Caminó un poco y luego se sentó sobre una piedra. ¿Y ahora?, ¿adónde ir?, ¿qué hacer?, ¿de dónde sacar las fuerzas para seguir viviendo? Alejandro miró a su alrededor, suspiró hondo y aspiró el aire frío de la mañana. Pensó en que si no hubiera dejado de fumar ahora encendería un cigarrillo, pensó en lo que había sido su vida y una profunda angustia le encogió el corazón. En ese instante se sentía como un pequeño pájaro atropellado en medio de la carretera.

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