martes, 30 de marzo de 2010

En los ojos del pájaro triste

En aquellos días resultaba fascinante contemplar las múltiples facetas de la vida. Al otro lado de la reja, un árbol se cubrió de flores de repente. Lo estuve contemplando mucho tiempo. Pensaba en el juego. En la vida y la muerte, jugando a atraparse en ese territorio sin nombre que formaba el banco de arena del río. Los ríos son inmensos, absurdos cruces de caminos. Lugares donde se pierden los rastros de los amigos. Caminos que no llevan al mar –el poeta se equivocaba-.
El vivir y el morir se mezclaban en los detalles hasta el punto de convertirse en una única emoción, algo que ya no se diferenciaba del barro, del agua, o de uno mismo. Recuerdo que pensaba en esas cosas y también en el tiempo que nos lleva el vivir, en todo ese misterio que se iba desplegando a cada paso, con cada pequeña decisión, y en las cosas terribles que habrían de suceder en el futuro. Un pájaro se posó en una de las ramas del árbol. Era un pájaro pequeño y tenía los ojos tristes. “Ojos de pájaro triste”, pensé.
Caía el sol, el día terminaba y el mundo, mi mundo, se había detenido para siempre en el fondo de aquellos ojos, y era el lugar más solitario y triste que existía.

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