viernes, 12 de marzo de 2010

Yulia

Cuatro de la madrugada: Yulia está en la cocina. No puede dormir. Enciende el gas y calienta un poco de leche. Suspira: tiene los ojos irritados por el frío y la falta de sueño. La cocina son cuatro paredes en mitad de la nada, un lugar que parece flotar en un espacio infinito y helado.
Yulia se siente mal: está cansada. No sabe por dónde continuar, qué hacer, cómo seguir. Lo ha perdido todo. Lo último que ha perdido ayer por la tarde es la esperanza. Sabe que la vida ya nunca va a regresar, que esta vez se ha ido de verdad, definitivamente, que ya no hay vuelta atrás. Y mientras tanto, en ese mundo que ahora siente tan distante al suyo, las cosas parecen seguir como si nada hubiera sucedido.
Yulia no entiende nada. Tiene cuarenta y cinco años y lo único que sabe es que ha fracasado, que en algún momento de su vida sucedió un cataclismo y ella no se enteró, y sólo ahora, al cabo de los años, cuando mira hacia atrás, comprende que una pequeña decisión, una increíble, pequeña diminuta decisión, ha cambiado completamente el curso de su historia.
Yulia sujeta el vaso de leche entre sus manos y el calor del cristal le parece algo lejano, irreal, extraño. Ya no me queda nada, piensa, y decide acabar, pero tampoco tiene fuerzas para hacer eso. Las paredes de la cocina se estrechan más y más y al otro lado la noche se extiende al infinito.

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