lunes, 1 de marzo de 2010

Nómada

Yo, de pequeño era un nómada. Un nómada de corto recorrido, un nómada que no viajaba nada, que apenas se movía de lugar, y digo que era un nómada, porque ahora, con los años, he comprendido que el viaje no tiene nada que ver con la distancia recorrida, ni siquiera con el trayecto en sí. El viaje es una rara inquietud del alma que aparece de tarde en tarde en nuestra mente.
Yo, por aquel entonces, a pesar de mis pocos años, cuando apenas levantaba medio metro del suelo y me alzaba de puntillas, para observar por encima de las cabezas de mis compañeros de clase el horizonte, intentando entender adónde nos llevaba la corriente, ya era un nómada allá en lo más hondo de mi corazón.
Así empecé a viajar, mirando por encima de la gente.
Luego, pasados unos años, llené mi juventud ascendiendo montañas, leyendo libros, buscando información de no se sabe qué. Primero empecé por la escalada en roca –había que intentar subir más alto, pero había que subir por donde no hubiera subido nadie-, luego, más tarde, comprendí que eso no era tan importante, y decidí embarcarme en hacer travesías. Rutas que implicaban pasar noches a la intemperie en lugares helados que no parecían ser de este planeta –había que ir más lejos, el resto daba igual-. La evolución inevitable de todo aquello fue acabar haciendo todo eso en solitario, porqué sólo en la soledad podía oír con claridad el murmullo del mundo. Descubrí que ya no hacía falta subir tan alto, ni tampoco ir tan lejos; el mundo murmuraba en todas partes.
Bajé de las montañas, me subí en una bicicleta. La gente que me rodeaba no entendía mi concepción del mundo. Decían que no tenía sentido, que era imprudente hacer este tipo de cosas, que no merecía la pena arriesgarse a morirse solo en algún lado. Pero en esos lugares yo hallaba un universo complejo y fascinante que podía percibir con gran intensidad. Así pasé mi juventud, ascendiendo montañas, montando en bicicleta. Buscando comprender lo que buscaba. Todo eso era viaje. Y así me convertí en un nómada profesional que encontraba un hogar allí donde vivaqueaba.
Recuerdo que empecé a sentir una pasión profunda por todo lo que eso representaba para mi y, poco a poco, me fui sintiendo diferente –ya daba igual subir por cualquier parte, incluso daba igual no conseguir subir, y daba igual lejos que cerca, el caso era sentir el mundo que escondía un secreto en todo aquello-, y en momento extraño, comprendí que viajar, sobre todo viajar solo, te abre los sentidos, y entonces yo viajaba todo el tiempo, y siempre viajaba solo -resulta extraño como la soledad te acerca a los demás-. Ahora, después de tanto tiempo, no sé si sigo siendo un nómada, si he encontrado respuestas, o si lo que sucede es que he llegado a ser una especie de perro vagabundo. Ahora, después de tanto tiempo, lo único que sé es que no importa el camino, la forma en que viajas, o el tiempo que hayas empleado en llegar al destino. Lo único que importa es el camino y lo que has aprendido en él. El mundo te llama en todas partes, y a veces, con el tiempo, tú sabes responder a su llamada.

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