martes, 16 de marzo de 2010

Un objeto

El lugar parecía ser un sitio en la montaña. Era un sitio lejano, no sabría decir porqué, quizás por el color de las rocas o lo abrupto del paisaje. No había ni rastro de vegetación: era evidente que estaba a mucha altura sobre el nivel del mar. Me encontraba en una amplia estancia, con paredes de piedra. Las ventanas no tenían cristales, ni marcos de madera, ni nada parecido. Sólo eran aberturas enormes por las que entraba el sol, y sin embargo, dentro, había una penumbra extraña. Fuera, en el exterior, el cielo era intensamente azul. Dentro, infinitas partículas de polvo permanecían en suspensión en la franja de luz que los rayos de sol proyectaban sobre el suelo.
Junto a mis pies había una pequeña caja de madera; la recogí: en algún momento fue de color rojo, pero ahora parecía desgastada por el paso del tiempo y la humedad, y tenía el color gris de la madera seca. Ignoro porqué sabía que antes había sido de color rojo.
La caja tenía aproximadamente el tamaño de la palma de mi mano. La abrí: estaba llena de ceniza y dentro había una pequeña campana de bronce. Saqué la campana con infinito cuidado. Ignoro porqué trataba ese objeto con tanto cuidado. La campana estaba cerrada por debajo y observé que tenía una pestaña. La abrí. Dentro había una especie de cubo de resina. También había ceniza. Tomé el cubo en mi mano y con infinito cuidado lo acerqué a mi nariz. Despedía una especie de olor dulzón; era de tacto áspero y de color blanquecino. Cuando soplé sobre él para quitarle la ceniza, ésta me entró en los ojos y se me llenaron de lágrimas. Los ojos me escocían mucho y apenas podía abrirlos. Una mujer entró entonces. No podía verla con claridad. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y sólo veía su silueta. La mujer se acercó y me habló. El tono de su voz era muy cálido y parecía venir de otro lugar. Nos sentamos en el suelo, uno enfrente de otro en el centro de aquella inmensa habitación que ahora parecía aún más grande. Yo no entendía sus palabras y sin embargo escuchaba con atención, como si comprendiera. Quizás la conocía o quizás no. No lo sabría decir. De vez en cuando, mientras me hablaba, aquella mujer rozaba mis brazos o mi cara levemente con sus manos y entonces sentía un placer tan intenso que no sabría cómo describir aquel contacto. Aún no podía verla a través de las lágrimas y sin embargo, no sé porqué, sabía que sus ojos eran de color claro y podía describirla hasta en sus más mínimos detalles. El suelo de aquel lugar también se había cubierto de ceniza y la estancia ahora era aún más grande. Sentí una sensación extraña, como si de algún modo, mientras habábamos, todo en ese lugar fuera creciendo, haciéndose más y más grande, hasta que aquel lugar, aquella voz lo llenó todo. No existía un fuera o un adentro y sin embargo, al otro lado del vacío bramaba el viento.

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