lunes, 8 de marzo de 2010

Un lunes frío

Nueve de la noche del lunes, ocho de marzo de 2009. El bar está casi vacío. Además de mi amigo y yo sólo hay tres personas. Una de ellas es una mujer de unos cincuenta y tantos años, alta, delgada y bien vestida.
Mi amigo y yo charlamos. Fuera, en la calle, hace frío: por la rendija de la puerta entra un viento helado que corta la piel. En la televisión comentan que la ciudad de Barcelona está padeciendo un temporal de nieve que tiene colapsada la ciudad. Salen las típicas imágenes de coches atrapados en la nieve. La mujer bebe un vaso de ginebra con limón. Mi amigo y yo charlamos. La mujer se levanta y me pide fuego. Tiene unos ojos claros, no sé de qué color. Le doy fuego, regresa a la barra y sigue bebiendo. Mientras charlamos, de tarde en tarde observo a la mujer: bebe sin decir nada, no habla con nadie. Tan sólo se mira en el espejo que tiene enfrente y bebe.
Al rato veo como se desliza despacio del taburete al suelo. Nadie la ha visto a pesar de que tiene a un hombre sentado casi al lado, y al camarero. Los dos miran las imágenes de la nevada en la televisión. La mujer se ha dejado caer, deslizándose despacio, hasta llegar al suelo y ahora está tendida allí, entre los taburetes, rodeada de servilletas usadas y restos de comida. Me levanto, me acerco y la ayudo a levantarse. “Estoy bien”, dice. No se preocupe, estoy bien. La mujer se vuelve a sentar en el taburete y sigue bebiendo. No sé porqué, pero pienso que esa mujer tiene algo: estilo, pienso. Mi amigo y yo reanudamos la conversación interrumpida.
No ha pasado un minuto cuando la mujer se cae del taburete. Esta vez no ha caído con gracia. Sencillamente se ha desplomado hacia atrás. Ha dicho un par de veces “¡Ay!” antes de golpearse estrepitosamente contra el suelo y se ha quedado allí, como una tortuga panza arriba entre un par de sillas y una mesa.
El camarero ha salido corriendo de detrás de la barra y el otro cliente la ha ayudado. Entre los dos la han convencido para que se siente en una de las sillas y ella se ha quedado allí diciendo: “no pasa nada, no pasa nada, de verdad que estoy bien”.
El camarero regresa a la barra, pero antes se para a nuestro lado y nos dice que está harto de borrachuzos, que todas las noches pasa igual, que siempre hay alguien que tiene que dar la nota y que luego no hay forma de echarlos.
Mi amigo y yo seguimos hablando. De tarde en tarde miro a esa mujer. Ella me mira fijamente todo el rato. Pienso que hace muy poco tiempo debió de ser una mujer hermosa. Le brillan los ojos con una intensidad creciente. Son unos ojos grandes, oscuros, cargados de tristeza. Mi amigo mira el reloj. Se levanta. Nos vamos. Es lunes por la noche y hace un frío desesperado.

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