domingo, 5 de octubre de 2008

Día hostil

Al regresar del trabajo Virginia abrió el buzón. Lo había hecho tantas veces desde que él se fue, que aquel gesto se había convertido en una rutina más, algo mecánico, como lavarse la cara o cepillarse el pelo. Cuando vio el sobre se quedó mirándolo un instante, desconcertada.
Subió a su casa, se sentó en el sofá y rasgó el borde del sobre con cuidado. Dentro no había una carta: tan sólo una postal. Era un paisaje de algún lugar remoto. Un páramo de tierra de color ocre, desierto y desolado, cubierto de vegetación reseca. A un lado de la foto, recortándose contra un cielo gris, se veía un árbol. El tronco había crecido retorcido y ladeado a causa de su lucha contra el viento. Reconoció su letra. En una esquina de la foto había escrito con tinta de color negro: “El Solito”.
Virginia dio la vuelta a la postal. No había nada más. Abajo, en la esquina de la derecha, ponía: “Patagonia Argentina”.
Virginia dejó a un lado la postal, fue al cuarto de baño, abrió el grifo del agua caliente de la ducha y esperó a que surgiera una nube de vapor. Se desnudó y se colocó debajo. Notó como el calor del agua recorría su cuerpo. Sintió toda esa calidez y comenzó a llorar. Se tapó el rostro con las manos. Sus hombros se agitaban.

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