lunes, 6 de octubre de 2008

Todo va a ser mejor

A media mañana sonó el móvil. Era su mujer. Escuchó lo que decía y, de nuevo, descendió al fondo del pozo de su depresión. Cuando colgó, salió a la calle y se metió en un bar. Tomó una copa, y a la una, salió del bar. Estaba un poco más tranquilo, como si la bebida hubiera puesto un poco de orden en su cabeza. No tenía sentido seguir pensando en ella. Se dirigió al hotel donde había quedado con B.
B. estaba preciosa, como siempre. B. le contó que su marido había salido de viaje, que le ponía los cuernos con una chica veinte años menor que ella. B. estaba deprimida. Hicieron el amor sin ganas. Cuando terminaron, se sentaron a los pies de la cama, y en silencio, sin hablar, se bebieron varias de esas pequeñas botellas de licor que había en el mueble bar. Salieron, ella un poco antes, y luego él.
A las cuatro de la tarde entró en un restaurante. Comió solo. Bebió dos martines. Pidió una sopa de la que apenas probó dos cucharadas, y una dorada a la sal, que dejó sin tocar. Bebió dos vasos de vino. Pagó y salió de allí.
A las seis pasó por su despacho. Su secretaria dijo que ella le había llamado. Dudó si llamarla o no. Se sirvió un vaso de güisqui. Llamó.
Quedó con ella a las ocho. R. estaba preciosa, como siempre, aunque se le iba notando el exceso de retoques en la cara. A las nueve y media tomaron una copa, luego fueron a un hotel. Ella le indicó la dirección. Estaba en las afueras. R. le contó que ya habían firmado los papeles del divorcio. Que ahora todo iba a ser mucho mejor entre los dos. Ella puso interés pero él hizo el amor sin ganas. No pudo terminar, y al final, agotados, lo dejaron. Sentados a los pies de la cama bebieron algunas de esas pequeñas botellas de licor que había en la nevera de la habitación. Ella le dijo que le amaba. Él estaba borracho. Ella se vistió y salió de la habitación. Él se quedó a dormir.

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