martes, 7 de octubre de 2008

Sofía

Carlos apareció un día de agosto, justo cuando Sofía ya no esperaba nada de la vida. Tal vez lo trajo el viento, la lluvia o el sueño de una noche de verano. Nunca lo averiguó. Era alto, moreno, inteligente, con un cuerpo flexible y fuerte, y un carácter excepcional. Charlaron y sin saber porqué, Sofía le contó algunas cosas oscuras de su vida. Se volvieron a ver al día siguiente.
Sofía dejó mal aparcado, al borde del camino, su estado de autismo habitual, en un desesperado intento de ver si aquello era real o sólo estaba siendo un sueño, y él, sin darse apenas cuenta, consiguió hacerla regresar a aquel perdido paraíso en que vivía, antes de convertirse en un objeto muerto sin mundo emocional.
Sofía se sorprendió a sí misma surgiendo de la niebla del olvido. Salieron, conversaron… Él también le contó cosas de su pasado… Todo aquello se hallaba tan cargado de gestos, de futuro, que resultaba extraño, embriagador, sentir en ese instante, de un modo tan intenso, todo aquello.
Así pasó el verano. Carlos era estupendo y era italiano. Un día regresó a su tierra. Ni siquiera se despidió. Sofía, cansada de que cualquier historia suya siempre acabara mal, esa noche se tomó unas pastillas y regresó también a su tierra natal, pero de un modo bastante más rotundo, terrible y literal.

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